Junto a los pilotes donde estuvo
la cabaña de Thoreau
hay un vacío
y la laguna azul
es fría.
No me puedo agachar ya
y haces un cuenco con las manos
para lavar los restos de un helado
que por el sendero avanza
entre mis dedos bajo el sol,
derritiéndolo.
Me parece un azul de siglos,
un azul íntimo: infinito
que promete el verano que vendrá
indiferente
a la inscripción que muere
en la piedra
donde me apoyo para sostener apenas
un cuerpo erguido,
y hubo algo allí:
un desliz de la respiración
entrecortada
o un ritmo insuficiente
donde todo termina.
Recostada al árbol
que pudiera ser un jacinto pelado,
las botas se resbalan sobre trozos de nieve
en reserva de un frío mayor
que ya pasó sobre nosotros,
rindiéndonos.
Han sido solo cuatrocientos metros —dices
para convencerme de la veracidad
de una distancia corta,
alargada en la mente
y relativa siempre de lo real.
Pero no es cierto.
Han transcurrido kilómetros desde
donde el jacinto florece para ti,
en la ventana de un comedor ajeno:
una familia, un perro
y donde el pájaro
depredador de una confianza,
por un momento confió en nosotros
cuando retrocedió,
pero no pudo acostumbrarse a su sombra:
porque tal vez no era un jacinto
ni un último azul el de sus alas
tiesas en la maceta ni mucho menos,
un amor.
II
Habías llorado sobre la vainilla
que recorría el sendero
con su hilo depredador
y el agua de la laguna muerta
sacrificando
aquel vuelco del pasado,
con el susto contra el estómago:
de un barquillo espumoso
cayendo
contra lo que no podrá ser.
Reina María Rodríguez nació en La Habana, en 1952. Autora de numerosos libros de poesía, algunos de los más recientes son: O piano /El piano (Lumme Editor, São Paulo, 2014) y Luciérnagas (Fondo Editorial Universidad Autónoma de Querétaro, México, 2017). Este poema pertenece al libro inédito Dársenas.