Entrar al puente evadiendo a Dios. Luego, cuando bajo el puente estás seca te preguntas cómo puede haber un puente para evadir el agua.
Luego el puente es un minuto, estrategia modular de los paisajes y tú allí, debajo, encima del puente, asomándome el sueño, el escondite.
Entras al puente y sales. Cuando estás afuera sueñas con la piedra. La velocidad es otra entonces.
Estás desnuda, el tipo te reconoce. Es rubio e intenta jugar pero no quieres, tu velocidad se mantiene quieta entre las líneas. El tipo insiste, sonríe, te muestra sus dientes cariados, su discurso. Trata de convencerte de lo absurdo de caer. Es rubio, su brevedad molesta.
Pero estás desnuda sobre el puente, desnuda como una oración destinada a algún capítulo de Rayuela y te dices que volar como un paraguas podría ser romántico o tal vez en la sola virtud de ser paraguas radica la belleza. Un puente y un paraguas, la mujer desnuda que eres sobre las líneas a punto de caer y el tipo rubio y la velocidad.
Entras al puente, nadie te pidió morir pero tu rostro es un metal desafinado. Tienes unas ganas tremendas de morder y solo el aire se acumula gordo, vital entre los dientes.
Podrías largarte y morder algo antes; regresar mañana o luego cuando el tipo rubio se haya largado también a repartir su brevedad de lazo.
Tienes que decidir, sabes que el puente no irá a ningún sitio, te esperará, calmado en su longitud, en su lomo de animal terrible.
Saltas, no sabes si Dios o el puente te sostienen, si has decidido irte a comer, si la velocidad o el tipo, si ya eres el paraguas o el sonido hueco del paraguas o Dios.
Te preguntas cómo puede haber un puente si el agua te convoca, si una sola luz no basta para hallar el sueño o la oración perfecta o el sonido perfecto.
Estiras tus dedos. Yo me precipito, cierras la ventana donde una chica llora sobre el puente, el puente que a su vez es la chica desempolvando el vértigo, la noche. Cierras las ventanas desde otras ventanas que no serán las mismas. Donde los puentes se abren hay otras chicas precipitando el sueño, la caída.
Lleny Díaz nació en Placetas. Ha publicado el libro de poemas Sobre mi espalda desnuda otro silencio vive.
Otro poema suyo: Desorden mayúsculo.