Back to top
Sociedad

Mariela y el tapadillo

¿Qué pretende la popular representante del nuevo patriciado criollo, la señora Castro Espín, con su lucha por la diversidad sexual?

Arizona

La señora Mariela Castro Espín, popular representante del nuevo patriciado criollo, sabe que no logrará tapar los desmanes machistas cometidos por tío y papá. Apenas nublar un poco los hechos. Aunque el propósito es otro.

La moral de "tapadillo" —quizás la leyera en alguna crónica neoyorkina de Martí— funciona a otro nivel: más astuto, más allá de aprovechar los ámbitos académicos como tribuna para su divulgación política.

La lenta aceptación de la diversidad sexual —respecto incluso de países latinoamericanos— tiene objetivos menos "históricos". No solo se trata de limpiar recuerdos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), de represiones y depuraciones contra homosexuales, transexuales, bisexuales y demás. Para borrarlos está la desmemoria, el cansancio, el no vale la pena… Sobre todo el transcurrir ignorante en las generaciones emergentes.

Las últimas participaciones de la locuaz dama no dictan clases de historia antigua. El disfraz es pragmático. Ni siquiera le hace falta —en la segunda década del tercer milenio— hablar de tolerancia. Va por nuevas legislaciones: aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo, legalizar herencias por cohabitación comprobada, penalizar discriminaciones laborales…

Lejos están los tiempos en que a los padres de un gay no se les ocurría intentar que su hijo entrara a la escuela Lenin o pudiera matricular carreras universitarias reservadas para compañeros "normales". Lejos las recogidas de la policía tras un concierto o en pleno carnaval.

Porque la moral de "tapadillo" va por otro rumbo. Y con una ganancia de premio mayor en la lotería: la gratitud. "Gracias a este Gobierno y a nuestra Hada Madrina, pronto seremos tan libres como los heterosexuales”". ¿Cómo hablar mal del benefactor? ¿Morderemos la mano amiga?

La señora sabe lo que hace. Muy bien instruida, intenta tapar lo esencial: la disidencia política. Y de paso procura tapar la discriminación racial, trágica realidad que el "hombre nuevo" arrastra como si fuera una carretilla llena de consignas deterioradas, discursos herrumbrados, lineamientos del Partido.

Sus acciones —dentro y de gira artístico-revolucionaria por fundaciones y universidades, siempre occidentales— quieren dar la impresión de que se trata de un fenómeno inherente a cualquier país democrático, donde se producen polémicas parlamentarias entre sectores conservadores y liberales, aperturistas o retardatarios. Nada más normal que esa disputa, típica de sociedades abiertas, de poderes autónomos, donde el estado de derecho se enriquece cada día.

Por ahí va, como si no fuera Cuba.

Su mamá, la guerrillera señora Vilma Espín de Castro, llamaba a las criadas de su casa y de la sede nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, "compañeras de servicios". Mariela lo mismo. La hipocresía no se hereda. Pero como el sabio refrán alemán: "Lo que Juanito no aprende, Juan no lo sabe". Y Mariela sabe.

A sus 52 años, la pizpireta sexóloga dirige el Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y su revista Sexología y Sociedad, como si fuera en Chile o Uruguay, casi como si estuviera en San Francisco o en Copenhague. Hay que leer sus textos e interiorizar que nunca contextualiza, que elude la dictadura familiar y el sistema totalitario, los escombros de un proyecto que ilusionó hace medio siglo a la mayoría de sus compatriotas.

La diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular —eso sí— nunca ha caído en contradicciones. Se las deja a los ingenuos que la aplauden. Coherente en la defensa del régimen y del clan familiar, apunta a que ella y sus hijos y nietos disfruten —como el patriciado que surgió en el siglo XIX— de los bienes y distinciones que supone ganados, luchados, arañados.

Los dividendos de la sexología permisiva son muy jugosos, visten en una casa italiana de modas, aunque caminen por una sociedad que parece Cuba en 1898, tras la guerra, como puede apreciarse al comparar las fotos de entonces con las de hoy, las crónicas y documentos.

Ella lo sabe y está consiguiendo manipular a las minorías sexuales —sin excluir a sus figuras mediáticas, como Miguel Barnet o Nancy Morejón— a favor de una transición que no aleje mucho del Poder a familiares y amigos, que les permita disfrutar las inversiones sin tener que emigrar.

Lo otro —los derechos de cualquier ser humano— es una simple tarjeta de crédito. "Maricón" y "tortillera" quedan para el vulgo, como un rezago poco elegante. La alta sociedad cubana de hoy analiza respuestas para epítetos más ofensivos, peligrosos, como "negro de mierda". Y el más temido por Mariela: "mercenario", a punto de desaparecer como calificativo de disidente político, porque cada vez son menos los que tragan sin masticar.

La hipocresía de la nueva clase se parece a cuando el viejo patriciado presentaba a la pareja de Gabriela Mistral como su secretaria. O decía que Siboney —la canción de 1929— no estaba inspirada en un mulatón amante del compositor, sino en un enamorado de la hermana… Pero Ernesto Lecuona desvistió el tapadillo de hoy, al ordenar que sus restos no regresasen hasta que Cuba se librara de los Castro.

Archivado en

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.