La calle Muralla, perteneciente al denominado Casco Histórico de la ciudad, primero se llamó Calle Real, porque era la principal salida hacia el campo que tenía la entonces Villa de La Habana.
Posteriormente, en 1721, cuando se abrió al final de ella, en lo que hoy es la unión de las calles Monserrate y Egido —junto a la plazoleta de Las Ursulinas—, una puerta a la muralla, que se denominó Puerta de Tierra, se le cambió el nombre por el de Muralla.
En 1763 fue nombrada Ricla, en honor del conde que ostentaba dicho título, quien fuera el primer gobernador español, después que abandonaron la ciudad las fuerzas inglesas que la habían tomado en 1762. Tiempo después, se le restituyó el nombre de Muralla, por el cual aún es conocida.
Muralla se extiende desde la calle Oficios hasta la unión de las calles Monserrate y Egido, ambas denominadas oficialmente Avenida de Bélgica, aunque pocos las conocen por este nombre.
En su primer tramo, desde Oficios hasta San Ignacio, se encontraban las principales mansiones y viviendas, entre ellas, la Casa Cuna construida en 1710 por el presbítero Gerónimo Valdés, quien posteriormente fuera Obispo de La Habana y fundara en San Lázaro y Belascoaín la Casa de Beneficiencia y Maternidad, el edificio del Hotel Cueto en la esquina de Mercaderes, en total estado de deterioro, manteniendo sólo sus paredes exteriores en una prolongada recuperación, la casa que perteneciera al regidor e historiador Félix de Arrate, la de Don Pedro Alegre y el denominado Palacio de los condes de Jaruco, el cual, aunque data del primer tercio del siglo XVII, fue reedificado en 1768, agregándole los portales y la planta alta, al recibir don Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda el título de conde de San Juan de Jaruco, por servicios prestados a la ciudad durante el sitio y toma de La Habana por los ingleses.
Aquí, como hija del tercer conde de San Juan de Jaruco y primer conde de Mopox, nació María de las Mercedes Santa Cruz y Cárdenas, quien habría de ser la famosa escritora cubana conocida como la Condesa de Merlín, la cual pasó su infancia en el cercano convento de Santa Clara. Hoy, convertido el palacio en la denominada Casona del Fondo de Bienes Culturales, se utiliza para exposiciones y otras muestras culturales.
La calle, en este primer tramo, colinda con la denominada Plaza Vieja, que ocupa el cuadrilátero formado por las calles de San Ignacio a Mercaderes y de Teniente Rey a Muralla. Esta plaza, en su dilatada existencia, ha tenido diversos nombres, desde el primero de Plaza Nueva, pasando por el de Real, Mayor, de Roque Gil, del Mercado, de la Verdura, de Fernando VII, de la Constitución, de Cristina y de la Concordia, hasta el último de Plaza Vieja. Por si fuera poco, en 1908 se pretendió convertirla en un parque con el nombre de General Juan Bruno Zayas, el cual nunca se construyó, y la plaza continuó siendo conocida como la Plaza Vieja.
En la década de los 50, bajo ella se construyó un parqueo, el cual desapareció cuando fue restaurada en su forma original. En el tramo de Muralla, actualmente existen en el local que antiguamente ocupara una fonda, un comercio denominado El Escorial, donde se oferta un café que se tuesta y se muele en el lugar a la vista del público, acompañado de dulces o emparedados, en la casa que fuera de Arrate el Museo de los Naipes, en la de Pedro Alegre, donde estuvo una heladería, la tienda exclusiva Paul and Shark.
A continuación, la Galería de Arte Diago, la Casona y la Factoría Plaza Vieja, en la casa que fuera de Don Laureano Torres de Ayala, local que durante la República ocupara la imprenta y papelería La Comercial, donde hoy se oferta cerveza y malta a granel fabricadas en el lugar, acompañadas de refrigerios o comidas. Este primer tramo se inserta dentro de los recorridos turísticos organizados por la Oficina del Historiador de la Ciudad, debido a lo cual muchas edificaciones han sido reparadas y destinadas a estos fines.
Así, comenzando en la calle Oficios, aparece el edificio de estilo neoclásico edificado a inicios de la República, que ocupara la Cámara de Representantes antes de construirse el Capitolio Nacional, ocupado posteriormente por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, después Ministerio de Educación, hoy convertido en museo, el Museo Alejandro de Humboldt, una fonda transformada en la Joyería Cuervo y Sobrinos, a pesar de que la original se encontraba en la esquina de San Rafael y Águila, en un local actualmente deteriorado, la barbería y peluquería Ensueño, una guardería donde estuvo la Casa Cuna, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau con su Casa de la Poesía, la Casa del Historiador, perteneciente a la Unión Nacional de Historiadores, donde se reúnen quienes se dedican a tergiversarla, en correspondencia con los actuales intereses ideológicos y políticos, la Casa Zamora y, enfrente, el edificio que perteneciera a la Machin & Wall Company.
