Armando Chaguaceda (La Habana, 1975) es un intelectual cubano cuyas motivaciones académicas y cívicas lo han llevado a tomar el fenómeno de la sociedad civil y la democratización, en Cuba y Latinoamérica, como ejes de su reflexión e incidencia pública. En el marco del dossier que DIARIO DE CUBA desarrolla en torno al estado de la sociedad civil en la isla, publicamos la entrevista que le hiciera, semanas atrás, la periodista y comunicadora alternativa mexicana Gloria Isabel Cortés.
Quiero comenzar con una pregunta general. Creo que la imagen de Cuba que se tiene en el exterior frecuentemente no coincide con la realidad del país. En ese sentido, ¿cuál sería tu punto de vista sobre las visiones idealistas o críticas que dentro y fuera tratan de reflejar o analizar la realidad cubana?
Creo que hay que analizar las causas de esa disonancia entre la imagen de Cuba y la realidad nacional. Primero, ha habido toda una épica en torno a la idea de la revolución cubana, abrazada por un sector de la izquierda latinoamericana por razones entendibles, que incluyen lo que implicó la revolución de 1959 en términos de conquistas sociales o del enfrentamiento al imperialismo por ejemplo. Así que hubo, durante cierto tiempo, una serie de cosas logradas que coinciden con demandas históricas de la izquierda latinoamericana y, en general, de sectores antimperialistas y nacionalistas de América Latina.
Por otra parte, ha habido un usufructo de esa imagen positiva por parte de la poderosa maquinaria de propaganda del Estado cubano y de sus aliados a nivel internacional. El Estado ha construido esta maquinaria teniendo como base a una diplomacia y redes de simpatizantes extendidos por todo el mundo. Cuba es, con toda seguridad, el país pobre y pequeño con mayor y más activa diplomacia a escala global, comparable a la de algunas potencias. Con la labor de los llamados grupos de solidaridad y el apoyo de funcionarios y organismos internacionales —desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), por ejemplo— el Gobierno cubano puede minimizar el costo de las campañas o denuncias en torno a la vulneración de ciertos derechos en la Isla.
Ahora bien, dividir este análisis sobre la imagen y su no coincidencia con la realidad en visiones idealistas contra visiones críticas, tiende a simplificar el asunto. Creo que hay visiones idealistas interesadas, es decir, personas que no creen realmente en esa visión idealizada de lo que hoy es el régimen de la revolución cubana, pero que la sostienen porque tienen intereses de por medio. Como visitar con oropeles —y gastos pagos— la isla, sostener vínculos de apoyo con la burocracia cubana —algo que puede ser clave en las ambiciones políticas en sus países nativos— o mantener la puerta abierta al acceso académico en la Isla; así que difunden esa visión idealista aun sabiendo que no coincide con la realidad.
Por otro lado, hay una visión idealista más ingenua, que suele ser sostenida a menudo por jóvenes, personas que no cuentan con tanta información, o grupos politizados, gente de zonas con conflictos sociales o familias de tradición izquierdista. Por ejemplo, muchos jóvenes estudiantes mexicanos tienen este idealismo de una manera un tanto más sana, idealismo que con más información o conocimiento puede tender a cambiar hacia una mirada más realista.
En cuanto a las visiones críticas también hay muchos matices. Están, por ejemplo, los intelectuales que hacen vida en las instituciones cubanas, a menudo portadores de una visión crítica que no cuestiona la esencia del régimen pero que sí quisiera ver mejores desempeños en derechos de todo tipo.
Existe otra visión crítica que entiende que el problema es más bien estructural —la naturaleza propia del régimen—, aunque esta visión tiene muchas aristas. Hay quienes la asumimos desde una postura más de izquierda —y creemos que ese gobierno no es para nada, y a estas alturas del partido, un gobierno progresista— que apuesta por un proyecto político democrático, participativo y conectado con nuevas luchas y sujetos sociales marginados; visión diferente a la que defiende esta gerontocracia militar y blanca.
