En el siglo pasado, cuando dictaduras militares de derecha azotaban América Latina, los movimientos de izquierda desempeñaron un papel señero en el combate por la instauración de la democracia.
Dichos movimientos luchaban en ese entonces contra el continuismo de los caudillos de turno y los golpes de Estado militares y en pro de la libertad de expresión y asociación y del respeto a los derechos humanos. Inspirados por una ideología marxista, según ellos "científica", pretendían por añadidura ser los heraldos de una sociedad igualitaria y justa.
Por tan encomiable actitud, sus integrantes (no menos, ni más, que los abanderados de idearios liberales, antitotalitarios y por ende anticomunistas) pagaron un elevado precio en términos de encarcelamientos, torturas y muertes.
Hoy, mirando retrospectivamente aquellas reivindicaciones, a la luz de la indolencia cómplice de la izquierda latinoamericana ante las sistemáticas violaciones a los derechos humanos perpetradas por el castrochavismo y sus aliados, se puede constatar que no queda principio ni valor alguno, de aquellos enarbolados otrora por esos movimientos políticos, que no haya sido mancillado, traicionado y prostituido por la actual izquierda radical.
Comenzando por el combate contra el continuismo. Ayer execraban la perpetuación en el poder de los dictadores de derecha y aún hoy se movilizan contra cualquier intento de reelección de líderes políticos del campo adverso. Pero comprenden, justifican, y hasta aplauden, el continuismo más largo y trágico de la historia latinoamericana, es decir, el de la gerontocracia castrista, así como el de los megalómanos del "Socialismo del Siglo XXI" Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales.
Igualmente permanecen callados ahora que Nicolás Maduro, aborrecido por sus conciudadanos según todas las encuestas de opinión, intenta mantenerse en el poder convocando —sin respetar los cánones estipulados en la Constitución legada por el propio Hugo Chávez— una asamblea constituyente rechazada no solo por la oposición sino también por un número cada vez mayor de figuras prominentes del chavismo.
Así, pues, mientras chavistas de la primera hora se deslindan del bufón dictador que está hundiendo a Venezuela, la izquierda radical latinoamericana prefiere cerrar los ojos ante las decenas de muertos, centenas de heridos y torturados y millares de detenidos por el régimen venezolano por participar en las multitudinarias protestas callejeras que por más de tres meses sacuden a Venezuela.
Antigolpistas según de dónde venga el golpe
La misma doble moral se observa con respecto al antigolpismo. En efecto, nuestros auto proclamados "revolucionarios" no tienen reparos en aplaudir cualquier ruptura del orden constitucional siempre y cuando la misma provenga de "fuerzas progresistas", como fue el caso de los golpes militares del general Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá a finales de los años 60, así como la intentona golpista de Hugo Chávez en 1992.
Sin embargo, esos mismos "revolucionarios" esgrimen luego sin sonrojo la retórica antigolpista para repudiar el fallido intento de golpe de Estado contra el entonces presidente Hugo Chávez en 2002 o contra la evicción del poder (hecha no obstante en conformidad con los cánones constitucionales) de sus aliados Manuel Zelaya, de Honduras, y Fernando Lugo, de Paraguay.
Ahora se hacen de la vista gorda una vez más ante el golpe de Estado antiparlamentario perpetrado por su amigote Nicolás Maduro, quien ha despojado a la Asamblea Nacional, elegida por el pueblo venezolano, de sus prerrogativas constitucionales.
Ese doble rasero que practica la izquierda castrochavista también ha dejado hecho trizas su pretendido ideal de justicia social. Sus miembros condenan las desigualdades existentes en la sociedad capitalista, pero nada dicen a propósito de la nueva clase corrupta que se ha adueñado de las riquezas de Venezuela, la llamada boliburguesía, cuyas fortunas mal habidas suelen terminar en bancos del exterior o invertidas en firmas o suntuosas propiedades en el denostado "imperio", mientras el pueblo venezolano se ve asfixiado por la hiperinflación, el desabastecimiento, el derrumbe de la moneda nacional y a fin de cuentas la miseria.
Y cuando salen a la luz escándalos de corrupción involucrando a dirigentes del castrochavismo, tales como los develados por los Panama Papers o por las pesquisas de la justicia brasileña en torno a la firma Odebrecht, la izquierda castrochavista prefiere mirar hacia otro lado, supuestamente para no hacerles el juego a los "enemigos de la revolución", y llega a calificar tales revelaciones de "intervencionistas".
Ellos, que se apresuran a condenar los vínculos de Odebrecht con gobernantes de otros países, callan ante el hecho de que Venezuela fue señalado como el país en que, exceptuando Brasil, los sobornos pagados por esa firma alcanzaron las cifras más elevadas.
Y ni que decir del silencio de los adoradores del castrochavismo ante las desigualdades de la Cuba castrista, donde la holganza en que viven los jerarcas del régimen —con poder de compra necesario para adquirir artículos, entre otros, en las lujosas tiendas de la recién inaugurada Manzana Kempinski— contrasta escandalosamente con las vicisitudes de los cubanos de a pie.
En el campo de la equidad de género
El desgaste moral y el trastocamiento de valores de la izquierda castrochavista se manifiesta igualmente en el campo de la equidad de género. Los miembros de esa izquierda nunca han dicho esta boca es mía ante las detenciones y palizas infligidas regularmente a las Damas de Blanco por las tropas de choque del castrismo por el simple hecho de reclamar la liberación de los presos políticos cubanos.
Como tampoco han dicho nada de las innumerables declaraciones misóginas de Evo Morales.
Asimismo, siguen loando, por su retórica "antiimperialista", a un Daniel Ortega a quien solo el poder y el soborno salvaron de las denuncias de violación de su hijastra Zoilamérica.
En Venezuela, la mujer está pagando un alto precio por tomar parte en las manifestaciones de protestas. Más de 300 han sido arrestadas y muchas han conocido de ese modo la tortura. Cinco de ellas han denunciado haber sido víctimas de actos lascivos. Pero eso, a la izquierda radical del continente le ha importado un bledo.
Lo que es más, ¿cómo es posible que los integrantes de esa izquierda permanecieran impávidos ante el oprobio sufrido por Lilian Tintori, esposa del preso político Leopoldo López, a quien, en más de una ocasión, con el asqueroso propósito de humillarla, los carceleros del castrochavismo le hurgaron hasta las partes más íntimas de su cuerpo antes de permitirle visitar a su esposo?
Para defenderse de todo esto, esa izquierda desenterrará (como lo hace cada vez que se encuentra en dificultad) el sempiterno comodín del antimperialismo. Argüirá que si se saca a relucir el trato vejatorio recibido por quienes hoy protestan en Cuba o Venezuela, habría también que evocar los vejámenes sufridos por luchadores nacionalistas durante las intervenciones yanquis del siglo pasado.
No, mil veces no. Nuestros próceres no izaron el pendón de la soberanía nacional, exponiendo sus vidas y sufriendo torturas y prisión, para que tiranos de izquierda vengan hoy a escudarse detrás de esa enseña para perpetrar impunemente sus crímenes. Al contrario, la coherencia dicta que quienes pretenden defender el derecho a la autodeterminación de los pueblos exijan dicha autodeterminación a las dictaduras castrochavistas que les niegan a sus pueblos el derecho a escoger libremente sus gobernantes.
Después de tan abominable y vasta adulteración de valores y principios, a la izquierda castrochavista no le queda ninguna, pero ninguna, autoridad para dar lecciones de patriotismo o de moral.