Para no ocasionar gastos mayores
prescindimos de exequias y de flores.
Para no molestar a nadie luego
—ni al gusano—le dimos gusto al fuego.
Ni siquiera una urna: unas cajitas
de cartón y unas cuantas piedrecitas.
A los huesos más duros de pelar
se les tritura y se les echa al mar.
Se les puede guardar en un arcón
hasta que nadie sepa de quién son.
O se les deposita en un jardín:
en el principio siempre estuvo el fin.
La cuestión no es morir sino esperar
que la muerte no se haga de rogar.
A los muertos que aún estamos vivos
nos conviene ser algo deportivos,
y no existe deporte más completo
que escribir en la flor del esqueleto.
Escribir tonterías, ya se sabe:
ni vivir ni morir son cosa grave.
Y escribir, mucho menos. A no ser
que el que escriba se muera de placer.
Es decir, que se mate. La escritura
también tiene su encanto: jettatura.
El suicida es un ente superior,
sobre todo si usa ordenador
y se mata escribiendo. Nada más.
Este muerto se va a vivir en paz.
Orlando González Esteva nació en Palma Soriano en 1952. Fondo de Cultura Económica ha publicado una antología de sus textos: ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (México, 2008). Su libro más reciente es Animal que escribe. El arca de José Martí (Vaso Roto, Madrid, 2014). Este poema pertenece a un libro en preparación.
Otro poema suyo: Uno se cansa de morir...