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Crítica

Las palabras vuelan, pero no al azar

Una poesía vital, que atrae y requiere la intensa emoción de ser: el más reciente libro de Juana Rosa Pita.

Urbino

La poesía de Juana Rosa Pita parece de súbito, y es, una poesía vital, que atrae y requiere la intensa emoción de ser: no porque habla de la vida sino porque en sus versos se desata la verdadera vida tanto como la evocación de una vida verdadera, esto es de una vida de auténtica relación entre los sujetos que la habitan y hacia el Sujeto que los determina.

La primera es la vida cotidiana, o incluso esporádica,  pero real con las pérdidas y las carencias, con las desilusiones y los dolores, las cosas y las personas, los lugares, que se deben dejar —o que los empujes existenciales obligan a abandonar —; la segunda es la vida que nos encuentra, que nos encuentra porque nos busca, redescubierta hasta en las ausencias de colmar: la amistad, el amor, el paisaje, el tiempo fluyente y fugitivo, la immensidad del universo. Y Dios, figura-alma, jamás salida del seno de la poeta cubana (que vive en Estados Unidos y frecuenta Florencia), si no preexistente al sentimiento y al universo, ciertamente con su Libro, en ellos realizado.

Límpida la poesía de Juana Rosa Pita, ya abordada por mí en El ángel sonriente (2013). Dispuesta en tercinas de arte menor  ("Un sorbo de luz baste/ para apagar tu sed:/ clamorosa utopía"), y en estrofas (passim) de diversa prosodia: a fijar una refracción de sueño, de misterio, de recuerdo, un ángulo de reflexión, elementos todos que concurren a hacer que un instante se vuelva un relámpago de eternidad aquí donde se está, donde se sabe, ella no puede morar ni ahora ni nunca.

Son precisamente tales elementos, como plegarias contra lo provisorio, a hacer los puentes ("Solo puentes, plegarias/ conocen la belleza/ que despierta a una vida nueva"). Así el mar abraza la tierra, el soplo humano es posible, la cuna íntima, morada del sí, evita exilios ("Si te he dicho que tienes/ ciudadanía en mi sueño,/ nunca sabrás de exilios", la palabra en su sentido se vuelve camino abierto a lo posible ("Hermoso hallar una palabra/ tras sentir lo que alumbra."), el hilo será llevado a vínculo o emergerá como inicio de conocimiento y de libertad hacia otro.

Reseñando el libro precedente a esta última entrega, he tenido modo de notar el surco en que se inserta, a mi parecer, la poesía de Juana Rosa Pita. Es el surco de la poesía hispanoamericana del siglo XX: allí donde el sentir poético realiza una inmersión en las profundidades de las coordenadas espacio-temporales de los días, las vueltas sentimentales relacionadas, las implicaciones más allá de lo sensible.

En Puentes y plegarias/Ponti e preghiere, hoy en la continuidad  renovada de la distancia experimental, y cultural en ella, vive el sentido, renovado, de adentrarse en la realidad con la conciencia de privaciones y diferencias, de superación de fronteras  hacia un sinsentido del tiempo que va o se ha ido. En estas barrancas todo parece ser otro que puentes,  todo excepto la plegaria (laica, más que religiosa) de una humanidad extraviada y abatida. Pero, puesto que  extravío y abatimiento parecen provenir de una prevaricación, de una dimis.ión de humanidad, he ahí que Juana Rosa Pita vuelve a confiarse en la palabra poética para reencontrar tal sentido de humanidad por lo demás nunca perdido en su pensamiento y ser.

Aquí se encuentra el puente recorrido por la poeta. De su isla hacia afuera, pero con un bagaje religioso y humano de apego a la vida, que la conecta —sin duda  diferenciando viajes personales y resultados— a sus coterráneas  Marilyn Bobes y Liudmila Quincosés: en los rasgos  de un amor reconocible hacia este mundo y sus criaturas (reales, abstractas, simbólicas), un cálido adherirse a ellas en su aliento de eternidad.


Juana Rosa Pita, Puentes y plegarias/Ponti e preghiere (El Zunzún Viajero, Boston, 2014).

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