El joven político español Ángel Carromero tiene sus días contados. Pueden ser 6 o 666 días, pero su muerte "natural" no lo será tanto. Él lo sabe y sus verdugos también saben que él lo sabe. Así ha de constar en su expediente todavía abierto en los archivos confidenciales de la Seguridad del Estado cubana. Así se lo advirtieron, con toda honestidad histórica, los matones del MININT que lo dejaron salir de Cuba contra cualquier pronóstico: si hablas, nadie te salva de la larga mano de la maldad.
En paz descanses, Ángel Carromero, testigo del totalitarismo en fase terminal. Nadie escapa del castrismo criminal en las democracias. De ahí el repudio fascistoide que fue la bienvenida de la izquierda ibérica contra este soplón de dos asesinatos, que la corrección política exige que hay que perdonarle al clan de los comandantes cubanos.
La editorial española Anaya acaba de publicar Muerte bajo sospecha. Un libro que la intelectualidad hará literalmente mierda. No le creerán a esta víctima, ni a ninguna que venga de Cuba. No quieren leer este tipo de testimonio tétrico de lo que significa sobrevivir al socialismo real. No quieren —y mucho menos por culpa de un político del Partido Popular— dejar de ser solidarios con la revolución socialista real. No quieren creer que son posibles los crímenes de Estado en la meca del antiimperialismo internacional. Nadie le ha pedido a este tipo de derechas, preso en Cuba y en España por lo demás, que eche a perder la fiesta fáustica de la Europa siniestra con su castrismo sentimental.
Especialmente en España, donde el odio a todo lo que sepa a español se huele incluso desde La Habana (única ciudad del planeta donde todo el mundo quiere ser español).
No diré una sola palabra del libro. No hay nada novedoso en sus páginas. Es solo un testamento de cara a la posteridad, para que las generaciones nuevas recuerden, cuando les dé la gana, que al mediodía del domingo 22 de julio de 2012 en Cuba se cometió un doble asesinato de Estado contra el activista de derechos humanos Harold Cepero y el fundador del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), Oswaldo Payá, nuestro primer Premio Andrei Sajarov para la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo (2002), acaso también nuestro primer Premier cuando colapsara el castrismo.
Carromero ya habló. Habló desde el minuto cero, cuando hombres de civil se lo llevaron a un hospital militarizado del oriente de Cuba, la zona más vil de nuestra envilecida islita. Hombres de civil de los que jamás se habló en el juicio secuestrado con que condenaron a Carromero en Cuba, un juicio cuya sentencia a 4 años ahora tal vez hasta el mismísimo Rey de España considera impecable, por lo que la Audiencia Nacional ibérica tira literalmente también a mierda todo este conspicuo caso de un español muerto a manos de otro español.
No sería de extrañar que la muerte de Oswaldo Payá hubiera sido pactada de antemano, más allá de la Plaza de la Revolución: acaso con sectores del exilio cubano interesados en pavimentar un camino económico hacia la reconciliación —la nueva reconcentración—; acaso con el cuacuacuá cardenalicio que al final prácticamente hizo de Payá un paria católico dentro de Cuba; acaso con la alta política que se cocina entre Estrasburgo y Washington DC, donde, más allá de los mil y un foros infértiles, todos están de acuerdo en que la democracia en Cuba tiene que esperar. Contrario a la prédica redentora de Payá, a los cubanos lo último que se les quiere reconocer son sus derechos. Hemos vivido demasiadas décadas sin derechos, ¿por qué ahora estas ansias de libertad que sólo conseguirían inestabilizar nuestra región ante Europa y EEUU?
El pueblo cubano debiera expresar su agradecimiento por el coraje sin coraza de Ángel Carromero y debiera apurarse mientras todavía esté vivo. Pero sospecho que, tras el testimonio de Muerte bajo sospecha, una vez más entre nosotros revolución y crimen-sin-castigo serán sinónimos de lesa insolidaridad.
Ángel Carromero, Muerte bajo sospecha (Anaya, Madrid, 2014).