También hay una visión crítica más a la derecha, que cree que los problemas de Cuba se resolverían simplemente con el paso a una economía de mercado o a las instituciones y derechos de una democracia liberal. Instituciones y derechos que serían importantes pero no suficientes.
¿Qué cambios se advierten en la sociedad civil cubana y cómo se expresan?
Creo que los cambios que se advierten en la sociedad civil cubana tienen que ver con la propia crisis del régimen político, económico y social vigente en Cuba por casi 60 años. Y con crisis no quiero decir la desaparición del régimen de la noche a la mañana, sino que los principios bajo los cuales ese régimen operó —su retórica política, sus promesas, parte de lo que está en la Constitución incluso— se encuentran cada vez más disonantes con un capitalismo autoritario, que es en definitiva el modo de organizar la vida nacional que se está imponiendo. De la mano de la continuidad de la elite política "revolucionaria" y los cambios con apoyo al capital extranjero y un incipiente sector capitalista nativo.
Entonces creo que ese cambio "sin cambio" es lo que explica que la realidad social se haya modificado. La sociedad en general se ha hecho más diversa, en términos de que, por ejemplo, están surgiendo elementos tan curiosos como la proliferación de tribus urbanas, el rescate o visibilización de las demandas y grupos que reivindican el género, la diversidad sexual o la raza. Pero al mismo tiempo la sociedad se vuelve más desigual por el incremento de la pobreza, producto de la erosión del generoso modelo de política social posrevolucionario.
La sociedad civil también cambia porque las nuevas identidades que aparecen —o las viejas que reaparecen— pugnan por una voz dentro de las instituciones y leyes vigentes. Ya sea en la oposición abierta o en grupos culturales autónomos aparecen diferentes voces que quieren ser representadas.
Insisto: en Cuba vivimos un cambio al interior de la sociedad, acompañado por cambios en el aparato económico —con las reformas de mercado en pro de un capitalismo autoritario— y político —con relevos de la dirigencia, primero de Fidel por Raúl y los anunciados para 2018— y cambios en la división política administrativa o en las nuevas funciones del Estado. Pero lo que no hay es un cambio de régimen político; es decir, de las reglas de juego que relacionan, de manera subordinada, a la ciudadanía con el Estado.
¿Cuáles serían las características y luchas de la sociedad civil organizada en Cuba, por qué pelean, cuales son las demandas, sus carencias?
En Cuba existe, dentro de la sociedad —la cual hemos analizado en varios textos— una comunidad de actores subordinada al Estado, una sociedad civil autónoma pero que no se asume como opositora, sino que trata de ubicarse entre las organizaciones subordinadas y la oposición. Y existe también la sociedad civil opositora, a la cual el Estado ha empujado afuera y la ha acosado.
Dentro de esas tres visiones existen elementos que se pueden analizar y que actualmente pueden marcar diferencias. Si analizamos la existencia en Cuba de una política contenciosa —concepto utilizado por teóricos de la sociología política, como Charles Tilly o Sidney Tarrow—, vemos que, como sucede en los regímenes totalitarios y postotalitarios, no se puede hablar claramente de movimientos sociales en un sentido de maduración o expansión. Ello debido a que los movimientos sociales son un tipo específico de acción colectiva que necesita ciertos contextos o derechos para expandirse.
Sin embargo, sí existe de alguna manera política contenciosa en la interacción que se da entre actores sociales diferentes y el Gobierno: actores que, a través de acciones de calle, de impulsar una agenda y reclamar a las autoridades, le disputan el espacio público a través de medios materiales y/o simbólicos. Entonces en Cuba sí existe política contenciosa, fragmentada, intermitente, acosada por el poder del Estado, pero que de alguna manera existe.
