Para cualquier observador no muy versado en materia económica, tanto la creación de cooperativas como la flexibilización del trabajo por cuenta propia serían medidas de similares connotaciones en el contexto de la actualización del modelo económico cubano.
Sin embargo, si tomamos en cuenta el parecer de los tanques pensantes (think tanks) del oficialismo insular, se trata de estrategias diferentes al concebir el tipo de relaciones económicas que los gobernantes pretenden instaurar en la isla. Mientras el cuentapropismo se desenvuelve en los marcos de la privatización y los estrechos intereses de los productores o prestadores de un servicio, al cooperativismo —agropecuario y no agropecuario— le corresponde transitar por los derroteros de la propiedad colectiva, tratando de conciliar la eficiencia económica con cierta dosis de protección a los consumidores. En ese sentido, es lógico que, a largo plazo, la cúpula del poder se incline por las cooperativas, también conocidas como "formas autogestionarias".
La investigadora Camila Piñeiro Harnecker, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, de la Universidad de La Habana, en sus dos libros acerca de esta materia (Cooperativas y socialismo: una mirada desde Cuba y Repensando el socialismo cubano: propuestas para una economía democrática y cooperativa) alaba la gestión de las cooperativas, e insiste en la "inconveniencia" de ir aligerando el aparato estatal mediante la preeminencia del trabajo por cuenta propia.
En el segundo de los textos citados, escrito en el año 2011, al referirse a las diferencias entre el trabajo libre asociado (el de las cooperativas), y el trabajo asalariado (estatal o cuentapropista), la autora apunta lo siguiente: "Hasta que las instituciones del Estado no privilegien la creación de cooperativas u otro tipo de empresas autogestionadas sobre las que contratan trabajadores asalariados permanentemente, estamos promoviendo la expansión de las relaciones de trabajo asalariado, la base de la explotación capitalista".
Tan solo un año después, en diciembre de 2012, la Gaceta Oficial Extraordinaria número 53 anunciaba el marco legal que permitía la creación de las cooperativas no agropecuarias, con el consiguiente auge de estas formas colectivas de autogestión.
Ahora bien, una cosa son las disquisiciones teóricas, y otra bien distinta las evidencias de la vida cotidiana. Porque, en la práctica, las cooperativas cubanas no han salido muy airosas en su doble misión de velar por la eficiencia económica —lo que incluye los parámetros de calidad en sus ofertas de bienes y servicios—, y garantizar la protección de los consumidores con una disminución de los precios a la población.
Tomemos tan solo dos ejemplos: la cooperativa no agropecuaria de ómnibus ruteros de la capital, y las cooperativas agropecuarias que abastecen las placitas o puntos de venta en todo el país.
Cuando la empresa estatal de ómnibus ruteros se convirtió en una cooperativa no agropecuaria, las autoridades del país decidieron mantener la misma tarifa a la población (cinco pesos cubanos), a cambio de algunas facilidades para la adquisición del combustible de los vehículos. Sin embargo, comoquiera que la referida tarifa apenas alcanza para cubrir los gastos de la cooperativa, los ómnibus violan con frecuencia lo establecido y transportan pasajeros de pie, lo que atenta contra el confort de los viajeros. A lo anterior se agrega la insuficiente cantidad de vehículos con que cuenta la cooperativa, los que obviamente no satisfacen la demanda.
Cabe un capítulo especial para las cooperativas que han arrendado mercados o puntos de venta de productos del agro. Me referiré específicamente al antiguo mercado agropecuario de oferta-demanda (MAOD) de Tulipán, en el barrio de Nuevo Vedado, arrendado hoy por la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Antero Regalado, de la provincia de Artemisa. A casi un año del paso de una forma de gestión a la otra, el antaño floreciente mercado de Tulipán es hoy una pálida sombra de lo que fue.
La mañana de nuestra visita, de no ser por la venta de papas —producto prohibido para los MAOD—, el desabastecimiento hubiese estado a la orden del día. Solo en una tarima se ofertaban algunos productos de baja calidad, y a precios no muy lejanos de los exhibidos, por ejemplo, por los óptimos productos del MAOD de la calle Egido, en La Habana Vieja. He aquí una muestra (en pesos cubanos):
Mercado CCS MAOD
Producto UM Antero Regalado Egido
Boniato Lb 1,00 2,00
Tomate Lb 4,00 5,00
Malanga Lb 4,00 5,00
Piña U 10,00 10,00
En esas condiciones es fácil advertir por qué la población accede preferentemente a los bienes y servicios del trabajo por cuenta propia — representados en estos casos por los boteros que conducen los denominados "almendrones", y los tarimeros cuentapropistas de los MAOD—, y miran con desdén las ofertas de ciertas cooperativas.
Es que, al parecer, esos tanques pensantes del oficialismo cubano olvidan un señalamiento poco menos que axiomático del economista y filósofo Adam Smith, hecho público hace más de 200 años: "Al buscar satisfacer sus propios intereses, todos los individuos son conducidos por una mano invisible que permite alcanzar el mejor objetivo social posible".