Entre 1989 y 1992, un cambio profundo, irreconocido y envuelto en diversas tramas de continuidad, tuvo lugar en Cuba. El mundo soviético, en que se había reproducido la mayor parte de la experiencia revolucionaria cubana, desapareció de golpe. La URSS y el campo socialista constituían el principal mercado para el azúcar cubano, la fuente básica de abastecimiento de energía a la Isla y algo más: el ideal de una sociedad avanzada, la imagen de un futuro al que el país caribeño se encaminaba, bajo la conducción de sus hermanos eslavos, asegurando con dicha alianza un estatuto económico, social y cultural diferente, por desarrollado, al del resto de América Latina.
El cambio no se reflejó en las instituciones del poder político que siguieron siendo las mismas, ni en los líderes o sus estilos de gobierno, que también siguieron siendo los mismos. Pero sí se reflejó en la ideología y la propaganda oficiales que, rápidamente, se desplazaron del marxismo-leninismo al nacionalismo revolucionario, y en la política exterior del Estado insular, que desde el diagnóstico de un supuesto "doble bloqueo" —el de Estados Unidos y el del excampo socialista— reorientó su estrategia geopolítica hacia China, Viet Nam, Corea del Norte y, un poco más adelante, las nuevas izquierdas gobernantes en América Latina.
Un impacto sustancial de la descomposición de la URSS y la desaparición del campo socialista tuvo lugar en la cultura. No solo en la cultura letrada, dentro de la cual pesaba extraordinariamente la relación con la literatura y las ciencias sociales soviéticas, sino también en las artes, el cine y, sobre todo, la vida material: el entorno de objetos domésticos o públicos e, incluso, las imágenes que constituían el decorado de las casas y la publicidad gubernamental. Luego de 1992, la ausencia de Moscú en esas zonas, fue tan perceptible como desconcertante y el silencio sobre la misma vino a tejer otro de los tabúes de la esfera pública cubana.
Era —y será— tarea de historiadores medir la profundidad de aquella conexión o aquilatar el peso de esa influencia. Mientras esperamos por esas historias, el tema es emplazado, con eficacia, por un grupo de estudiosas de la cultura cubana, que han marcado el campo académico en los últimos años, sobre todo, en el medio universitario de Estados Unidos. Los estudios de Jacqueline Loss, Odette Casamayor, Damaris Puñales y Mabel Cuesta son tanto el resultado de un ascenso de la intervención intelectual sobre el tema en la última década, especialmente en la diáspora cubana, como la evidencia de una saludable transnacionalización de los análisis sobre Cuba.
La antología compilada por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto —Caviar with Rum. Cuba-USRR and the Postsoviet Condition—, que reúne a académicos, escritores y artistas de la Isla y la diáspora —Carlos Espinosa, Reina María Rodríguez, Jorge Ferrer, Aurora Jácome, José Miguel Sánchez (Yoss), Polina Martínez Shvietsova, Dmitri Prieto Samsonov, Pedro González Reinoso, Gertrudis Rivalta Oliva…—, fue una primera exploración del terreno. Se trata de un asedio multilateral a los testimonios de la experiencia soviética en Cuba, acumulados en las dos últimas décadas. Un asedio que recorre novelas, poemarios, otras de arte y rastros de la cultura material, postulados como archivo de una relación constitutiva de sujetos únicos: dos o tres generaciones de habitantes de una isla del Caribe hispano, involucrados en la construcción de un socialismo real.
La antología de Loss y Prieto puede ser leída como un muestrario de ese archivo que las otra cuatro monografías, escritas por Loss, Casamayor, Puñales y Cuesta, someten a crítica. Tan revelador del momento postsoviético es la confluencia de miradas sobre un mismo archivo como el deslinde de perspectivas conceptuales frente a la experiencia cubano-soviética. Si bien las cuatro entienden lo postsoviético como un momento y, a la vez, una condición, es decir, como una marca temporal y afectiva, no todas conceden la misma importancia al momento y la condición precedentes, los de la sovietización de Cuba, un largo y cambiante periodo mal estudiado.
El uso de diferentes conceptos o antinomias es revelador de la existencia de un debate sobre la Cuba soviética y postsoviética que habría que hacer más visible. Loss, por ejemplo, habla de un "imaginario cubano-soviético", Puñales de una "comunidad sentimental cubano-soviética" y de un "ideal soviético en la cultura cubana", Casamayor apela a la tensión "utopía/distopía" que propició la caída del Muro de Berlín en autores de las dos últimas décadas (Abilio Estévez, Senel Paz, Leonardo Padura, Ena Lucía Portela, Pedro Juan Gutiérrez…) y Cuesta lee la Cuba postsoviética en clave de género, como un escenario que favorece la emergencia de una escritura femenina (Zoé Valdés, Mylene Fernández Pintado, Mariela Varona, Odette Alonso, Teresa Dovalpage, Ana Lidia Vega Serova, Karla Suárez…), de los 90 para acá, que protagoniza la lucha corporal por la voz pública.
