Imaginemos que un madrileño fue de joven a La Habana en 1958, cuando era una de las urbes más atractivas del mundo y el ingreso per cápita de los cubanos duplicaba al de los españoles, e imaginemos que va ahora nuevamente a la capital isleña y, con cuidado para no ser aplastado por un derrumbe o no pisar aguas pestilentes, camina asombrado por Centro Habana, El Cerro, La Habana Vieja y Vedado, al tiempo que conversa con la gente para ver cómo vive.
Imaginemos también que al vacacionista un funcionario de turismo le pregunta qué le parece el avance del país desde su primera visita cuando "Cuba era explotada por el imperialismo y la burguesía nacional", y lo anima para que vaya a Santiago de Cuba a los festejos por el aniversario 55 de la revolución.
El forastero solo podría pensar dos cosas: "Este tío, está mal de la cabeza o me está tomando el pelo". Y daría en el clavo, pues a fin de cuentas la revolución cubana en realidad ha sido ambas cosas: un disparate y una tomadura de pelo.
Con los embustes de Fidel sobre un futuro luminoso lo que se logró fue que Cuba dejara de ser uno de los países con más alto nivel de vida en América Latina en los años 50 y deviniera uno de los más pobres, sin los derechos y libertades que corresponden a una sociedad moderna.
Ello confirma algo incuestionable: además de reprimir, lo que mejor hizo Fidel todo el tiempo fue hacer promesas y embaucar a los cubanos. El mismo primero de enero de 1959, desde un balcón frente el parque Céspedes en Santiago de Cuba le tomó el pelo a todos: "Nadie piense que yo pretenda ejercer facultades aquí por encima de la autoridad del Presidente de la República, yo seré el primer acatador de las órdenes del poder civil de la República, y el primero en dar el ejemplo".
'No me interesa el poder'
Ya en la Sierra Maestra, al ser entrevistado en febrero de 1957 por Herbert Matthews (The New York Times), Castro había afirmado: "El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo a continuar con mi carrera de abogado".
Volvió a burlarse del pueblo el 16 de febrero de 1959, al tomar posesión como primer ministro del Gobierno, cuando dijo que lo hacía provisionalmente: "Yo no soy un aspirante a Presidente de la República. No me importa ningún cargo público, no me interesa el poder".
Unos días antes —el 7 de febrero—, ya él mismo había redactado la "Ley Fundamental" que puso en práctica al asumir como jefe de Gobierno. Así echó abajo la Constitución de 1940 —que había prometido restablecer—, convirtió en ornamental el cargo de Presidente de la República y arrebató al Congreso las funciones legislativas, que pasó al Consejo de Ministros que él presidía.
Es decir, el joven barbudo se convirtió en el gobernante más poderoso de toda la historia republicana, y luego en el dictador que en el mundo ha gobernado más tiempo en la era moderna: 52 años consecutivos (1959-2011).
En otra entrevista que le hicieron en las montañas, en mayo de 1958, Castro dijo: "Nuestra filosofía política es la de la democracia representativa". Y por Radio Rebelde insistía en que al triunfar la revolución se convocaría a elecciones presidenciales.
Ciertamente, Fidel tuvo la oportunidad de pasar a la historia como un gran gestor de la democracia moderna en la Isla. Pudo convocar elecciones, habría sido elegido y habría podido enrumbar el país hacia un Estado de derecho, con economía de mercado. Y hoy Cuba sería una próspera nación. No estaría en ruinas.
Pero para Castro era inadmisible gobernar solamente cuatro años, incluso ocho o 12 años si se enmendaba la constitución. Lo suyo era vitalicio. Dominado por su narcisismo y su patológica obsesión por el poder lanzó la consigna de "¿Elecciones para qué?", y nunca las hubo. Cuba es hoy la nación que lleva más tiempo en todo Occidente sin realizar comicios democráticos: 65 años, desde 1948.
'No soy comunista'
En su primera visita a Estados Unidos, en abril de 1959, Castro dijo en el Club de Prensa de Nueva York: "Que quede bien claro que nosotros no somos comunistas. Que quede bien claro". Y en Washington le dijo a los periodistas: "Yo no estoy de acuerdo con el comunismo. Cuba no nacionalizará ni expropiará propiedades privadas extranjeras y buscará, por el contrario, inversiones adicionales".
Ya en enero, en el Club de Leones de La Habana, Fidel había "aclarado" a la prensa: "No somos ni seremos comunistas. Nuestra revolución es genuinamente democrática, genuinamente cubana".
Y antes, en mayo de 1958 en la Sierra Maestra, había asegurado: "No he sido nunca ni soy comunista. Si lo fuese, tendría valor suficiente para proclamarlo". Y agregó: "Nunca ha hablado el Movimiento 26 de julio de socializar o nacionalizar la industria. Ese es sencillamente un temor estúpido hacia nuestra revolución".
Pero no era estúpido aquel temor. A 19 meses de tomar el poder, el 6 de agosto de 1960, Castro estatizó las 26 empresas estadounidenses en Cuba, incluyendo 36 centrales azucareros. Dos meses después estatizó todas las empresas industriales y comerciales del país, incluyendo todos los centrales azucareros y los bancos. Y el 16 de abril de 1961 desveló el carácter comunista de la revolución, dijo que él era marxista-leninista desde hacía tiempo y convirtió a Cuba en satélite de la Unión Soviética. Admitió así que se había burlado de todos.
En 1968 el cineasta estadounidense Saul Landau (fallecido recientemente) fue a la Isla y entrevistó a Castro. Luego, en su libro Cuba y sus críticos (1987), Landau escribió sobre aquella entrevista: "Castro me explicó que él se hizo marxista desde que leyó el Manifiesto Comunista cuando era estudiante universitario, y que luego se hizo leninista cuando leyó a Lenin mientras estaba en la prisión de Isla de Pinos, en 1954".
A estos engaños iniciales del "máximo líder" siguieron luego las promesas de viviendas para todos; la promesa de que Cuba sería gran productora de carne, leche, arroz, azúcar y café; las maravillas de la emulación socialista, el trabajo voluntario y el "hombre nuevo", la Zafra de los 10 millones, el Cordón de La Habana, el Plan Alimentario; así como todas las inculpaciones al "bloqueo yanqui" de la improductividad socialista.
Si Fidel y su hermano Raúl quisiesen atenuar un poco la condena que les hará la historia como dictadores, deberían pedir perdón por tanta opresión y tantos embustes, y por haber hundido a Cuba a niveles africanos de pobreza.
En fin, estamos ante el aniversario 55 de un acontecimiento fatal. Basta responder a estas preguntas: ¿Se alimentan y viven hoy mejor los cubanos, tienen mayores ingresos, gozan de más libertad para progresar que hace 55 años? ¿Eligen libremente a sus gobernantes? ¿Por qué si Cuba era un imán atrayendo inmigrantes hoy casi todos desean emigrar del país? ¿Cuál es la nación occidental que menos ha avanzado desde mediados del siglo XX en el ámbito socioeconómico y tecnológico?
Y ojo, quien responda en la Isla a estas interrogantes puede ir a prisión por "propaganda enemiga".