Cuando los "revolucionarios" llegaron a La Habana a comienzos de 1959 traían una idea preconcebida que pusieron en marcha de forma inmediata. Había que acabar para siempre con los intermediarios, los encargados de asegurar que los productos agrarios llegasen a los mercados. Unos profesionales que, en el caso de la economía cubana, habían alcanzado un notable grado de desarrollo y se preparaban para impulsar las formas más modernas del comercio. Conviene recordar por ejemplo, los antecedentes de las tiendas por departamentos Galerías Preciados o El Corte Inglés en aquella Cuba de mediados de siglo XX.
La distribución comercial fue confiscada de las manos privadas y pasó en un santiamén a depender del Estado, bajo el control de la JUCEPLAN y los burócratas del partido. La historia posterior es bien conocida, y ha sido uno de los dramas más infames del día a día de los cubanos. Resolver qué llevar a la mesa, superando colas, racionamientos, precios descontrolados y todo tipo de dificultades para una decisión tan sencilla en cualquier país del mundo como ir al supermercado y encontrar lo que uno busca.
Y ahora, después de haber destrozado la base de la distribución comercial existente en el país, y situar al otrora próspero y dinámico comercio cubano en una época próxima al paleolítico, el régimen, a bombo y platillo, anuncia en la Gaceta Oficial Extraordinaria número 35 "un nuevo reglamento (el enésimo) para diseñar y aplicar mecanismos de comercialización más eficientes de los productos agropecuarios, de manera experimental, en las provincias de La Habana, Artemisa y Mayabeque".
Como si de un laboratorio se tratase, el castrismo elige tres provincias en las que han venido realizando distintos experimentos para comprobar si algunas de las medidas de los llamados "Lineamientos" funcionan. Sorprendente actitud, cuando realmente este tipo de prácticas no hace otra cosa que perder de vista el hecho, objetivo, de que la economía está formada por fuerzas interdependientes entre sí, cuya manifestación no se puede cercar o aislar. Los ajustes en los comportamientos de los agentes exigen que todos los sectores y ramas de actividad se encuentren relacionados para que los resultados tengan sentido y alguna racionalidad.
Es difícil que con esta decisión de aislar a La Habana, Artemisa y Mayabeque, vayan a conseguir algo. Tal parece que lo que quieren es perder tiempo en pruebas, análisis y ensayos para no adoptar las decisiones que realmente hacen falta, y que suponen el retorno de Cuba a los modelos económicos que existen en otros países del mundo.
Las mismas autoridades desconfían de la eficacia de las medidas cuando afirman que "no es de esperar tampoco que en el corto plazo solo con esta medida se incremente la oferta de los productos y se logre la tan ansiada disminución de los precios". Tienen razón. Es más, no pienso que los productores puedan observar mejora alguna si les continúan obligando a vender parte de sus producciones al Estado y se mantienen los precios controlados en determinados productos. Con medidas parciales como éstas, no se pueden conseguir los objetivos planteados. O se avanza hacia la plena liberalización, o mejor es dejar todo como está.
Lo más lamentable de todo es que el régimen quiere reintroducir en la economía fórmulas de distribución comercial que ya se encuentran obsoletas por el avance de las tecnologías y el cambio en los patrones de consumo de la población. En una época de profundos avances en la distribución comercial, con el desarrollo de los centros comerciales, las redes de distribución bajo franquicia, el comercio electrónico y las grandes superficies, que el régimen castrista anuncie como "nuevas fórmulas que se pondrán en práctica para la red de mercados agropecuarios: mercados minoristas; puntos de venta; y trabajadores por cuenta propia, carretilleros o vendedores de productos agrícolas de forma ambulatoria", no deja de ser una burla a todos los cubanos, y en general, al mundo entero. Vendedores ambulantes, "puestos en los mercados" como los que ofrecía Machado y más timbiriches.
Al final, parece que quieran regresar al paisaje comercial de los antiguos tiempos coloniales, cuando la Isla se encontraba poblada de jóvenes vendedores ambulantes que acudían a las casas o a los campos a vender la "cachurra". No deja de ser un contrasentido histórico, que muchos de aquellos muchachos, inmigrantes españoles, que gracias al trabajo y al esfuerzo acabaron convirtiéndose en los prósperos distribuidores de la economía en los años 50, fueran víctimas del robo y la expropiación de sus negocios por aquellos que parecen querer empezar desde cero nuevamente. Sin duda, curioso.
La conclusión que se puede obtener de todo lo expuesto, es que el modelo de distribución comercial no se puede diseñar a golpe de reglamento o normativa administrativa. Lo reconocen las autoridades. Cuanta más restricción se imponga en la actividad que debe encargarse de trasladar los productos del campo a la mesa, más complicaciones surgirán para conseguir que el consumidor encuentre en los mercados lo que desea consumir. No hay que inventar nada nuevo. ¿Por qué no deshacerse de convicciones ideológicas que han mostrado su fracaso histórico? ¿Por qué no hacer la vida más fácil a los cubanos?
Simplemente, dejar que las fuerzas del mercado actúen libremente, y permitir que los emprendedores puedan llegar hasta donde su esfuerzo y tesón les lleve. En ese proceso, tampoco vendría mal contar con la participación del capital extranjero, que indudablemente sería muy beneficioso para la mejora tecnológica y la eficiencia del sector, así como la introducción de nuevas formas de distribución que supongan que la rudimentaria apuesta del castrismo por timbiriches y vendedores ambulantes no llegue a materializarse. Al final, serán fuerzas económicas fáciles de controlar, de mantener bajo el rígido ordenamiento político del régimen, incapaces de plantear una reivindicación alternativa y organizada. Ya lo han hecho con los cines 3D, y lo harán con quien haga falta para demostrar que no están jugando.
Mientras tanto, continuaremos viendo pasar el tiempo sin grandes esperanzas de cambio. Los cubanos seguirán acudiendo a los mercados en busca de alimentos que no encontrarán, o por los que tendrán que pagar precios muy elevados en la nueva moneda unificada. Al otro lado de la cadena de distribución, habrá agricultores sin incentivos para producir más, porque verán como sus cosechas se quedan abandonadas en los campos al no existir un distribuidor eficaz, sino uno cuyas dimensiones y escala de operaciones se encontrará restringida por el Estado; o no les compensarán los precios que paga la administración burocrática. El paisaje sigue siendo bastante deprimente, y no ofrece señales de mejora. Tal vez ese sea el destino de los llamados "Lineamientos". Dejar que pase el tiempo.