Es marzo,
es de noche.
La casa, abandonada y sucia,
rodeada de ciervos,
serpientes de jardín,
coyotes hambrientos,
oposumes,
ardillas, ratones,
salvajes pájaros que por el día
saltan apurados,
gallinas ¿o auras?
cacarean buscando
entre las miasmas,
la comida que sobra
los granos regados en la tierra,
basura desplegada en el portal.
Cayó un pájaro del árbol.
O pudiera ser del cielo.
Vuelo enfermizo, interruptor.
Mi perro lo vio y se acostó a su lado.
Pasé el día tratando de descifrar
aquel augurio,
tan mal pensamiento,
interpretación difusa y dislocada.
A pesar que todo, era bien claro.
Unos días después murió el perro.
Relámpago, hermoso caballero.
Cabeza caldea con un rostro de anciano,
Nabucodonosor yo lo llamaba.
El pájaro cayó entre las hojas,
sus delicados párpados,
finas membranas de inocencia,
sus ojos guardaron.
Errado vuelo que cambió el color de su plumaje.
No puedo, no quiero mirarlo.
Hay algo en los pájaros que caen, un vencimiento,
parecen sonámbulos que el aire ya no oye.
Sus alas renuncian a la gravedad del tiempo.
El perro fue a saludar al forastero.
La noche con él tras la silueta.
Yo, caminando sin deseo
no intenté desviar su camino.
El perro huyó de mi mano.
De pronto un choque, la pared.
Confusión, parálisis.
No, no puede ser.
Qué sequedad en los labios,
qué fatal concurrencia de la niebla,
qué pesadilla.
Un temblor aguanta mi tobillo.
Sin vestiduras.
No importa si los dientes están sucios,
o si las manos huelen a ajo o a cebolla.
Lo único que sale de mí es un graznido.
Soy ese cuerpo perdido, un poco frío,
Solo siento su corriente,
chorro de amor desperdiciado.
¿A dónde me dirijo?
Tengo que ir, aunque no tenga fuerzas.
Lo cargo sobre mi espalda
Pido ayuda a extraños.
Auxilio, que me auxilien pido.
No importa el dinero,
las monedas que llevo
no valen para nada.
Soy solo lo que puedo ser,
una emergencia.
Te colocan en una caja,
preámbulo de una fosa.
Todavía los ojos tienen vida.
Me engaño creyendo
que existen soluciones, plegarias.
El pájaro muerto se encierra en tus pedazos.
Tus ojos son botones brillantes
que caen de tu abrigo perdiéndose en la nieve.
Gotas de sangre que no percibí
comienzan a desdibujar tu cuerpo.
Lo que expira es ilusión,
sueño, una pasada alegría.
Silencio encorvado,
un rosario caduco, desatendido.
Yace cada mañana polvoriento, sin sitio.
Pide ser leído como un viejo libro abandonado.
Le ha llegado su hora.
Dios, dijo María.
Salva a esta bestia
Sálvanos de tanta angustia y perfidia.
Sálvame de conocer el universo.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012).