Para esto puedo dar dos ejemplos. Uno es la campaña Todos Marchamos, iniciativa que se viene desarrollando por más de medio centenar de domingos, la cual reúne un conjunto de performances, centrados alrededor de la marcha dominical que realizan alrededor de 200 activistas pro-derechos humanos, protagonizadas por las Damas de Blanco en un parque de La Habana, y otras organizaciones en zonas del interior del país. Estas performances forman parte de un repertorio que incluye también la cobertura audiovisual de la acción, el acompañamiento en redes sociales de las marchas, la denuncia de la represión subsiguiente. Y que tienen como efectos una visibilización mayor del accionar opositor y de la respuesta de las autoridades.
Otro elemento que también habla de las novedades de la Sociedad Civil opositora es el accionar de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), grupo relativamente joven en la oposición que reúne, por un lado, una serie de células, grupos y liderazgos de base y que, por su extensión y accionar, es lo que más se parece a un protomovimiento social en la Cuba actual.
Si usamos, por ejemplo, el enfoque de Charles Tilly u otros teóricos de la acción colectiva, en el sentido de que la UNPACU hace una campaña sostenida en base a reclamos de derechos, a través de diferentes performances políticas —marchas, foros, cartas, actividades de apoyo, asistencia a comunidades pobres—, que despliega un tipo de unidad estratégica y de compromiso con esas estrategias alrededor de ciertos valores y que se apoya con una red de solidaridades comunitarias, la naturaleza del fenómeno es afín al concepto. En todas esas direcciones, sus resultados el pasado año fueron particularmente notorios.
UNPACU es una organización con presencia en casi todas las provincias del país, visible tanto por su activismo de calle como por sus labores de asistencia social. Y que no solo reclama derechos civiles o políticos, sino también sociales, lo que da cuenta de tener una actividad opositora enfocada en una de las grandes promesas de la revolución.
Al prestar asistencia a sectores pobres del campo, a negros, a mujeres y ancianos, el accionar de UNPACU evidencia que ya no estamos ante una oposición que busca solamente —lo cual es muy legítimo— más libertades civiles y políticas; sino que además quiere aliviar problemas sociales que, supuestamente, ya estaba resueltos por el Estado: como el de combatir la pobreza y la desigualdad.
En este punto quiero destacar que, pese a que UNPACU ha tenido que lidiar con difíciles condiciones para llevar a cabo su accionar social y político —en particular el allanamiento de sus sedes, el apresamiento de activistas, la confiscación de recursos— la ha sostenido con independencia de la agenda de política exterior de los dos gobiernos, incluida la propia dinámica que se da alrededor del acercamiento de Cuba y EEUU.
Es una organización que explícitamente no cuestiona el acercamiento del Gobierno de Estados Unidos al pueblo cubano —lo cual me parece muy sabio— y dice que la lucha por la libertad es un asunto de todos los cubanos y de la solidaridad ciudadana internacional. Creo que eso es un elemento que habla muy bien de ellos, ya que por un lado desmonta el discurso oficial de que estas son organizaciones meramente subordinadas a EEUU, organizaciones a las que les interesa mantener la hostilidad y el embargo al pueblo cubano; sino que expresan que su agenda es ciudadana y saludan el acercamiento de los países.
Dentro de las iniciativas autónomas ubicadas entre el Gobierno y la oposición tenemos ejemplos valiosos.
El proyecto Cuba Posible, una especie de think tank formado por laicos católicos y académicos de las ciencias sociales, está ofreciendo foros y análisis de alta calidad en torno a los desafíos nacionales.
La red Observatorio Crítico, por ejemplo, está hace rato impulsando iniciativas concretas —comunitarias, de defensa de los grupos LGBT, de recuperación de la memoria plural del socialismo cubano— que se distancian de la narrativa y prácticas cooptadoras de la autonomía social típicas del Estado cubano.
La Asamblea de Cineastas, integrada por reconocidos creadores —muchos con vínculos con instituciones oficiales de la cultura— han impulsado una ley que regule y reconozca el trabajo autónomo y la libre creación que dan forma, desde hace años, a buena parte del cine cubano.
