Fue el primer hospital infantil que tuvo La Habana y hoy no es más que un trozo de ruina con los minutos contados. Su historia reciente es la crónica de una muerte anunciada, pues la demolición era solo cuestión de tiempo. Quienes por allí transitamos lo sabíamos y sufríamos.
Luego de años y años de abandono y constante deterioro, el inmueble erigido en la Avenida de los Presidentes entre las calles 27 y 29, en el municipio Plaza, está siendo oficialmente derribado.
El que fuera un emblemático exponente del Art Decó muy pronto será el fantasma que acompañará a un parqueo y/o parque con banquitos y papeleras de mala calidad.
Hace varios días que comenzaron a demolerlo, hoy ya casi no queda nada del Hospital Municipal de la Infancia, construido en 1933 con capacidad para 500 camas. Sus arquitectos fueron Félix Cabarrocas Ayala y Evelio Govantes Fuertes, cuya firma legó otras joyas de la arquitectura habanera, como el Capitolio, el Palacio de Bellas Artes, la ahora Casa de la Amistad, el hospital Freyre Andrade y la Plaza Cívica, actual Plaza de la Revolución.
El hospital fue rebautizado en 1961 como Pedro Borrás Astorga en honor de un estudiante de Medicina caído en Playa Girón. Con el mismo nombre, muy cerca del Art Decó en decadencia, fue construido un policlínico de cuatro pisos que trata de suplir las necesidades pediátricas de la zona.
A inicios de la década del 80, sin dejar de prestar servicios, la instalación fue sometida a un mantenimiento preventivo. En 1988 comenzó una reparación capital que, sin dudas, empeoró el estado constructivo de la obra. En 2005, mientras se reforzaba la estructura, ocurrió el primer desplome en una de las alas del edificio. En abril de 2007 se produjo el segundo desplome, que ocasionó la muerte de uno de los reclusos que trabajaban en la obra y causó heridas a otro. Y, de igual modo, prosiguió el desplome de toda una sección de las partes restauradas.
El Borrás estaba condenado de manera irremediable, parece que ya no había nada que hacer con él. Primero los planes del metro de La Habana que pasaría por debajo de la zona, luego la construcción en los 90 de túneles populares o refugios para los simulacros del Día de la Defensa entre otras maniobras militares, más el emplazamiento de una gran cisterna, socavaron irremediablemente sus cimientos.
¿A quién se le ocurre construir túneles debajo de una edificación Art Decó? Es una gran locura pues todos saben lo sólido de sus estructuras y lo que pesan sus columnas y paredes. Poco a poco comenzaron a hundirse sus suelos y a ceder las placas, como es lógico. Si no se dan cuenta a tiempo, se derrumbaban con los pacientes y personal médico adentro.
Como decía, el Borrás estaba destinado a desaparecer y, por si no bastara el abandono, la falta de mantenimiento y los embates del clima, el inmueble tuvo que lidiar con los depredadores urbanos que se llevaron todo lo aprovechable, desde los inodoros hasta las piedras Jaimanitas que recubrían las paredes. La carpintería de madera preciosa no la pudieron saquear, aún se desconoce su paradero porque el Estado se les adelantó.
El saqueo y profanación no fue solo protagonizado por los necesitados callejeros. El desfalco comenzó de arriba, con el supremo desvío de los recursos destinados a salvarlo, cuando aún se creía posible, que provocó una serie de desplomes, algunos en áreas supuestamente restauradas.
Según han reflejado, la gigantesca cisterna que contribuyó al desmoronamiento está en buen estado y será aprovechada para situaciones de emergencia; en tanto, una vez limpia de escombros, la manzana arrasada se convertirá en un estacionamiento de automóviles para hospitales sin parqueo, como el Oncológico, el Ortopédico, el Neurológico y otros organismos estatales ubicados en la zona.
Aunque duela afirmarlo, es mejor que no construyan nada, que dejen el área desierta y que sea otro parque o parqueo el que ocupa el espacio citadino para dejarlo libre de chapucerías. Ya algún día se podrá construir algo que valga la pena. Pues todo lo construido después de 1959 carece de calidad, debido a los míseros recursos con que se desarrollan. Desde el arquitecto hasta el albañil ahorran materiales: el primero por instrucción de sus superiores para cuidar la economía del país, y el segundo para venderlos por la izquierda y buscarse algunos pesitos y resolverle el problema a algún desesperado vecino cuya placa le debe estar cayendo encima.
Esto es más que evidente, si no, fíjense en el Juan Manuel Márquez, el pediátrico de Marianao, logro de la ingeniería civil revolucionaria, a donde trasladaron gran parte de los servicios del Borrás, cuyo deterioro también es sorprendente y lamentable, al igual que muchos de los centros hospitalarios de la gran "potencia médica" que es Cuba.