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Debo al buen consejo de un amigo y a mi perfecto aburrimiento frente a la literatura cubana actual, la lectura de una novela alegre y performática, que vino a suplir (al menos en las horas que me ocupó tal consumo) mis largas carencias de emociones literarias. Y se trata de Carbono 14 (una novela de culto).
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Ahora bien, la pregunta evidente en casos como este es la siguiente: ¿y qué hace un poeta hablando de narrativa contemporánea y atreviéndose aquí a presentar una novela? Debo decir en primera instancia que, aun cuando parezca absurdo, aquello que no dice la poesía cubana de hoy, sí está en el oficio de ciertos jóvenes narradores, que empleándose a fondo en subvertir los valores estéticos de la narrativa actual, han abierto una senda moderna por la que transitan los más acertados y pintorescos paisajes de lo real.
Me explico: lo grotesco y pantagruélico de lo cotidiano está aquí, en un lenguaje muy próximo a lo que debe ser la buena poesía. Y así funciona Carbono 14: una máquina preparada para des-articular el cansancio de la realidad, en un andamiaje paródico que la explica sin excesos ni lloriqueos, al modo en que un grupo de obreros modernos —generalmente de visión marginal— construye un edificio público: es decir, colocando pesados bloques de hormigón, uno tras otro, mientras cantan las habituales canciones de moda que hacen las delicias del vulgo. El desenfado que, lógicamente, siempre exige todo aquello que agrupamos bajo el rótulo de "buena literatura".
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Carbono 14 (una novela de culto) no es, sin embargo, una ficción común, al menos en lo que respecta al campo ficcional de la narrativa cubana: la historia está ambientada en La Habana de cualquier año del siglo XXI, pero vista desde la imaginación de un mundo absurdo y una atmósfera irreal, en la que los protagonistas, Evelyn y JE, parecen ser (a primera vista) el resultado de su propio entorno: dos seres que vagan y actúan automáticamente, en busca de una remota identidad y un sentido que se ha perdido para siempre. Esto, por supuesto, explica por qué Carbono 14 no llega ser a plenitud una historia de ciencia-ficción: se trata de una novela de la irrealidad de lo real, o lo que es lo mismo: de la realidad de lo irreal cotidiano.
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Jorge Enrique Lage (La Habana, 1979), su autor —y a quien debemos otras historias de tono parecido como Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (Extramuros, La Habana, 2004), Los ojos de fuego verde (Casa Editora Abril, La Habana, 2005), y más recientemente Vultureffect (Unión, La Habana, 2011)— sabe muy bien cómo manejarse en estos ámbitos: sus planos narrativos son composiciones acabadas de la realidad, en la medida en que superpone una capa de ficción sobre otra: nada mejor que la parodia y el absurdo para explicar el cuerpo de lo real, lo grotesco de una realidad que no se ha sabido pintar de la mejor manera.
Una tarea más bien difícil de lograr, según parece, toda vez que, como se dice en las calles, "la realidad supera (con creces) a la ficción". En efecto, hay en Carbono 14, un regodeo por mostrar la realidad, pero travestida, de manera que el lector tome en su recorrido por la novela cierta distancia del barato y mal llevado realismo, que a la larga, ni es realismo, ni explica nada de lo que lacera y consume de lo cotidiano. La técnica de Lage es otra: utilizando el mismo material, pero con otro ropaje, aprovecha las ventajas del discurso paródico para desmontar los planos de lo real y construir así un universo ficcional que simula ser la realidad misma, un simulacro dentro de un simulacro, lo que provoca que a la postre, toda la historia sea tan creíble como otra cualquiera.
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Evelyn y JE, los protagonistas de la novela, son dos seres que habitan la ciudad cada uno a su modo, y que viven según lo indican las propias circunstancias: sin preguntar nada más allá de lo necesario, y siguiendo los patrones generales de conducta. Sus caminos son más o menos diferentes solo hasta el punto medio de la novela: Evelyn ha llegado sin saber ella misma cómo, de un lugar (en la historia se llama planeta) del que tiene poca memoria llamado Cuba, que parece haberse desintegrado, y ha caído de golpe en La Habana, una ciudad que vive el siglo XXI entre tecnología y sinsentido.
JE, en cambio, es el habitante por excelencia de la ciudad: arrastra su existencia entre mujeres chic y un amigo escritor llamado Frank al que apellida "El buitre" que escribe un libro titulado Vultureffect (un curioso guiño intertextual) mientras hojea diariamente todas las ediciones del Granma. JE (que vendría siendo el alter ego irreal del autor: Jorge Enrique, según rezan las iniciales de tal nombre) ha comprado casi por casualidad un aparato llamado "kit radiométrico" que funciona a base de carbono 14, y que sirve (por supuesto) para medir la antigüedad de las cosas sobre las que este sea colocado.
El personaje descubre que los objetos más antiguos de la humanidad son la ropa interior femenina, y así da inicio a una obsesión compulsiva, casi demoníaca, que lo llevará a probar la validez del aparato bajo las faldas de todas las mujeres que se encuentra a lo largo del resto de la novela. Entretanto, Evelyn, sin motivo aparente alguno, ha tenido que matar a un escolar a quien roba el uniforme. Al paso de los días comienza a aclimatarse a la nueva realidad que le ha tocado en La Habana, una ciudad que no conoce, y se convierte en una afamada actriz de teleseries, pero su crimen termina siendo descubierto, y decide escapar. Y aquí llegamos al punto medio de la novela: el momento en que tropiezan por pura casualidad Evelyn y JE en una esquina habanera. Lo demás es relativamente fácil: en ese instante sus destinos se cruzan y terminan huyendo juntos, cada uno de su propia irrealidad.
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Si bien Evelyn y JE guían toda la trama de la historia, una larga lista de personajes secundarios complementan la narración. Así desfilan los seres más disímiles, reflejos de una existencia absurda y sin sentido, que constituye la atmósfera de toda la novela. Quizás el más importante de todos sea la misma ciudad: La Habana de un año cualquiera del siglo XXI, sitio en el que se mueven a tientas los personajes, y que sin apenas mencionarse demasiado, se sabe que es la causa y el centro emisor de todos los conflictos.
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Pero lo fundamental en todo esto es la manera en que la novela recupera cierto sentido de lo estético, del valor de lo literario pensado a partir de lo que recrea y advierte, de lo que sobresalta y estimula, lejos del excesivo aburrimiento que acostumbramos encontrar en la literatura cubana actual. La capacidad de imaginación con que el autor hace avanzar la trama, al tiempo en que utiliza todas las ganancias y técnicas de la narrativa experimental, son de un valor altamente positivo, y establecen un stop, una señal de aviso de lo que debe ser el buen oficio de contar historias.
Frente al patetismo y la pacatería sin ambición de la que adolecen hoy nuestros autores, Lage ha logrado en su Carbono 14, una obra que revitaliza el género narrativo y que provoca una lectura atenta y divertida. No creo que haya un mejor motivo para hacer el trayecto de unas horas ante una historia que, si al final, difícilmente no logra distraer, al menos ocupará de la mejor manera el espacio que podríamos dedicar al helado de cualquier cosa frente al calor, o a la mala televisión.
Jorge Enrique Lage, Carbono 14 (Una novela de culto) (Ediciones Altazor, Lima, 2010).