Era el mismo sonido
del martillo y clavo.
Tienes que ir,
te toca.
¿Por qué no me acompañas?
Me siento en el banco
unos minutos,
a respirar el día,
antes de entrar, el día perfecto.
Respirar un momento
antes de ir al asunto.
Estorbaba, vaya, no es que estorbara.
Nada se podía... nada funcionaba.
Mejor es ponerle una inyección,
que salga de esa selva,
una inyección que la libere.
No hay ninguna liberación,
otra trampa.
Tengo que entrar.
Todos son extraños poemas,
hablándome
en un lenguaje afín.
Uno grita
que quiere una cuchara,
otra se ríe mirando al cielo
como si estuviera lleno de mariposas.
Otro bendice el piso
y muerde el rosario.
Ahí viene,
la traen en una camilla
y me mira con el terror de siempre.
Le digo, hubo un bombardeo.
Me he quedado atrás contigo,
en el campo de batalla.
Te hirieron
y tengo que arrastrarte
hasta el puente.
Tú, con grandes ojeras,
el rostro acabado.
Sé lo que me pides
pero no puedo.
No tengo valor.
Eres la piedra que no me deja pasar.
Eres el recordatorio
de que no hay nada perfecto
de que todo tiene tu enfermedad.
Te entrego el chocolate
y lo masticas,
y tu cara se vuelve chocolate.
Saco un pañuelo,
y limpio,
y limpio
y es lo único que puedo hacer
por ti.
Llega la hora de la despedida.
Quiero y no quiero irme.
La visita podría durar dos o tres horas
pero solo soporto minutos, media hora.
Me ahogo en la fosa en que te han metido,
esta camilla
y estos morados me persiguen.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012).