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Crítica

Lilliam Moro, al centro de su voz

Su poesía siempre ha reclamado un puesto en el enfrentamiento con la Historia, pero ha ocupado ese puesto sin aspavientos ni estallidos, con un lenguaje firme y sosegado.

Miami Beach

Al cabo de medio siglo de labor, casi todo creador siente la tentación de mirar hacia atrás y observar el camino recorrido en términos artísticos. Si acepta esa tentación con entereza y lanza una mirada de conjunto al trabajo de tantos años, también sentirá el deber de ponerlo todo en algún orden, como si la obra misma pidiera unos toques finales, cierta nueva concreción o precisión, y nos advirtiera de que, por suerte, nuestro paso por el mundo no va a ser interminable.

En el caso concreto de los escritores cubanos exiliados de mi generación, es evidente que va siendo hora de acometer esa tarea. Tras cinco décadas de esfuerzos para darnos a conocer y expresarnos, ante circunstancias casi siempre desfavorables, muchos de nosotros percibimos ya la necesidad de compilar nuestra obra y resumirla, decantar y pulir lo dicho, salvar lo que se deba salvar y revisar lo que sea necesario revisar. La edad impone achaques (no entremos en detalles, por favor), pero también nos va entregando claridad de perspectivas y una visión diáfana de nuestro deber.

Asumimos nuestra vocación desde muy jóvenes y esa vocación, mal que bien, nos ha definido literaria y humanamente, plasmándose en letra impresa o en viejos manuscritos guardados aún en las gavetas. Ahora tenemos que dar contorno final a los frutos de esa vocación, no porque pensemos necesariamente en la trascendencia o en la fama, sino porque ese gesto constituye un requisito de índole moral y estética. No sería justo ni amable marcharnos hacia el otro lado del espejo y dejar esa labor en manos de extraños, por muy angelicales y bienpensantes que estos puedan ser. Tampoco sería, me parece, muy valiente.

Ya Isel Rivero cumplió en gran parte ese deber, al publicar en 2003 su Relato del horizonte, donde recoge su obra poética hasta ese año; yo mismo pude concluir un proyecto similar hace unos meses, al publicar Rondas y presagios, donde incluyo mis poemas escritos desde 1969 hasta 2012. Hoy me corresponde presentar, con orgullo, un volumen en que Lilliam Moro ha compilado su producción poética de cincuenta años, desde 1963 hasta hoy.

Presentar a Lilliam esta noche es para mí un honor, una satisfacción excepcional, una ocasión de manifestar el respeto y la admiración que siento por su obra literaria y por su honestidad intelectual; pero también es algo más: un festejo de familia. Con Lilliam no me unen vínculos de parentesco biológico, sino lazos de otro tipo, basados en la hermandad de espíritu y en las convicciones comunes acerca de la creación artística en general y la misión del escritor en particular. Ella y yo somos miembros de una familia frágil e intangible, que nunca se define en unos días ni en unos meses, ni siquiera en algunos años, sino que crece durante largo tiempo y muy despacio, nutriéndose de vivencias y convicciones sustanciales, definitorias.

Muchas de esas vivencias que tenemos en común ocurrieron, como es usual entre cubanos de hoy, en el terreno donde los poderes políticos asestan sus conocidos zarpazos. También a ella, desde los años 60, esos poderes trataron de imponer una conducta falsa, una identidad mutilada. Ante esa hostilidad de quienes se imponían por la fuerza de las armas o por la demagogia, o por otros métodos más viles aún, Lilliam adoptó siempre una actitud ecuánime, resuelta, limpia: se ha puesto sin vacilaciones del lado de la verdad, de la bondad y la esperanza, nunca del lado del egoísmo ni del resentimiento y la frustración.

Es decir, ha buscado afirmarse en la dignidad de la palabra, en la expresión genuina y honesta, que solo nace de la libertad. Nunca se ha dejado llevar por el rencor, muy humano pero a menudo estéril, ni por la amargura, que tanto puede corromper o lastrar al individuo. Los que se adentren en este libro maravilloso que hoy presentamos se percatarán enseguida de que en estos versos no hay resquemor, sino magnanimidad; hay recuerdos duros, pero no resentimiento; hay entereza y dignidad ante la agresión, pero al mismo tiempo serenidad, disposición a la grandeza y a la comprensión.

La obra de Lilliam Moro es un buen ejemplo de lo que puede llegar a ser la expresión literaria como manifestación de resistencia: su poesía siempre ha reclamado un puesto en el enfrentamiento con la Historia, pero ha ocupado ese puesto sin aspavientos ni estallidos, con un lenguaje firme y sosegado. Su actitud no es un rechazo a la necesidad de señalar el crimen; es, por el contrario, una manera habilidosa de lograr que las dimensiones monstruosas de ese crimen queden a la luz.

La suya es una batalla a largo plazo; su rostro mira a lo lejos, con la frente en alto, sin temor. Su voz nos trae un canto a la nobleza y a los demás valores positivos de la criatura humana, que son intemporales por definición, y por lo tanto indestructibles.

 


Texto leído en la presentación de Obra poética casi completa (1963-2013) de Lilliam Moro (Silueta, Madrid, 2013).

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