Lo cierto es que hace más o menos un lustro ciertos escritores del Oriente (del país) han dado de qué hablar (por su literatura o no) al resto de la Isla. A contracorriente, contracultura casi, granjean una visibilidad creciente. Suscitan polémicas, emociones, sentimientos encontrados "en el resto".
Lo cierto es también, que si echamos cuentas, han cubierto los más y más importantes premios nacionales, desde el David (dos años consecutivos, uno por Javier L. Mora y otro por Leandro Báez), y La Gaceta de Cuba en sus respectivos Premio y Beca de Creación (Oscar Cruz, Yunier Riquenes, Jamila Medina) hasta, para no ser demasiado exhaustivo, el Premio Alejo Carpentier en ensayo (Jamila Medina).
La silenciosa invasión de algunos hacia la capital solo ha disimulado el origen, pero no la rebeldía (o irreverencia en algunos de los casos) como postura estética, filosofía de vida o cosmovisión del mundo, de los cánones literarios; aunque quizás los más radicales, no solo por su expresión estética, sino y mayormente, por los argumentos que la sostienen permanecen, en lo que aquí convendríamos en llamar: la matriz oel oriente del país.
"Los muchachos del Oriente", como le escuché decir a Reina María Rodríguez aquel viernes 13 en la presentación de Marabú, uno de los más recientes poemarios de José Ramón Sánchez y propio de la colección Torre de Letras, ganaron la expectación de no pocos y sí muy selectos escritores que allí, en la librería Fayad Jamís, se dieron cita: Víctor Fowler, Caridad Atencio, Rito Ramón Aroche, Jesús David Curbelo, Soleida Ríos —menciono solo por satisfacer curiosidades.
Oscar Cruz, su editor y esta vez junto a Reina también presentador, supo sacar lascas al concepto del libro, tan espinoso como la misma planta. Marabú, nos relata Oscar, es en principio el regreso de José Ramón, luego de un peligroso margen de siete años, a la poesía. Diametralmente opuesto a Aislada noche, suprimogénito, que viera la luz en el 2005 por Letras Cubanas, este, se plantea comunicar, le interesa el diálogo con lector y exponer una realidad que, a decir del autor, solo logra con un lenguaje sencillo, descarnado y directo.
Si bien en la aporía de Oscar: "todos los regresos son malos", Marabú y también El derrumbe —presentados en coincidente ocasión— fueron defendidos por él como las únicas fertilidades que disfruta el autor por estar de vuelta a Guantánamo, su ciudad natal. Sobre tal asolación que esos títulos sugieren, se establecen sus pilares estéticos.
Marabú –continúa el presentador-, planta espinosa que ha sustituido a la palma, no solo del paisaje oriental, sino además del concepto: árbol nacional, es una plaga tanto física como espiritual. Los que lo hemos cortado —y masculla buscando apoyo en José, Yansy, Javier—, hemos sufrido las causas de las leches del marabú, una o dos semanas perdura la mano inmovilizada o la parte del cuerpo donde te caiga aquello, y es que esta planta se abre camino por sí sola. Con pocos recursos (agua y sol) prolifera en cualquier terreno[1], también por ello ha invadido, además del paisaje, a los autores, al pensamiento de los hombres y a las políticas vida.
Vaciado de argumentos Oscar, todos atendimos al autor, que sin prisa, confesó: Me busqué después de siete años sin oficio de escritor y no me hallé en Aislada noche. Aquel era un libro barroco, de rebuscamientos, deudor de "la bella poesía nacional", de las lecturas de los simbolistas franceses —como apuntó en su momento Oscar—, del canon con el cual todos crecemos, obcecados, cual si ese fuera no más que el único para la poesía. No podía escribir con ese lenguaje las asperezas que a diario encara este José. No me interesan —continuó— los textos "correctamente escritos" pero faltos de vida, de energía.
El panorama de la poesía nacional es muy aburrido —insiste refiriéndose a algunos de sus contemporáneos, y hay ahora en la sala un silencio denso, escudriñador—. A nadie le interesa —continúa— esa poesía muerta, que no dice nada, lo más importante es el impulso del poema, fin de la cita. Después una pausa y de algunas diferencias expuestas a media voz, indescifrables, el silencio se rompió en Soleida.
