"Qué dulce es, cuando los vientos azotan el vasto mar, contemplar desde tierra firme los graves peligros que otros deben afrontar; no porque sea un placer su tormento, sino porque es dulce ver cuáles males tú has logrado evitar". Estos versos del poeta de la Antigüedad Romana Lucrecio (conocidos por sus primeras palabras en latín: Suave, mari magno) podrían aplicarse hoy a quienes, desde la atalaya de la lucidez, contemplamos el abrumador desconcierto de la izquierda radical y el colapso del castrochavismo fracasado y crepuscular.
Sus líderes se ensucian y desprestigian moralmente; sus gobiernos acaban en un fiasco garrafal; sus promesas no se cumplen; sus principios quedan traicionados; la intolerancia y la represión se abaten sobre quienes osan disentir; la oposición es acosada y perseguida. Sin embargo, los siervos del castrochavismo —periódicos, portales, articulistas o simples seguidores— no tienen el coraje de cuestionar sus rancias certidumbres. Persuadidos de que el marxismo es una ciencia, y que el socialismo representa el futuro de la humanidad, prefieren embarcarse en alambicados, estériles y engañosos ejercicios de autohipnosis intelectual.
El "Socialismo del Siglo XXI", instaurado por Hugo Chávez en Venezuela, se hunde estrepitosamente, dejando un nivel de pobreza superior al que existía en el momento en que asumió el poder. En el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, la escasez afecta al 83% de los alimentos y al 95% de los fármacos destinados a tratar enfermedades crónicas; una inflación de tres dígitos ha aniquilado el poder de compra de la población; los saqueos de tiendas así como de camiones transportando alimentos o medicinas se intensifican y multiplican. El 80% de los venezolanos, hastiados del hambre, la inseguridad y la represión, reclama la salida del inepto heredero político de Chávez.
Ante ese patético espectáculo, ¿cómo ha reaccionado la izquierda radical? Pues bien, al igual que en la época en que negaban los crímenes de la Unión Soviética o de Mao Tse Tung, empezaron negando el desastre engendrado por el "Socialismo del Siglo XXI", alegando que las noticias al respecto eran fruto de una guerra mediática lanzada por el "imperio". Estampaban sus firmas en cartas públicas provenientes de Caracas o La Habana en apoyo al régimen venezolano, declarando que "Venezuela no está sola", como si la patria de Bolívar pudiera confundirse con el régimen corrupto, incompetente y represor que hoy la desgobierna.
Actualmente, como se hace imposible seguir tapando el sol con un dedo, muchos al fin admiten la catástrofe, pero inmediatamente arguyen que en Venezuela no hay socialismo y que el desastre que sacude a ese país es culpa del capitalismo rentista, olvidando que fue el propio Chávez quien calificó de "socialismo petrolero" el modelo instaurado por él.
Algo similar está sucediendo con respecto al Brasil. Después de haber hecho de Lula un ídolo mundial y del Partido de los Trabajadores la vanguardia brasileña de la "revolución", afirman ahora que el lulismo —desacreditado por la corrupción que lo caracteriza— no tiene nada que ver con el socialismo y no es más que un "proyecto de reconciliación de clases".
Para los gurús de la izquierda radical, el socialismo nunca tiene la culpa de nada; es inmaculado por definición. Su tradicional caballo de batalla, a saber, una pretendida superioridad moral por estar supuestamente del lado de los pobres y desposeídos, ha caído a tierra, herido mortalmente por la espantosa magnitud de la corrupción imperante —a costa precisamente de los pobres— en países que son o han sido gobernados por esa izquierda, en particular Argentina, Brasil y sobre todo Venezuela.
Al no poder ofertarse ya como un bastión de probidad, a los castrochavistas no se les ha ocurrido nada mejor que intentar desprestigiar la lucha contra la corrupción.
Prueba de ello es la reacción de círculos de izquierda radical a las revelaciones de los Panama Papers. Como en las mismas salían embarrados tantos personajes mimados de esa izquierda —entre otros, dirigentes chavistas— apologistas del socialismo trataron de crear una cortina de humo, atribuyendo dichas revelaciones a una maniobra del "imperio" destinada a atraer capitales a sus propios paraísos fiscales, concluyendo que no valía la pena saber quiénes salían incriminados por aquellas revelaciones.
