La inmensa mayoría de los gobernantes y líderes políticos de América Latina, dentro o fuera de la OEA, han denunciado que las elecciones del 20 de mayo en Venezuela fueron ilegítimas, y condenan al régimen de Nicolás Maduro. Sin embargo, aceptan y hasta alaban al nuevo presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, designado a dedo sin que mediara siquiera un simulacro electoral.
Tan cómodo se siente el dictador Raúl Castro con ese silencio regional que admite públicamente que él entrenó a Díaz-Canel para que fuera su relevo como jefe de Estado. O sea, no tiene reparos en reconocer que es un monarca absoluto.
Cuando les preguntan a presidentes y cancilleres latinoamericanos por qué esa distinción entre Caracas y La Habana, estos resbalan en explicaciones vagas. Ninguno dice la verdad: le temen al castrismo.
El argumento más socorrido para diferenciar a Venezuela de Cuba es que mientras Nicolás Maduro destruye la democracia hoy, asesina hoy, mata de hambre hoy, eso en Cuba sucedió hace tiempo y ahora allí hay estabilidad política.
Así le dan vigencia a la Doctrina Insulza, el socialista y procastrista exsecretario general de la OEA, José Miguel Insulza.
En 2007, en Lima, Insulza proclamó sin sonrojarse: "La fuente de legitimidad del sistema cubano se llama Fidel Castro". Y remató: "Fidel Castro es un líder carismático que ha marcado medio siglo de la vida hemisférica… y esa personalidad ha terminado por imponer como legítimo dentro del hemisferio o dentro de América Latina un régimen como el que hoy día tiene Cuba".
O sea, no importa si un jefe de Estado ha sido electo en las urnas, o se ha instalado a tiros, mata y roba. Si pasa bastante tiempo y es de izquierda, su mandato es tan legítimo como si hubiera sido electo democráticamente. El tiempo y el carisma del caudillo son "fuentes de legitimidad".
Temor a la "Internacional Castrista"
Esa es la lógica de la OEA con respecto a Cuba, pese a que el actual secretario, Luis Almagro, sí condena al castrismo. Semejante política se instauró cuando la organización y su secretario general eran controlados por Hugo Chávez con su chequera, amenazas y chantajes. Latinoamérica padecía la mayor oleada populista de su historia.
En 2011 había 13 gobiernos de izquierda. Ya esa marea no existe, aunque en México está a punto de resurgir con Andrés Manuel López Obrador. En cualquier caso, populistas o no, los líderes latinoamericanos miran hoy hacia otro lado cuando se trata del castrismo.
¿Y por qué lo hacen, a qué le tienen miedo? Le temen a la "Internacional Castrista" de movilización subversiva y desestabilización a nivel continental, que dispone de un sofisticado aparato de inteligencia e intervención, bien ramificado desde el estrecho de Bering hasta el de Magallanes, que presiona fuerte en el escenario político regional.
Encima de eso, los líderes políticos, incluso los de derecha, lejos de buscarse problemas con la agresiva izquierda, la complacen para tratar de arrancarle votos en los procesos electorales.
Ciertamente Venezuela y Cuba no son comparables, pero porque el caso cubano es peor, excepto en cuanto al narcotráfico, pues Venezuela es ya un narco-Estado. Maduro ha matado a cientos de manifestantes. Raúl Castro y su hermano Fidel son responsables de haber fusilado a miles de opositores, o causado la muerte de otras formas, a miles más. Y nadie sabe cuántos se han ahogado en el Estrecho de la Florida, o cuántos miles murieron en Africa, víctimas de la megalomanía de Fidel Castro.
No cientos como en Venezuela, sino decenas de miles de opositores cubanos han sufrido prisión en el "Gulag" castrista, incluidos campos de concentración fascistas como los de la UMAP. Hay actualmente 120 presos políticos, de los cuales nueve llevan 20 años o más en la cárcel y están a punto de superar la marca nefasta de Nelson Mandela.