—Entonces… ¿no te interesan los autores cubanos?
—Claro que sí —reaccionó con prontitud el poeta—. Tenemos a Martí, que es un clásico de todos, me interesa Lezama, algunas cosas de Severo, Virgilio, y claro también por una cuestión territorial, Regino Boti, Poveda…
—¡Ah!, -continúo Soleida- ¿y no sigues a alguno en particular?
—No tengo preferidos, no sigo escuelas, tomo de Lezama lo que me sirve de Lezama y de Boti, el cual he leído mucho, lo que me sirve de Boti.
—¿Crees que esta manera de expresión es el único camino que existe para la poesía cubana?
Es el que yo he encontrado —sostiene con actitud visiblemente conciliadora—. Todos pueden elegir un camino, el problema es que ese camino fructifique. Puedes decir que has elegido tal o más cual camino, pero si no tiene vida, no me interesa.
Corroborando luego los apuntes de su presentador, bojea las zonas del libro y refiere los poemas que hablan de su infancia. Una infancia evocada desde un sujeto lírico reflexivo, que a consejo de Rilke, nos hace ser auténticos.
En esa zona, no enmarcada bajo título alguno, resalta una revaluación de uno de los mejores textos que exhibió también en Aislada noche: "Contra el muro" y cito: "Tiro la pelota contra el muro de palabras/ hasta incorporar el mundo al él, / hasta incorporarme a la pelota/ y yo ser ella/ contra un muro sin palabras".
En otro texto, "Bajo el agua", la persistencia de la obstinación trasciende el paso a la muerte a remedo de la persistencia del "Insomnio" de Virgilio Piñera, tampoco en Marabú, segúnreza el texto, la muerte es suficiente para destruir la obstinación: "Se hundió dos metros bajo agua/ y sostuvo su cuerpo en posición horizontal: / hasta que las corrientes lo movieron/ y fue sacado con la misma/ obstinación en el rostro".
Con perdón de las omisiones, tales textos y otros como "Al demonio", "Mayo 2" y "Hay que volverse poeta", sostienen el concepto que Marabú refleja sobre la aridez, lo descarnado; no percibo con la misma solicitud, los que integran una zona del libro "Marrón". También el mismo Rilke, que instaba a refugiarse en la infancia, aconsejó huir de los temas de amor; aunque en este José, menos que amor, nos llega el oficio del sexo de una manera verdaderamente animal, instintiva, química, incluso, no sin gracia, pero escasa de potencialidad respecto a los textos que inician y cierran el libro. Se muestra un depravado transductor de vibraciones sexuales, que si bien logran erotizar, no consiguen más que eso, a diferencia de muchos de los otros textos —algunos ya mencionados— que exigen una relectura, una reflexión. Lo caricaturesco en las narraciones de marrón, nos hace sospechar, no de la honestidad, sino del oficio para contarlo.
Hablando sobre esos textos el mismo José Ramón apunta: Hay en el libro también una zona altamente sexual —me refiero a "Marrón"—, casi pornográfica y lo digo sin prejuicios a la palabra, pues son también realidades que uno afronta a diario.
En congruencia también comentaba Oscar que, con todo respeto, el sexo en las zonas del Oriente suele ser más animal —fecundo, extraigo yo de sus palabras—, y es casi imposible sustraerse a ello. En este cuaderno del libro, José Ramón aporta su visión acerca del tema.
Este libro, que Reina María acentuó de excelente, no deja de ser una pieza notable en el quehacer más actual de la poesía cubana. Sin embargo, todavía nos sugiere una circunstancia de tránsito, de búsqueda que, quizás en El derrumbe, se precise. Con todo, Aislada noche y ahora también Marabú, continuarán de seguro dando de qué hablar en el panorama de la literatura cubana actual.
[1] Escribe José Ramón Sánchez en el texto "El árbol nacional": "no prolifera con sombra. Naturalizada en toda Cuba la extensión excesiva comienza en suelos ligeros, tanto arenosos y ácidos como calizos y ultrabásicos neutrales. Prefiere los terrenos arcillosos y seguir el curso de los ríos".
José Ramón Sánchez, Marabú (Torre de Letras, La Habana, 2011).
Un poema de José Ramón Sánchez: El derrumbe.