Las intervenciones de Loss y Puñales comparten una misma preocupación por el tránsito del momento soviético al postsoviético, que interroga el vacío historiográfico de las conexiones institucionales y culturales entre Cuba y el campo socialista. Loss, sin embargo, se centra más en poéticas literarias construidas durante la perestroika y la glasnost o luego del colapso soviético, como las que ponen en escena los poemarios de Reina María Rodríguez y Emilio García Montiel, los ensayos y relatos de Antonio José Ponte, las novelas de José Manuel Prieto o los diarios de Wendy Guerra. Puñales se mueve un tanto más arqueológicamente e intenta captar inscripciones de lo soviético desde los años 70 y principios de los 80, en la narrativa de Manuel Cofiño, Jesús Díaz, Félix Luis Viera o Reynaldo González.
Ambas, Loss y Puñales, también intentan explorar ámbitos no letrados de inscripción de la memoria soviética, en las artes plásticas y audiovisuales y la cultura material. Loss se interna resueltamente en ese flanco, en su análisis de la obra Antonio Eligio Fernández Tonel o Lázaro Saavedra, mientras que Puñales, al final de su libro, trabaja más al nivel de los rastros soviéticos en el paisaje urbano y doméstico de la Isla. La certidumbre de que el momento soviético o el postsoviético, en la cultura cubana, deben ser estudiados más allá de la frontera letrada, invita a un abordaje en diálogo con la sociología, la antropología o la historia, que logre dar cuenta de todas las dimensiones de ese enlace entre el socialismo cubano y los comunismos del Este.
El hecho de que estos estudios se produzcan sobre un vacío epistemológico, determinado en buena medida por las ambivalencias con que el poder cubano asume su pasado soviético, explica la sensación de duelo que se tiene al leer a Loss y Puñales. Las dos autoras están lidiando con la pérdida de una historia y un sujeto, con la necesidad de recuperar esas coordenadas de la historia contemporánea de Cuba por medio de la memoria. No es raro que en el libro de Jacqueline Loss, sobre todo, se rinda tributo a la mayor evidencia antropológica de ese trance, que son los palavinas o hijos del mestizaje soviético-cubano. Los palavinas vendrían siendo, aquí, una tipificación étnica del sujeto sobreviviente.
Como en todo duelo, el dolor por la pérdida se expresa acompañado de un estado de satisfacción que verifica el fin de un mundo. El sobreviviente del comunismo siente, a la vez, dolor y goce por la superación de un pasado con un sentido preciso de la historia. El totalitarismo comunista, como el fascista, era, ante todo, un mundo seguro, con una representación tangible del destino personal de cada quien. El tránsito a la libertad implica un abandono del sujeto a sí mismo, un desplazamiento de la soberanía al individuo, que genera incertidumbre y soledad. Es lo que Odette Casamayor intenta captar con el concepto de "ética de la ingravidez", una de las formulaciones más sofisticadas que hemos leído en estos libros.
Cierta nostalgia epidérmica, escasamente mediada por la crítica, se lee aquí. Pareciera, por momentos, que es más lo que se pierde que lo que se gana con el fin del enclave soviético. Nostalgia que habría que relacionar con los dilemas de localización de la cultura cubana, heredados de dos siglos de conexiones imperiales. La plena reintegración de Cuba a América Latina molesta en diversas zonas de los discursos culturales cubanos, donde se rearticulan imaginarios raciales y nacionales que buscan referir el afuera del país a comunidades electivas. Ese malestar se proyecta por medio de una idealización del pasado soviético, pero también de una búsqueda obsesiva de otras metrópolis para la isla.
El libro de Mabel Cuesta se distingue de los otros por una apuesta más evidente de politización del discurso, por la vía feminista, que se deshace de cualquier retrospectiva nostálgica. El momento postsoviético es entendido aquí como una oportunidad de liberación del lenguaje, que abre nuevos horizontes para la proyección de poéticas y políticas en el campo intelectual. Esta última dimensión, la del ensanchamiento de la plataforma de las políticas intelectuales, es fundamental para comprender la condición postsoviética más allá de la nostalgia y el duelo, no tanto como agotamiento de una experiencia histórica sino como punto de partida para la postergada democratización del país.
El tema de la inmersión de Cuba en el campo socialista, como demuestran estos libros, se ha establecido finalmente en los estudios culturales. En buena medida, los estudios culturales han actuado como formas del saber que atisban un universo conceptual que rebasa los límites epistemológicos de la disciplina. El atisbo ha tenido, además, el mérito de quebrar una interdicción erigida por discursos públicos, deudores de diversas y, por momentos, antagónicas modalidades del nacionalismo cubano, hibernadas en ambos polos de la Guerra Fría, que convergen en disminuir la importancia de las relaciones entre la Unión Soviética y Cuba. Es por ello tan necesario que otras ciencias sociales se adentren en esa trama y arrojen luz sobre esa conexión geopolítica, decisiva en la historia latinoamericana del último medio siglo.
Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, eds., Caviar with Rum. Cuba-USSR and the Postsoviet Condition (Palgrave McMillan, New York, 2012).
Jacqueline Loss, Dreaming in Russian: The Cuban Soviet Imaginary (University of Texas Press, Austin, 2013).
Odette Casamayor-Cisneros, Utopía, distopía e ingravidez: reconfiguraciones cosmológicas en la narrariva postsoviética cubana (Editorial Iberoamericana, Vervuert, Madrid/ Frankfurt, 2013).
Damaris Puñales-Alpízar, Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana postnoventa ( Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2013).
Mabel Cuesta, Cuba postsoviética: un cuerpo narrado en clave de mujer, Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2013).