Basta sentarse un rato en los bajos del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), en La Arcada, la cafetería de la entrada de M, dejar que algunos conocidos se acerquen, saluden, para saber qué se comenta sobre Miguel Ginarte en los pasillos.
Hace menos de un año, antes de su arresto bajo cargos de corrupción, el nombre del director del Centro Fílmico de Cubanacán era sinónimo de "dechado de virtudes", ajustado, por supuesto a lo que podría ser el ideal del Partido y sus secuaces: intransigencia cuando fuera necesaria; discreción cuando se trataba de "resolver"; "sociolismo", favoritismos.
Algunos, que podrán ser parte de los favorecidos, veían en él a alguien con quién contar, alguien que facilitaba los más ínfimos detalles de producción.
Otros, los de menos poder, sufrían su grosería, su prepotencia. Quizás por eso nadie hable del tema ni en los pasillos. Las opiniones están muy divididas.
Una productora que prefirió no dar su nombre cuenta cómo Ginarte acostumbraba a humillar a los asistentes de producción: "Yo necesitaba agua y mientras esperaba en el área de la cocina, vi cómo maltrataba a la asistente de turno. Nadie me lo contó. Pero en general solía ser déspota con todos menos con el director".
"Eso tampoco era tan así. No te creas", dice un director del antiguo departamento de dramatizados. "Los privilegios era para los habituales o para los que le caían en gracia, de lo contrario, el tratamiento no era el mejor. Sin embargo, había que escoger entre su carácter difícil y no resolver nada para la novela. Yo fui uno de los primeros en firmar la carta que lo defendía. Pero la historia era más larga."
Mira hacia todos los lados por temor a ser escuchado y sigue: "Después de los reclamos por su inocencia, llamaron a algunos, los más 'confiables', y les mostraron un video en el que Ginarte aleccionaba a un adolescente descarriado. ¿Quién era el adolescente? No me dijeron. Ni lo dijeron, pero supongo que sea el 'hijito' de alguien con dinero porque para estar allí había que pagar. Dicen que aquello parecía una correccional de menores".
Sin embargo, los cargos que se le imputan, según 14 y medio, son los de "falsificación, desvío de recursos, malversación y mal manejo de los fondos asignados". Ese diario, ceñido al dictamen de la Fiscalía, se hace eco de un reportaje publicado por Juventud Rebelde donde se presenta como "una especie de maestro de ovejas descarriadas", sin cuestionarse qué hacía el "maestro" para reformar a las ovejas.
"Claro, ¿quién se atreve a desmentir los cargos de la Fiscalía?", dice el director de dramatizados, "si ese video debe estar en alguna videoteca de la Seguridad del Estado. ¿Quién desmiente la versión oficial si la prensa escrita hizo de Ginarte un héroe? ¿Quién se atreve a desmentir esta historia si todos sabemos que el tipo tiene padrino político poderoso?"
Entonces no es de extrañar que el juicio efectuado en la sala de delitos especiales del Tribunal Supremo de Justicia de Diez de Octubre se haya convertido, más que en un show televisivo no televisado, en una exhibición de grados y poderes militares.
"Lo que todos saben por aquí", dice la productora, "es que en la gran mayoría de las producciones hay corrupción, tengan o no que ver con Ginarte. Los productores se las ingenian para alquilar como set para dramatizados las casas de sus sobrinos, primos, abuelos para que el dinero quede en la familia. Si en ambientación hace falta un jarrón chino y el productor tiene uno japonés en su casa, ese es el que se utiliza. El vestuario se desaparece cada vez que se termina una telenovela. El cuento más famoso es cuando la telenovela 'La huérfanas de la Obrapía', que todos los vestidos de época desaparecieron".
Y agrega: "Cuando hace falta pintura para una telenovela, de paso los productores pintan su casa. Sin contar las amantes de los directores o de los productores que nunca han hecho nada y que de repente son script. Las conozco que han entrado de pantristas a una producción y a la siguiente son asistentes de dirección".
Lo que demuestra que el único corrupto no es Miguel Ginarte. Nadie se pregunta por qué fue que "explotó" el anterior presidente del ICRT y si los otros cinco acusados que parecen innombrables son parte de la presidencia de la institución. Nadie se pregunta por qué en los últimos tiempos son tan frecuentes los cambios en la directiva, ya de departamentos o en la misma cúpula de poder.
Nunca nadie se cuestionó cómo era posible que directoras como Gloria Torres, tras haber cometido faltas gravísimas, pasara de un programa a otro en horarios estelares, mientras otros para presentar solo el proyecto debían hacer un interminable lobby. O por qué salió de escena el programa "Contacto" para ser sustituido por "23 y M", donde es vox populi que los grupos que no son del interés de la dirección deben pagar si quieren ser promocionados o entrevistados.
Así, cuentos, miles.
Ya en el año 2007, el director Juan Pin Vilar escribió una carta de renuncia dirigida al entonces presidente, Ernesto López. Las palabras de Juan Pin en su carta son sintomáticas de lo que era, y siguió siendo, la forma de vida del funcionario dentro del Instituto. "Me voy del ICRT sin robar", escribió, "sin haber sido comprado". Se agregan a estas palabras otras que acusan directamente a los funcionarios. "Han sido ustedes, los funcionarios, quienes despreciaron al artista e invalidaron el diálogo, quienes corrompieron al trabajador."
Según Vilar, "ninguno de los creadores trascendentes de nuestra televisión ha militado en el Partido, es más, el Partido siempre los ha observado con desconfianza". Sin embargo, en el caso Ginarte, su militancia ha sido uno de los argumentos que se ha intentado tomar como atenuante.
"Es una vergüenza que se hable de su pertenencia al Partido. Eso lo que demuestra que en la televisión es más importante la cosa ideológica que la calidad moral de la gente", dice otro conocido.
Cuando finalmente se dicte la sentencia algunos querrán ver a un "chivo expiatorio", a un infeliz condenado que ha servido por más de 30 años a sus amigotes. Y puede que lo sea. Pero esta sentencia solo detendrá la carrera de un tipo al que le permitieron adquirir, suministrar y disfrutar del poder.