Estos ejemplos —y otros que por espacio no puedo referir ahora— son iniciativas que van a contrapelo, aunque no se reconozca, del modelo vigente de relación Estado-ciudadanía, donde el primero define la agenda y la segunda marcha a su compás.
El trasfondo de todo ello es una estrategia de "fragmentación inducida", donde el Gobierno te dice "si no te juntas con aquel, te permito existir". Lo que genera una desconexión de demandas, luchas y actores susceptibles de articular iniciativas —o, al menos, de reconocerse— de cara al Leviatán. Superar ese modo de actuar —donde se mezclan las ganas de evadir la represión, la creencia de que solo así puedo mantener el activismo logrado y el peso de los dogmas ideológicos— es clave.
Hasta que, por ejemplo, los intelectuales ligados a las instituciones culturales que piden una reforma constitucional no reconozcan lo poco que los separa —en términos programáticos— de los opositores socialdemócratas y demoliberales que impulsan una demanda como #Otro18 —en pro de un cambio aperturista en la legislación electoral— seguiremos reproduciendo los compartimentos estancos que lastran y dividen a la sociedad y el pensamiento cubanos. Y estaremos, involuntariamente, haciéndole más fácil el trabajo al policía.
¿Y con todo esto qué va a pasar; qué cambios implica?
Los cambios generados a partir de la sociedad civil y la política contenciosa implican, por un lado, que se conectan las performances, los repertorios políticos y las estrategias de la sociedad civil con los reclamos de la vida cotidiana de los ciudadanos. Creo que conforme aumente la pobreza y la presencia de este tipo de activistas, y se conecten con temas de la vida cotidiana de los cubanos, va a aumentar su legitimidad y su visibilidad.
Por un lado, hace falta una mayor acumulación de experiencias, de aprendizaje, a partir de los eventos logrados y/o reprimidos en todos estos años; o sea, que se cree una cultura de la movilización y protesta que en Cuba, por las capacidades de control gubernamentales, no está lograda. O sea, que hay mucha memoria fragmentada y silenciada, en parte por la represión; pero también porque un sector de la propia oposición no ha podido o sabido atesorar esto y convertirlo en un recurso para sus ulteriores estrategias.
Por otro lado, hay que aclarar que los procesos de transición democrática en el mundo presentan dos variables fundamentales: una apertura de arriba, es decir, sectores reformistas de las elites, lo cual ahora en Cuba no se ve muy claro. Y una presión desde abajo, la cual también se encuentra limitada debido a que la estructura de oportunidades políticas en Cuba es muy restrictiva, básicamente porque el Estado cubano es "autónomofobo": es decir, que no se trata solo de que el Estado odie o adverse una ideología u otra en específico, sino que adversa la autonomía misma. En este sentido el Estado cubano necesita súbditos, consumidores —ahora que se expande el mercado—, mano de obra barata, etc… pero no necesita ciudadanos.
Creo además que, al comparar la situación de Cuba con Europa del Este, se puede entender bien esto como una regularidad de este tipo de regímenes no democráticos de alta capacidad, como los llamaba Charles Tilly. Salvo en el caso polaco —donde se mantuvo una tradición de movilización por la presencia de la Iglesia Católica, aunada a la debilidad de un Estado comunista que no se expandió a todas las esferas de la sociedad y la economía—, en el caso de Cuba se dio lo mismo que en el resto de estos países. Es decir, una sociedad sistemáticamente penetrada por el Estado, fragmentada, atomizada.
Pero si hacemos un análisis empírico vemos que, a pesar de eso, en los últimos años hay en Cuba más actividad de la sociedad civil opositora, en términos de cantidad de acciones, número de participantes, diversidad de performances, mucho más amplia en comparación con cualquier época anterior. Es decir, que frente al Leviatán tropical, pese a todo, hay gente empoderada que sueña, lucha y avanza. Creo que esto es muy importante y no se debe desconocer ni abandonar a su suerte.
