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Crítica

Horroris causa

Wajdi Mouawad, uno de los dramaturgos de mayor renombre en el escenario francófono actual, novela una travesía por un Estados Unidos inhóspito y brutal, y novela la masacre de Sabra y Chatila.

Madrid

"Yo nací hace tiempo de una masacre, mi familia fue degollada contra el muro de nuestro jardín, y hoy, años después, a miles de kilómetros de allí, la maquinaria de la sangre parece haberse puesto de nuevo en marcha." Maquinaria de la sangre que no se detendrá a lo largo de Ánima, la última novela de Wajdi Mouawad (Beirut, 1968), uno de los dramaturgos de mayor renombre en el escenario francófono actual.

Wahhch Debch se encuentra con su mujer violada y asesinada en el salón de casa. Este será el punto de partida de toda una travesía por esa América inhóspita, brutal, que se extiende a uno y otro lado de la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Thriller que, a ritmo frenético, pasa de la desolación de las reservas indias al enclaustramiento paranoico de las pequeñas ciudades norteamericanas. Todo ello narrado por la fauna que el protagonista cruza en el camino: gatos, perros, pájaros, insectos, arañas, serpientes, mofetas, lobos, caballos, etc.

Una novela ambiciosa pues. El recorrido da pie a incurrir en la tragedia de los pueblos nativos (marginación, desarraigo, drogadicción) o en una América profunda cebada en el chovinismo craso y la brutalidad. Mundos cuyo solo punto de encuentro es la decadencia.

Por otra parte, el procedimiento narrativo, siempre en voz de los animales, busca ir develando, al margen de los prejuicios, un hombre sin atributos —¿profesión, edad, proyectos?– en toda su complejidad. Intento, tanto en la radiografía social como en el tejido del protagonista, llevado a cabo con una destreza técnica envidiable. La narración rara vez pierde el pulso, el cambio de voces continuo no lastra el seguimiento de la trama.

Y sin embargo, Ánima no cumple su propósito. En esta puesta en escena de confines indómitos del territorio americano hay mucho, demasiado de serie B: la pelea entre mafias por el control de la reserva, el asesino superdotado, los pueblos de villanos, el maquiavelismo caricaturesco de la policía. A ello se le agregan consideraciones sobre la situación de los pueblos autóctonos más en tono con una monografía que con una novela. Se dice mucho y se sugiere poco. Y, por desgracia, la sociología se impone a la literatura.

Además, las réplicas adolecen con frecuencia de dramatismo: "Ya puedes cortarme los brazos, las piernas, la cabeza, y dárselos de comer a los perros o a los pájaros, quemarme, ahogarme o meterme en la jaula de la boa, que no verás en mí ni la sombra del miedo ni la sombra del arrepentimiento". O sencillamente de ridículo: "Recuerda que Rooney es el mejor guerrero que ha tenido nuestra tribu a lo largo de nuestra historia". Y las descripciones rayan en más de una ocasión con lo ampuloso: "Pude ver el desamparo de su alma en el desasosiego de sus ojos de porcelana”.

Por si fuera poco, lo que se insinúa en un principio como lo más promisorio, hacer del mundo animal el ojo de la narración, no da los frutos esperados. Ciertamente, la analogía salta rápido a la vista: la crueldad de las bestias y la bestialidad de los hombres: donde los primeros ceden a la necesidad, los últimos se entregan a la gratuidad. Si se quiere. Pero es un trazado bastante simple, reductor. Y en ello se estanca dicho recurso, ya que la multiplicidad de voces no hace sino repetir como un disco rayado lo mismo: "es como un animal aunque no se comporte para nada como un animal".

El desconsuelo del protagonista lo libera irremisiblemente del mundo de los hombres, emparentándolo con los animales. A eso se limitará nuestro personaje durante las más de 400 páginas del libro, a un supuesto devenir animal, burdo, sin matices ni interés. Lo que podía revelarse un formidable instrumento para hurgar en los resquicios de un proceso de ruptura, de (auto)destrucción, se queda en el ejercicio de estilo.

El fracaso de Ánima se debe en última instancia a que todo funciona como mero pretexto para llegar al desvelo del trauma fundacional de Wahhch Debch: la masacre de Sabra y Chatila, de la cual es un sobreviviente. Como si lo único que importara verdaderamente fuese el recuento de la orgía sangrienta a la que se libraron las milicias cristianas, al amparo del ejército israelí, en los campos palestinos en plena guerra civil del Líbano. El resto sería materia descartable. Y así es. Porque el relato de lo sucedido en Sabra y Chatila es el relato de lo indecible. Según Borges, lo irreal es atributo del infierno. Son solo cinco páginas. Cinco páginas que dan cuenta minuciosa de una barbarie indescifrable por irreal, cinco páginas de horror absoluto. Y por las que las flaquezas antes expuestas se vuelven irrisorias. Cinco páginas y la existencia del libro queda más que justificada. Porque a pocos les es dado plasmar la visión del infierno. Y Wajdi Mouawad es uno de ellos.


Wajdi Mouawad, Ánima (traducción de Pablo Martín Sánchez, Destino, Barcelona, 2014).

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