En prever está el arte de salvar
José Martí
Un mediodía candente de 1993, sentado frente al colchón del Centro Voluntario Deportivo José Martí del Vedado, el ex-luchador Daniel Pozo reconocía: "El deportista cubano es el más honesto del mundo". Inquietaba esta sentencia de quien fuera una esperanza del pasado, ya sin privilegios, mientras impartía clases a gladiadores en taparrabos con ansias de montarse en un avión. La charla recreaba una lección de autoengaño para esa pléyade de figuras que debían vivir con poco, dedicar sus triunfos al comandante en jefe y rechazar ofertas millonarias supuestamente incomparables al calor de su gente.
En ese entonces, los pilares de la quimera pos59 descansaban en ofrecerle la oportunidad de alcanzar el podio olímpico a diamantes en bruto de origen humilde provenientes de todos los rincones de la Isla. Ya el tenis de campo no era el deporte blanco o hobby de la rancia aristocracia habanera. Los gánsters americanos no podían apostar por la sangre hambrienta encima de un cuadrilátero. Un mundo feliz se diseñaba "con todos y para el bien de todos".
El deporte se había convertido en un derecho del pueblo. La masa podría entrar y desahogarse en salones limpios de vestuarios y prendas lujosas. Los privilegios se limitaban a una cuestión de principios. Todo marchaba al compás del sueño compartido por una multitud agradecida. Hasta que un día los hijos pródigos amanecieron transformados en hijos bastardos de la patria, renunciaron a una fidelidad simbólica y comenzó la estampida.
Rompiendo el estambre
¿Quién fue el primero en incitar la rebelión de los inconformes maniatados por la tiniebla igualitaria del orden revolucionario? El pesista —devenido en célebre fisiculturista— Sergio Oliva, la tenista negra Aleida Spex, un militante-símbolo de la juventud comunista como el primer latinoamericano plusmarquista mundial en levantamiento de pesas Roberto Urrutia, el pelotero René Arocha… Es difícil sintetizar los factores políticos, económicos y humanos que han permitido establecer una marca insuperable: Cuba ostenta el récord mundial de atletas desertores.
La tierra natal del esgrimista Ramón Fonst, el ajedrecista José Raúl Capablanca o el boxeador Eligio Sardiñas (Kid Chocolate) ha visto partir a sus titanes del coliseo apelando a todas las vías posibles de escape: desde el artefacto marítimo hasta ganarse la visa estadounidense en una lotería —guardando prisión en la Base Naval de Guantánamo— o disfrazándose de mujer para burlar a los cancerberos del Aeropuerto Internacional José Martí, evidencia de un bastión tan inexpugnable como vulnerable.
Se trata de una épica bochornosa que se evoca con una mezcla de tristeza y admiración. Las trampas ideológicas devienen un signo de la esclavitud moderna. Rebasar la línea del horizonte personifica una transgresión emancipadora, alternativa seguida por millares de cubanos que brillan o sobreviven desperdigados por el mundo.
Mil y una razones para estar de acuerdo
Basta revisitar el documental clandestino KnockoutKuba (2009) para quedar atrapados entre las cuerdas. Darsi Ferrer Ramírez y Manuel Benito del Valle entrevistaron a once glorias del boxeo (y también a sus familiares) que decidieron quedarse en Cuba. Este material tuvo su premier nacional en la sede del proyecto Estado de Sats, bajo un intenso cordón policial, a raíz de la Olimpiada de Londres-2012.
El testimonio es amargo. Un espejo de impaciencia que añoran destrozar quienes actualmente demuestran credenciales sobre el ring y ponderan en silencio los éxitos de estrellas fugadas como Joel Casamayor, Guillermo Rigondeaux o Yuriorkis Gamboa, quien antes de escapar llegó a vender a un coleccionista su medalla de oro olímpica ganada en Atenas-2004 para resolver una necesidad familiar.
