Comer para esperar lo imposible
G.D.H.
para Román
I
Se me había olvidado
septiembre
—el mes en el que me enamoraba—,
cuando terminado el verano
que no daba abasto
llegábamos por la colina
al bazar de un chino viejo
que le vendía a Marina
pulsos para la buena suerte
y a mí, aretes con mantras.
Que los mantras vuelven a ser falsos,
lo sé
ya tengo esa experiencia:
Om Mani Padme Hum
repetíamos
comiendo albóndigas
picantes
entre coles de Bruselas
y boniatos
salados
pensando en el año transcurrido:
la misma colina,
una subida:
una soledad
con el boniato sinuoso
todavía
en la boca.
No de la xenofobia,
sino del abandono
hablábamos.
Tú coqueteabas con la camarera
—una muchacha eslava—,
porque eso buscábamos
los abandonados
coquetear
cuando todo está vacío
alrededor
y fingimos ser inteligentes
—abandonados a pesar
de nuestra inteligencia
o por causa de ella.
II
Me puse el pulso con el mantra
al revés
por indiferencia.
A pesar de que la música era buena,
el lugar agradable
y abandonado también
por la descomposición del verano
que presagiaba tormenta
rociando con gotas de licor
la taza de manzanilla verde.
Entonces,
tuve miedo a volver
un año después
presintiendo a cada paso
la muerte:
no poder subir la colina
perder los aretes,
el pulso
que llevaba ella
—su conmiseración
sobre albóndigas
picantes que cocinaba
con el mismo condimento
de los poemas:
un tiempo invertido
sin misericordia
para nada.
Reina María Rodríguez nació en La Habana, en 1952. Autora de numerosos libros de poesía, algunos de los más recientes son: El libro de las clientas (Letras Cubanas, La Habana, 2005) y Variedades de Galiano (Letras Cubanas, La Habana, 2007) y O piano /El piano (Lumme Editor, São Paulo, 2014). Este poema pertenece a un libro inédito.
Otros poemas suyos: 'El éxito', Sobre el frío linóleo, Advertencia y Mazorcas.