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Ensayo

Palabra de Camus: una vida por la verdad

Albert Camus encarna el espíritu de convivencia que hizo posible todas las civilizaciones que han florecido en la cuenca del Mediterráneo.

Boston

Apenas había cumplido 47 años cuando, horas antes de estrellarse el auto conducido por su editor,  anotó en su cuaderno: "espero a los 57 haber escrito mi obra maestra, mi La guerra y la paz".

No pudo ser, pero a todas luces su obra toda era maestra y, aunque quedaron inéditos por décadas sus dos últimos títulos, con claridad meridiana esplende ahora el legado de su voz, que es la del ser humano libre que abraza a plenitud la vida y en cualquier circunstancia, feliz o adversa, rompe lanzas, con indeclinable adhesión y vigor, por la verdad, la belleza y la compasión imprescindibles para realizarse en medio de la oprimente degradación y confusión reinantes.

En la más reciente biografía de Albert Camus (Gallimard, 2010), aún inédita en inglés y español, el rumano Virgil Tanase resalta que ya desde 1957 el autor de esa "magnífica alegoría del bien y el mal, de la libertad y el determinismo histórico" que, en palabras de Thomas Merton, es La peste, preveía para su país natal una "catástrofe inminente" de repercusión universal:  "la independencia argelina parece disimular el proyecto de ciertos dirigentes árabes de constituir un imperio islámico que conduciría a una nueva guerra mundial..."

Los nuevos bárbaros, irónicamente quieren destruir a Europa por los valores que ella misma no ha sabido asumir y defender  como para convencer y trasmitirlos con firmeza. La guerra de Argelia era para él un problema de la civilización occidental. Por eso tal vez, a su regreso de un viaje a Grecia en 1958, anotó en su cuaderno el propósito de vivir en la verdad y para ella, aceptando a un tiempo la originalidad de lo real y su impotencia.

El escritor argelino José Lenzini, autor de un hermoso libro sobre la Argelia de Camus, en Les derniers jours de la vie d´Albert Camus (2009) recoge el mensaje de Navidad que, en 1959, Camus envió a su madre desde su casa en Loumerin: "Deseo que seas siempre tan bella y tan joven, y que tu corazón, que además no puede cambiar, permanezca igual a sí mismo, vale decir, el mejor de la tierra". 

Mirada inteligente y sonrisa bondadosa, Catalina Sintes, analfabeta y casi sordomuda, había sido siempre venerada por su segundo hijo, alumbrado a las dos de una noche lluviosa de otoño, el 7 de noviembre de hace poco más de un siglo. Su meta sería luego una justicia, una obra, un amor, capaz de expresar el digno silencio de su madre. Parece cierto que parte de la fuerza y grandeza de su estilo reside en que está poblado de los silencios de su madre, quien solo en una ocasión logró pronunciar algunas palabras: para celebrar su logro literario y lo bien que bailaba. Por lo demás, su amor le hablaba desde siempre con ese temido silencio que solo su alma escuchaba.

Qué no habría hecho por ella. Cuenta Lenzini que Camus quiso interpretar el rol protagónico en el filme Adagio cantabile, basado en una novela de Marguerite Duras. Su lado enigmático y silencioso lo favorecía, pero tuvieron que dárselo a Jean Paul Belmondo, porque él no logró concluir  su magnífica novela autobiográfica, El primer hombre, a tiempo para comenzar la filmación.Quería que su madre lo viera en las carteleras y pantalla del cine Roxy, o del Musset, de Argelia, aunque no lo tuviera al lado, como cuando iban juntos y él le iba susurrando al oído lo que dialogaban los personajes en la pantalla, pues ella percibía poco más que el movimiento de los labios. Aquella Navidad de 1959 quiso que se reuniera con él, Francine y los gemelos, pero fue imposible separarla de Argelia.

Heredero de Simone Weil, por su profundo humanismo y consecuente soledad moral, la trayectoria espiritual de Camus (del absurdo, pasando por la revuelta, al amor) queda cifrada en su vida, su obra y hasta en gestos poco conocidos como el que recoge Robert Coles en Simone Weil, a Modern Pilgrimage: "el día en que le notificaron que había ganado el Premio Nobel fue a visitar a la madre de Weil en su hogar del París de la posguerra". Como ella, estaba convencido de que el marxismo leninismo no era política superior sino religión inferior.

Albert Camus encarna el espíritu de convivio que hizo posible todas las civilizaciones que han florecido desde tiempos inmemoriales en la cuenca del Mediterráneo, cuyo renacimiento promovió con apasionada entrega. La luz redonda y suave de Roma y el aire inmemorial de la Toscana mitigaron lo que padeció entre los grises intelectuales parisinos ante los que se sentía siempre "como si tuviera que pedir excusas por algo". En su ensayo lírico "El exilio de Elena", advirtió que el verdadero desafío del futuro estaba entre la teocracia y la libertad.

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