¿Cuántos muertos más tendrá que poner el sufrido pueblo de Venezuela para que los gobiernos de América Latina, de EEUU y de todo el mundo se decidan a conformar una coalición militar que acabe con la tiranía criminal de Nicolás Maduro?
Esta pregunta debiera recorrer los cinco continentes, luego de lo ocurrido el 23 de febrero en la zona fronteriza de Venezuela con Colombia y con Brasil, cuando las fuerza armadas de Maduro masacraron a hambrientos venezolanos, impidieron la entrada al país de ayuda humanitaria y hasta quemaron los alimentos y medicamentos que llevaban algunos camiones.
¿De qué sirven las decenas de organizaciones que integran el sistema de Naciones Unidas en su conjunto, y sobre todo el Consejo de Seguridad? ¿Y la OEA?
En Venezuela hay cientos de miles de personas en riesgo de morir de inanición y de enfermedades curables por falta de medicamentos, tal y como ha ocurrido en Sudán, Etiopía, o Chad. Y más de dos millones de venezolanos han abandonado el país, protagonizando un éxodo migratorio de proporciones bíblicas, el mayor en la historia de América Latina.
Masacrar y matar de hambre no es un "asunto interno"
En el siglo XXI el desarrollo mismo de la civilización exige que la salvaguarda del ser humano sea la prioridad de todos los gobiernos, por encima de la política, la economía y todo lo demás. La realpolitik —palabra alemana que significa pragmatismo político a ultranza— no puede pasarle por encima a la integridad física de los humanos.
Si hace 250 años ya Jean Jacques Rousseau y otros baluartes de la Ilustración en Europa se percataron de que la soberanía de una nación es el pueblo mismo, con más razón el mundo de hoy debe disponer de leyes supranacionales de obligatorio cumplimiento para todos los Estados, para proteger los derechos del pueblo soberano. El ser humano debe ser la prioridad número uno, más allá de la geopolítica, la diplomacia y todo lo demás.
Es hora ya de que la comunidad internacional cuente con nuevos instrumentos de fuerza para intervenir donde quiera que se atropelle la integridad de los seres humanos. Masacrar jóvenes, hambrear a la gente, obligar a familias a hurgar en los basureros para poder comer algo, dejarlas morir por falta de medicamentos, torturar, encarcelar, apalear, asesinar, no pueden ser "asunto interno" de un país. El Gobierno que así lo proclame para evitar la "injerencia extranjera" con más razón debe ser forzado a respetar esos derechos, o debe ser depuesto.
Y digo nuevos mecanismos porque la ONU no sirve para tales propósitos. Creada por 51 países luego de la Segunda Guerra Mundial —que dejó 67 millones de muertos— para que las naciones fueran más "amigas" y evitar otra hecatombe parecida, la ONU nació con una tara nefasta, el derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, único órgano que puede aprobar resoluciones de cumplimiento obligatorio para los Estados miembros, y que puede intervenir militarmente en cualquier país que sea necesario.
Ese derecho de veto fue la condición sine qua non que exigieron las cinco grandes potencias vencedoras en la guerra para crear la ONU: EEUU, Gran Bretaña, Francia, China y la Unión Soviética (hoy Rusia). El resultado es que cualquier propuesta contraria a la dictadura de Maduro será vetada por Moscú y por Pekín. La ONU es solo un buen foro político mundial. Y punto.
No es coherente, ni justo, que los gobernantes de Latinoamérica se "horroricen" ante la posibilidad de una intervención militar en Venezuela, cuando ese país ya fue intervenido y ocupado por Cuba sin que nadie lo denunciara. ¿Tiene La Habana licencia libre para intervenir militarmente, hacer y deshacer en la región?
