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Poesía

El matarife ejecutaba...

'Su cuerpo nunca apareció: ni rastro de los infames despojos, aunque sí hubo indicios: un boleto de avión, una fogata en la granja, la fe de los investigadores que peinaron la zona.'

Barcelona

 

El matarife ejecutaba. Helen Brach daba la orden. Todo un tinglado, tras el zozobro de las crías equinas. Tarde o temprano también la ejecutaron a ella. Su cuerpo nunca apareció: ni rastro de los infames despojos, aunque sí hubo indicios: un boleto de avión, una fogata en la granja, la fe de los investigadores que peinaron la zona. Y luego ese enjuto lacayo que cambió la decoración del chalet y que apretara (quizás) el cuello del cisne. Es una hipótesis... En vida había donado parte de su herencia a una sociedad de animales. Imagina, querido, la cara de esos gatitos pegados a las ubres de la vaca, y tan pronto consumiendo sobre el césped un paté gourmet. En el panteón reposan hasta ahora Azúcar y Caramelo, los sabuesos de la que fuera Reina de las Golosinas. No tuvo un final muy dulce que digamos, pero sobrecoge la filantropía y el buen gusto.

 


Dolores Labarcena nació en Santiago de Cuba, en 1972. Ha publicado el libro de poemas Las puertas dialogadas (Editorial Abril, La Habana, 2004) y la novela Kruschov (Verbum, Madrid, 2015). Codirige la revista literaria on-line Potemkin ediciones. Este poema pertenece a su libro inédito Tundra.

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