El segundo tramo de Muralla
Independientemente de la importancia histórica de este primer tramo, Muralla se hizo famosa más por su segundo tramo, debido a la existencia a lo largo del mismo de numerosos almacenes y tiendas dedicados a la actividad textil, establecidos por los emigrantes judíos (hebreos) provenientes de Europa, principalmente de Polonia, Alemania, Rumania, Lituania, Rusia y Austria, así como por los llamados "moros", que venían del Líbano, Siria y otros países árabes, todos denominados por los cubanos "polacos".
Aquí se ofertaban telas al por mayor y al menudeo a buenos precios. Una característica original de estas tiendas era la venta de retazos, que eran los recortes de las telas que quedaban al final de las piezas, de los cuales era conveniente salir lo antes posible, para colocar las nuevas. Estos retazos podían ser de media, una, dos o tres yardas y más —se utilizaba esta medida—, y se colocaban mezclados sobre grandes mesas o carretillas, donde las clientes —la mayoría eran mujeres— debían hurgar hasta encontrar lo deseado.
La otra característica consistía en el regateo entre el vendedor y el comprador por el precio a pagar. Además de telas, se ofertaban encajes, broches, cremalleras, cintas, botones, alfileres, agujas, hilos y todo lo necesario para las costureras. Era normal copiar los modelos que se exhibían en las vidrieras de las elegantes tiendas El Encanto y Fin de Siglo, y visitar Muralla para comprar las mismas telas a precios módicos y, después, confeccionar el vestido copiado. En Muralla se ofertaban todo tipo de telas: gabardina, frescolana, muselina, casandra, hilo, lino, terciopelo, pana, corduroy, paño, lana, seda, crash, dril, algodón, casimir, olán, raso, rayón, dacrón y muchas más. También se podían adquirir diferentes encajes: chantillí, bolillo, gallego, de Calais, tirabordada, punta, entredós y otros.
La emigración judía, después de 1898, estaba formada por un pequeño grupo de comerciantes y representantes de empresas extranjeras, los llamados hebreo-americanos, que se vincularon a las clases altas de la sociedad. En la primera mitad del siglo XX, a partir de 1908, arribaron los sefarditas venidos del Imperio Otomano, principalmente turcos, debido a la Revolución de los Jóvenes Turcos, la Guerra de los Balcanes y la Primera Guerra Mundial, a partir de 1920, los asquenazis, los denominados "polacos", debido a los pogroms de Europa Oriental, y entre 1933-1944 los que huían del nazismo, quienes convirtieron La Habana Vieja en el centro de sus actividades comerciales, tantos de las referidas a la calle Muralla, como a otras calles aledañas, estableciendo talleres para la confección de ropas, carteras, cintos, corbatas, sombreros, elásticos, panaderías, almacenes de importación, tiendas de diferente tipo, quincallas, numerosas sociedades religiosas, culturales y de ayuda mutua, revistas, periódicos y hasta un restaurante en la calle Acosta, entre Damas y Habana, al que jocosamente denominaron Moishe Pipik (El Ombligo de Moisés), inaugurado en 1944 y perteneciente a R. Weinstein.
Fueron conocidos en su tiempo, en Muralla entre Habana y Compostela, el almacén de tejidos Universal; entre Compostela y Aguacate, la fábrica de carteras Zisie Ch. Shaftal; entre Villegas y Cristo la tienda de sedería y quincalla El Tanque de Bigelman y Cía. S.A.; y entre Cristo y Bernaza, el almacén de tejidos de Herman Heisler.
Además, en la aledaña calle de Teniente Rey se encontraban la fábrica de ropa interior y camisas Ben Dizik y Cía. S. en C., la May Trading Co. S.A. de Hugo May, Representante-Comisionista, la fábrica de cinturones y carteras Diva e Industrias Tarzán de Elías Gurian, el taller de confecciones Guris de Isaac Gurwitz, la Universal Textile El Globo de Epstein M. y Cía., la fábrica de cinturones Universal de Jaime Bloch, la tienda de sedería y quincalla La Casa Prashnik y la fábrica de corbatas Reporter y Record de Julio Carity. En la cercana calle Sol estaba la fábrica de elásticos de I. Garazi e Hijos. La mayoría de estos comercios se establecieron entre los años 1920 y 1944, cuando se produjo la mayor emigración de judíos hacia Cuba.
Hoy los almacenes, talleres de confecciones y tiendas de la calle Muralla no existen. Tampoco existen los restantes y comercios que se encontraban en otras calles aledañas de La Habana Vieja. Sus locales o se han perdido por derrumbes o están ocupados mayoritariamente por familias, que los han convertido en precarias viviendas. Abundan los locales transformados en basureros malolientes. De la transitada calle de los "polacos" y los retazos, sólo queda el recuerdo en las generaciones más viejas. Si en el año 1902 había en Cuba 1.500 judíos, y en 1944 habían aumentado a 21.000, después comenzaron a disminuir, existiendo en el año 1952 14.200 y, en 2003, sólo 1.500, cifra que ha continuado reduciéndose.