Cuba ya intervino y ocupó Venezuela
Raúl Castro tiene en Venezuela unos 22.000 soldados y "asesores", incluyendo nueve batallones de combate, uno de ellos apostado en el Fuerte Tiuna, madriguera militar de la dictadura chavista (lo que era Columbia para Fulgencio Batista), así como un ejército de oficiales de contrainteligencia que dentro de las fuerzas armadas son los que impiden que prospere la deseada rebelión militar contra Maduro.
Antes de horrorizarse por una posible intervención militar en Venezuela lo que deben hacer los gobernantes demócratas de la región es exigirles al general Castro y su Junta Militar que se retiren de la nación que tienen ocupada.
Es decir, la dictadura chavista no es autóctona. Es controlada y dirigida por una "potencia extranjera". Y no pasa nada. Maduro simplemente hace lo que le dice La Habana. Además, no se trata de una autocracia clásica más en la historia bicentenaria latinoamericana de dictaduras y de caudillos "salvadores de la patria", tan profusa que dio origen a un nuevo un subgénero literario: la novela del dictador.
Estamos ante una pandilla de delincuentes comunes, narcotraficantes, asesinos, ladrones y patrocinadores del terrorismo internacional. Sus cabecillas tienen cargos formales ante la Justicia de EEUU. Tantas "cualidades" a la vez no las tuvieron satrapías como las de Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, Trujillo o Batista. No tuvieron cargos por narcotráfico en EEUU, ni les robaron a sus pueblos 500.000 millones de dólares.
La resistencia de los gobernantes latinoamericanos a una intervención militar de EEUU en Venezuela podría parecer razonable porque no quieren que corra la sangre. Pero no, es todo lo contrario. Dejar que Maduro u otro déspota chavista siga en el poder, sería apuntalar al castrismo y el subversivo Foro de Sao Paulo. Y eso costaría más sangre. En Colombia, y en el resto de Sudamérica, el izquierdismo antisistema podría cobrar una fuerza inusitada. De no ser eliminado el castrochavismo la democracia liberal correría grave peligro.
Solo una amenaza podría fracturar las fuerzas armadas
Ciertamente la solución más deseada es que en Venezuela se produzca una fractura en las fuerzas armadas y que una facción rebelde se imponga al generalato más comprometido en crímenes y narcotráfico, y logre desplazar a Maduro. Pero a los mandos inconformes con el régimen les resulta muy difícil entrar en contacto entre ellos para organizarse, ya que la enfermiza vigilancia de la contrainteligencia cubana se los impide.
A mi modo de ver, hay un escenario hipotético y probablemente muy poco cruento que podría causar la caída de Maduro con el menor derramamiento de sangre posible —siempre lo va a haber—, que podría consistir no ya en lanzar un ataque militar de EEUU con apoyo latinoamericano, sino solo en la amenaza real de que va a ocurrir.
De llegarle a Caracas y La Habana información creíble de sus espías de que se prepara una intervención en Venezuela, encabezada por EEUU, esa sola certeza de ataque podría producir la esperada fractura en las fuerzas armadas, sobre todo entre el generalato más corrupto y los mandos medio y las tropas que tendrían que combatir en el terreno. Estos no estarían dispuestos a inmolarse en defensa de una dictadura que los hambrea y encima enfrentarse al ejército más poderoso de la Tierra.
Y de no funcionar la fase A y producirse el ataque real en una fase B, podría suceder todo muy rápido y sin mucho derramamiento de sangre, pues con toda probabilidad las tropas y sus mandos se rendirían en masa a quienes considerarían sus salvadores. Recordemos las imágenes de TV con las "aguerridas" tropas de Sadam Hussein rindiéndose masivamente a los soldados estadounidenses, y hasta besándoles las manos. ¿Y que hizo el también el coronel cubano Tortoló en Granada cuando llegaron las tropas estadunidenses?
Hipótesis a un lado, lo que sí está cada vez más claro, y no hipotéticamente, es que Maduro, Diosdado Cabello y toda su cohorte de malandros (como los llaman los venezolanos) jamás entregarán el poder por las buenas. Habrá que quitárselo por la fuerza.