Enrique Regüeiferos batalló contra el cáncer mientras pudo, olvidado en un humilde cuarto de La Habana. Douglas Rodríguez (fallecido en el 2012) vendió los muebles sanitarios de su casa para beber. Ángel Herrera se gana la vida rentando su viejo automóvil a terceros para que se use de taxi ilegal. Tullido de medio cuerpo, el bicampeón olímpico y mundial, entre las cuatro paredes de su apartamento en Alamar, recuerda el tiempo de sus hazañas con orgullo. Mirar hacia atrás es suficiente para evitar una humillación del presente.
'Todos aquellos atletas que dieron tantas pruebas de lealtad a su patria ocuparán el lugar digno que les corresponde en la sociedad' (Fidel Castro. La Habana, 4 de mayo de 1999)
¿Quiénes tienen la culpa de que estas palabras del "máximo líder" retumben ya como un eco lejano? ¿Quiénes son los que roban, mienten y no aman a Cuba en nombre de convicciones que ocultan en el búnker de su falsa conciencia? ¿Por qué los voceros de la corrupción ajena no informaron sobre la causa de que el Comisionado Nacional de Voleibol Raúl El Mago Diago fuera sustituido de su cargo por supuestas irregularidades financieras? La contracara del deporte cubano es la trayectoria de un rumor que se lee a manera de culebrón detectivesco.
Como lo advertía el magister del absurdo teatral Virgilio Piñera: "Los chismes son más instructivos que la historia almacenada en tomos".
El crimen de una ilusión
La caída del Muro de Berlín y el derrumbe del campo socialista marcaron un punto crucial para que el deporte cubano quedara más aislado y solo. El paripé amateur se hizo evidente con la participación de atletas sufragados por el Estado en ligas profesionales. Un amago de apertura que reveló las contradicciones del mecenazgo estatal y su cobro de altos porcientos en las ganancias "personales". Ello provocó la huida de numerosos voleibolistas rumbo a Europa, donde juegan profesionalmente en Bosnia, España, Rusia o Italia.
Sin embargo, existe un porciento notable de atletas que se acogieron al exilio por motivos similares a los del ciudadano común. Querían irse del país, aunque dicha opción les costara abandonar el deporte. Muchos pusieron en peligro sus vidas y las de sus familias cuando la denominada "crisis de los balseros", en el verano de 1994. No todos abrieron los ojos cuando tenían veinte años, como el lanzador Liván Hernández, ni ostentan hoy cuatro anillos en Series Mundiales de Grandes Ligas como su medio hermano El Duque.
Ser víctima de la política no implica transformarse en un político hábil en los ardides del cálculo. Aquí pudieran hallarse los equívocos de quienes ejercen más los músculos que un cerebro maquiavélico. La honestidad (o, mejor dicho, ingenuidad) de una mente ordinaria se revierte en una pistola caliente.
Cada paso atrás en el deporte cubano ha venido acompañado del éxodo de sus artífices. Ahí están los ejemplos del baloncesto masculino, el boxeo, el atletismo, la esgrima, la gimnástica o los sobreprotegidos peloteros. Según una estadística oficial: veintiocho lanzadores de la capital han desertado en el último ciclo olímpico. Articular un cuerpo de pitcheo estable se vuelve imposible entre fugas y desencantos. El descalabro de Industriales en la 52 Serie Nacional de Béisbol (2012-2013) no hubiera sido tal de conservar en su nómina a serpentineros como Armando Rivero, Yoán Socarrás, Gerardo Concepción o Antonio Romero.
Por su parte, el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER) ha establecido un sistema de pago en moneda convertible y estímulos adicionales para quienes lo merezcan por su combatividad política o méritos atléticos. Otra "salida de lujo" es prestar ayuda técnica en terceros países, una negociación controlada por el Estado y vista como tabla de salvación por veteranos "confiables".