Por su parte, el llamado Foro de Sao Paulo reunido a fines de junio en El Salvador (donde se dieron cita los defensores del castrochavismo) arremetió contra los organismos internacionales que denuncian la corrupción, calificándolos de "esquemas políticos intervencionistas". Dicho de otro modo: dejen a la izquierda radical robar tranquilamente en los países que gobierna.
Siempre dispuestos a respaldar dócil y ciegamente cualquier decisión tomada por los hermanos Castro, los devotos del socialismo hacen suya la bula emitida ex catedra por el recién celebrado VII Congreso del PCC, a saber: con las "actualizaciones" decretadas por Raúl y la apertura a los mercados, turistas e inversionistas del “imperio”, Cuba se embarca hoy en la "construcción de un socialismo próspero y sostenible".
Tal argumento nos retrotrae a las famosas "rectificaciones" lanzadas por Fidel Castro en 1986. De la misma manera que hoy hablan de "construcción de un socialismo próspero y sostenible", en 1986 anunciaban eufóricos: "Ahora sí vamos a construir el socialismo".
Así, pues, a juicio de la propaganda del régimen cubano, el desbarajuste económico de la Isla no es culpa del socialismo ya que el mismo, después de medio siglo de reino de los Castro, está aún por construirse.
Pero no es solo en América Latina donde la izquierda radical ve desvanecerse su prestigio. También Europa se ha convertido en teatro del desmoronamiento. El revés más reciente a este respecto ha tenido lugar en España con Podemos, partido político vinculado al chavismo y en el que la izquierda radical había cifrado sus esperanzas después de haber quedado defraudada por Syriza en Grecia.
Pese a los pronósticos favorables de las encuestas, la coalición Unidos Podemos (cuyo componente principal es el partido Podemos) no logró alcanzar el segundo lugar en las elecciones parlamentarias de España del mes pasado. Peor aun, perdió más de un millón de votos en comparación con los obtenidos en los comicios de diciembre de 2015. Ese traspié electoral ha creado desasosiego en las filas de Podemos y no se sabe aún la dirección que ese movimiento va a tomar en el futuro. Lo que sí puede afirmarse desde ya es que, si quiere expandir su base electoral y afianzarse en la arena política española, Podemos deberá moderar su discurso y presentar un programa de gobierno claro y viable. En otras palabras, deberá abandonar su radicalismo, aunque con ello pierda la simpatía de los marxistas. De lo contrario, habrá de terminar como un efímero movimiento populista más, de esos que habrán prometido, sin éxito, las villas y castillos del socialismo.
De hecho, la izquierda radical ha venido perdiendo su predominio en el terreno de la demagogia. Ahora son movimientos de extrema derecha europea y Donald Trump en Estados Unidos, con sus condenables posicionamientos racistas y xenófobos y sus soluciones irrealistas, los que llevan la voz cantante en esa forma populista de politiquear.
Incapaces de reconocer que se equivocaron de cabo a rabo, que el marxismo no brinda la solución a los problemas de nuestro tiempo y que el socialismo ha fracasado, los izquierdistas radicales, castrochavistas, seguirán tratando de cuadrar el círculo. Dirán que la construcción del socialismo toma tiempo. Pasarán por alto —como si fuesen vulgares "bagazos de la historia"— los millones de víctimas del gulag soviético, del laogai maoísta, del genocidio jemer rojo, los torturados en las UMAP de los Castro y en la "Tumba" del chavismo, así como el calvario cotidiano de los venezolanos en busca de alimentos y medicinas. Aducirán que los "progresistas" o "revolucionarios" sabrán aprender de los "errores" (nunca "crímenes") cometidos durante los experimentos del pasado. Seguirán, dicho de otro modo, sin comprender por qué el huracán de la historia los está ahogando en el vasto, complejo y encrespado mar de la realidad.