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Estados Unidos

El Partido Republicano, ¿una máquina atorada?

El intercambio de duras críticas entre Trump y senadores republicanos deja en evidencia las dificultades del partido para llevar a cabo su programa político.

Madrid

"Lamento el estado de nuestra desunión, lamento el carácter destructivo de nuestra política, la indecencia de nuestro discurso, la vulgaridad de nuestro liderazgo, lamento que se ceda en nuestra autoridad moral."

Estas palabras corresponden al discurso contra el presidente estadounidense, Donald Trump, con el que el senador republicano por Arizona, Jeff Flake, anunció la semana pasada en el pleno del Senado que no se presentaría a la reelección en 2018.

Es el último de los encontronazos que vienen dándose entre figuras relevantes del Partido Republicano y el mandatario estadounidense. En ocasiones anteriores, el expresidente George W. Bush, el antiguo candidato a la presidencia y también senador por Arizona, John McCain, o aun el máximo responsable del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta, Bob Corker, se han mostrado sumamente críticos con el actual presidente.

Donald Trump, a su vez, ha reprobado en varias oportunidades a Flake, Corker y McCain.

Esto refleja la creciente división entre el establishment del partido y el inquilino de la Casa Blanca. Tal como lo señala Sheryl Gay Stolberg, en The New York Times, los republicanos tradicionales no solo se sienten incómodos con los exabruptos de Trump, sino también con el repliegue proteccionista inducido por sus ataques contra la inmigración y el libre comercio. Una escisión pues entre la vieja guardia conservadora y la nueva ola de populismo.

Sin embargo, la renuncia de Flake a buscar la reelección sugiere que en estos momentos en "el Partido Republicano hay poco espacio para las voces que disientan" del estilo y la agenda del presidente, puesto que el electorado de base lo respalda cabalmente.

Riesgo de bloqueo

Aun así, las distintas facciones del partido coinciden en al menos dos puntos: el desmantelamiento y la sustitución de la ley sanitaria impulsada por Obama, así como la implementación de una reforma fiscal.

Ahora bien, una cosa es estar de acuerdo en cuanto a los objetivos y otra es cómo alcanzarlos. Pese a tener la mayoría en las dos cámaras del Congreso, los republicanos no han concretado ninguno de estos proyectos. Hasta ahora más bien se han mostrado incapaces de llegar a un acuerdo.

Aquí inciden la variedad de matices políticos presentes en el partido y los distintos intereses regionales. A la hora de cuajar los detalles de la ley, la conciliación se vuelve más difícil.

En este aspecto la animadversión entre Trump y sus rivales en el partido puede representar un obstáculo suplementario. La mayoría republicana en el Senado es actualmente de cuatro escaños, pero hay al menos cinco senadores (Susan Collins, Lisa Murkowski, John McCain, Bob Corker, Jeff Flake) que sostienen una tensa relación con el presidente estadounidense y en más de una ocasión se han opuesto a sus planes.

Un margen de acción incierto

A las divisiones dentro de las propias filas republicanas se sumaría pues la brecha entre Trump y parte de los legisladores de su partido. Una situación que podría perpetuar el bloqueo del poder legislativo hasta las elecciones de término medio en noviembre de 2018.

De realizarse semejante escenario, significaría que, durante los dos primeros años de presidencia de Trump, la mayoría republicana en el Congreso no habría plasmado ningún logro legislativo de gran magnitud.

Una parálisis que, según The Economist, hace que los pesos pesados del partido "no descarten la pérdida de la Cámara de Representantes" en las elecciones del año próximo —aunque no la de la Cámara Alta, ya que la renovación parcial favorece esta vez a los republicanos, por lo tanto es poco probable que el Senado caiga en manos de los demócratas—.

Paradójicamente, el dominio de la Casa Blanca y del Congreso, en lugar de traducirse en una implementación rápida y eficaz del programa electoral del Partido Republicano, ha evidenciado más bien sus fisuras. Algo que podría perjudicarlo a corto plazo.

De la manera en que se manejen estas divergencias depende, en buena medida, el margen de acción con que contará la presidencia de Donald Trump.

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