¿Cuáles serían las diferencias entre la sociedad civil y la acción colectiva en Cuba y México, sus semejanzas y aprendizajes?
Llevo ocho años viviendo en México, y cuando uno llega a un país como este —que tiene tantas instituciones y tantas leyes—, si como intelectual estudias estos temas, puedes tener una primera impresión de que todo está bien, de que los problemas son menores. Más aún si vienes de un entorno como el cubano, donde también hay muchas instituciones, pero donde la restricción o violación de derechos es mucho más clara, incluso en el papel.
Pero después de que llevas un tiempo en México te das cuenta de que existe una profunda distancia entre lo que la ley reconoce y lo que la ciudadanía puede ejercer; por muchos factores estructurales o culturales, pero también porque hay "muchos Méxicos". Hay un México urbano que es clase-mediero, con organizaciones civiles y acceso a recursos. Y por otro lado hay un México popular muy grande, con una vida precaria, un México que es, además, víctima de acciones del crimen organizado y de gobiernos regionales y locales que siguen siendo autoritarios.
Si en Cuba un Estado que controla y responde por todo se cuida —salvo excepciones y por mero cálculo político— de aniquilar físicamente a sus oponentes; en México la colusión entre distintos niveles de autoridades y grupos delincuenciales son el trasfondo de decenas de víctimas —pobres y olvidadas— que aparecen en fosas comunes en varias zonas del país.
En los dos regímenes —bajo el autoritarismo cubano y en la precaria democracia mexicana— persisten graves déficits en torno al respeto y ejercicio de los derechos humanos.
México me ha permitido, viniendo de Cuba, entender cómo en regímenes que formalmente son democráticos —o que contienen algunos elementos de la democracia— sobreviven legados autoritarios que afectan a la sociedad civil, a la vida de la gente, a su capacidad de organizarse. Cruzando esa experiencia con el caso de Cuba, donde rige un régimen de tipo soviético —que controla a la sociedad, tiene una ideología de Estado, reprime la organización independiente— creo que es posible hacer algunas conclusiones a partir de ambos casos.
Primero: que la autonomía de la sociedad civil es siempre necesaria como condición de empoderamiento, tanto frente a un Estado abiertamente autoritario, como en una democracia precaria del tipo de la mexicana.
Segundo: que las violaciones de derechos humanos que se dan, tanto en un contexto como en otro, siempre tienen en su centro a víctimas concretas; por lo que creo indeseable establecer una lógica binaria de que aquello es preferible a esto o viceversa. Porque allí donde hay una víctima concreta, a la que le sean vulnerados sus derechos, esta debe ser objeto de nuestra solidaridad; todo acto de represión debe ser objeto de nuestra denuncia, con independencia de la filiación ideológica de agresor y agredido. Y creo que, en definitiva, esa debe ser la función de los intelectuales públicos.
Por último, creo que es menester que los académicos de Cuba y México que nos interesamos en este tema y que acompañamos luchas sociales "tendamos puentes" de un lado a otro. Por ejemplo, en México se vivió una variante sui géneris de régimen autoritario, que también criminalizó la protesta y la trató de encausar de manera subordinada, donde los derechos humanos fueron un discurso que apareció tardíamente.
Creo que la intelectualidad mexicana tiene el deber progresista de no creer que en Cuba se ha logrado la utopía que ellos no lograron en 1968; sino que se ha logrado un régimen que en algunas cosas es tan o más cerrado que la "dictadura perfecta" que tuvieron que enfrentar. Y que les ha dejado un legado autoritario que impide, en buena medida, el tránsito a una democracia cabal.
Creo que la centralidad y solidaridad en la víctima, el aprendizaje de las realidades mutuas, la defensa "transideológica" de la autonomía ciudadana y los derechos humanos, son temas que debemos entender como importantes en ambos contextos. Y que vale la pena rescatar y proteger, hoy y siempre.