Tampoco faltan las estrellas pasajeras o los soplones carismáticos que poseen viviendas decorosas, así como prospectos frustrados sin un garaje donde guardar sus vehículos de la era soviética. A los pejes gordos de la nomenclatura no les interesa el mal de parkinson postpugilístico sufrido por Jorge Luis Romero sin un medio de transporte que lo lleve al hospital. Cinco veces cayó a la lona y cinco veces se levantó Romero ante la pegada demoledora del puertorriqueño Wilfredo Gómez en la final del Campeonato Mundial de La Habana-1974. Qué importa la salud actual de un fidelista consumado por el olvido.
En lo que perdura esta agonía, el triunfalismo de los caballeros de la Mesa Redonda no cree en lágrimas. En fecha reciente, el Doctor en Ciencias Pedagógicas Alcides Sagarra presentó en televisión un retablo de "protagonistas mudos" de su legado como entrenador-jefe de la Escuela Cubana de Boxeo. Hicieron acto de presencia el mencionado Ángel Herrera, Félix Savón, Emilio Correa y Armandito Martínez, entre otros. Un muestrario de los avances conseguidos por nuestra robótica en la esfera deportiva.
De cara al futuro inmediato
Una legión de insignias forjadas en el seno de la revolución se resiste a confiar en impredecibles o tardías rectificación de errores. Resaca de una perestroika materializada en un tonel de vodka añejado por la amnesia.
Con sus audacias y torpezas, los atletas cubanos dan la impresión de corear que la vida es muy corta y el socialismo real (o irreal) demasiado largo. "La gente se cansa" —repite un fanático de la esquina que bebe para olvidar. "Un hombre decepcionado es un posible traidor" —susurra un intelectual de gabinete.
Dayron Robles abandonó la selección nacional de atletismo. Su ex-entrenador Santiago Antúnez se acogió al retiro. Luego declaró que Dayron estaba muy disgustado. ¿De qué se resentía el titular olímpico de Beijing-2008? ¿De continuas lesiones o por falta de atención gubernamental hacia su persona? Tal parece una coartada destinada a sobrevolar con fortuna renovados obstáculos. Ojalá que el controvertido vallista y su fiel preparador no terminen ninguneados por el costo de su maniobra, como le ocurrió al saltador de longitud Iván Pedroso, nueve veces monarca del orbe y vencedor en la Olimpiada de Sídney-2000.
Un desvío similar al de Robles escogieron los voleibolistas Wilfredo León y Yoandri Díaz, quienes provocaron irritación en las autoridades. Ante el compromiso de la Liga Mundial, les denegaron la baja del equipo y, en represalia, los expulsaron por indisciplina grave. Alguien comentó que todavía no han indemnizado al INDER cuanto se gastó en su formación deportiva.
Dayron Robles (Guantánamo, 1986) o Wilfredo El Bebé León (Santiago de Cuba, 1993) encarnan el futuro deseado por jóvenes dispuestos a evadir el soborno emocional de los complejos de culpa, vindicado por sus padres adoptivos o garroteros consecuentes. Ahora deberán sortear los escollos que implica la ejercitación del libre albedrío en el "momento inadecuado" como algo natural, sin considerar el efecto rebote propio de un sistema que calca la relación entre militarismo y deporte en la antigua Grecia.
Hay que soltar al talento hecho en Cuba para que se mida en circuitos profesionales y pueda volver sin traumas a casa como lo hacen venezolanos, nicaragüenses o dominicanos. No importa que estos puños y piernas rentadas —y rentables— sientan o no orgullo de representar los colores patrios en campeonatos mundiales y Juegos Olímpicos.
Ya no rueda por la garganta esa píldora vencida de que el abrazo de un jefe de Estado o la popularidad se equiparan a millones de dólares capaces de proporcionar una vida y una vejez honorable, nada incompatibles con el cariño de los aficionados. El deporte amateur como estratagema política sucumbió. La Reforma Migratoria implementada por el Gobierno, en vigor desde enero, ofrece un alivio pírrico: los traidores de hoy deberán esperar ocho años para regresar al país como bienvenidos traidólares.