Y no es cuestión del pasado. Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, en 2017 hubo 5.155 arrestos por motivos políticos. En las cárceles castristas hoy se tortura y apalea a los presos de conciencia. A algunos se les ha provocado la muerte. Ya 13 presos políticos han muerto en huelgas de hambre. Los esbirros hoy propinan palizas en las calles incluso a mujeres ancianas. Los ciudadanos son arrestados por aberraciones jurídicas copiadas de los nazis, como la de "peligrosidad social predelictiva".
En Venezuela hay crisis alimentaria desde hace relativamente poco tiempo. En Cuba desde hace 56 años y el pueblo tiene la cartilla de racionamiento más longeva de que se tenga memoria.
En Venezuela se hostiga a la empresa privada y a los partidos políticos. En Cuba no existe ninguna de las dos cosas. Los cuentapropistas no son reconocidos como negocios privados, sino como individuos con una licencia, revocable, para vender productos o servicios.
En Venezuela hay medios de comunicación privados radiales, impresos u on-line, a las que el pueblo todavía tiene normal acceso. En Cuba no. En Venezuela la gente se conecta en sus hogares a las redes sociales y la internet. En Cuba no puede. En Venezuela hay elecciones fraudulentas, en Cuba no hay siquiera esa mascarada. Las boletas llevan candidatos únicos para cada puesto de diputado. No hay disimulo como en Venezuela.
Con 11,2 millones de habitantes, Cuba tiene una diáspora de dos millones de emigrados. Equivale a un 18% de la población que vive en la Isla. Venezuela tiene 32,4 millones de habitantes y fuentes serias calculan que dos millones de venezolanos viven fuera del país. Si aplicamos el 18% a Venezuela se habrían ido al extranjero 5,8 millones de venezolanos.
La Habana mantiene a Maduro en el poder
Lo más escandaloso es que si Venezuela está hoy sumergida en la peor crisis de su historia, es por Cuba. Hugo Chávez convirtió a Venezuela en una colonia del castrismo, inspirado en el viejo sueño castroguevarista de cubanizar toda América Latina.
Surgió así Cubazuela, la alianza insólita mediante la cual Caracas mantiene a Cuba con subsidios y petróleo gratis, y La Habana le provee el know-how para que el castrochavismo se mantenga en el poder y se expanda lo más posible.
La intervención de Cuba en Venezuela es abrumadora. Hay allí cientos de militares cubanos, incluyendo generales, coroneles y fuerzas especiales del Ministerio del Interior. Los médicos y profesionales cubanos de la salud tienen instrucciones de defender la tiranía con las armas.
Otros centenares de cubanos copan puestos claves del Estado, el Gobierno, las fuerzas represivas venezolanas, y en particular los servicios de inteligencia y contrainteligencia. Sin el tutelaje de Castro, su Junta Militar y el PCC, y sobre todo del aparato de inteligencia y contrainteligencia castristas Maduro ya habría caído.
Los "chivatones" comunistas cubanos, junto con soplones venezolanos, vigilan a los oficiales y clases del Ejército, la Guardia Nacional Bolivariana, la fuerza aérea, tanques, artillería. Esa labor es supervisada por Raúl Castro y su hijo, el Fouché cubano, coronel Alejandro Castro Espín.
Son esos espías y oficiales de contrainteligencia cubanos quienes impiden la necesaria rebelión de las fuerzas armadas contra la dictadura chavista para restaurar la democracia en Venezuela.
Conclusión: al final no importa lo que hagan la OEA y los gobiernos latinoamericanos con respecto a Venezuela si nada hacen contra la dictadura castrista, fuente primaria de lo que allí ocurre. Como resultado de esa inacción regional, el único sistema totalitario en la historia americana recibe oxígeno, sigue haciendo sufrir a los cubanos, y atemorizando a las democracias.