Este cuerpo extraño
qué es durante el día,
sino gestos sin voluntad,
oración que comienza
y no termina.
Vaso de agua que no intenta
ahogar ninguna pena.
Luna llena de coyotes,
platinada noche
con estrellas que aúllan.
La oreja en la ventana,
las ramas desnudas,
invierno que amedrenta.
Cortinas cerradas,
entre el deseo y el miedo.
Camino por la sala,
coloco el teléfono muy cerca,
por si acaso.
Aquí no hay ninguna alfombra azul manchada,
ni sangre en las almohadas.
Guardo el monedero
por si el ladrón llegara
así y todo, esta corazonada,
este olor a gasolina,
luego a nada.
Los días pasan.
Se agrietan en los muebles.
Cada uno de ellos me recuerda
el sabor del basurero.
¿A quién le importa?
Ni a la tierra ni al mar,
ciudadana prestada.
No hay espejos.
Las palabras se insinúan.
La víctima, atenta y servicial
fue golpeada brutalmente
en plena madrugada.
La herida le abrió el cráneo,
milenaria vasija
de ofuscados pensamientos.
En el suelo de la calle
había sangre todavía.
Rojo líquido incrustado.
Ripio rojo en el cemento.
Noche larga imaginando qué hacer
con el peso del día.
¿Un buen samaritano?
¿Depravado asesino?
Horas aburridas cavilando.
Su memoria, floreros, un raro altar
de confederación de muertos y de velas.
Lo único vivo es un pájaro enjaulado,
y el reguero del siniestro.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012).