Es lógico que los gobernantes cubanos, tras casi seis décadas de imponerle a la sociedad sus reglas de juego, no se adapten a la idea de que algo se mueva en la Isla al margen de su control omnímodo. Esa sería la causa principal del odio enfermizo que experimentan hacia las relaciones de mercado.
La animadversión que sienten por el mercado se manifiesta fundamentalmente en la esfera de la economía, con el tope de precios que extienden incluso a actividades no estatales. Sin embargo, por estos días las diatribas contra el mercado parecen haberse trasladado al sector de la cultura.
Las autoridades culturales siempre han estigmatizado las prácticas artísticas que, de acuerdo con el punto de vista oficial, le hacen "concesiones" al mercado. Es decir, aquellas que se guían, en primer término, por el gusto de los consumidores del producto cultural, y en consecuencia les brindan mayores ingresos a los creadores. Aquí podríamos incluir, entre otros, al reguetón, algunos espectáculos musicales que se ofrecen en determinados centros turísticos, así como la literatura que indaga en los sitios más oscuros o problemáticos de la realidad nacional.
Semejante ofensiva gubernamental ha cobrado auge a raíz de recientes declaraciones del cantautor Descemer Bueno. En una entrevista aparecida en el periódico Granma —"No hay que tenerle miedo al éxito"—, y ante la pregunta de "¿cómo has podido llevar el hecho de hacer concesiones evidentes en tu carrera?", el autor del tema "Bailando" respondió que "Es muy inteligente hacer concesiones porque es muy penoso ver a músicos que tienen un gran talento, pero ni tan siquiera pueden mantener a su familia. Soy una persona que trato de mantener mi carrera de acuerdo a las exigencias del mundo. Quien me pida que deje de darle a la masividad lo que la masividad quiere, creo que a mi juicio está en un grave error".
Esas palabras de Descemer deben haber hecho sonar las alarmas entre los jerarcas del Ministerio de Cultura. Por tal motivo el pasado viernes la Mesa Redonda de la televisión cubana trató el tema "Música y mercado sobre la mesa", con la presencia del viceministro de Cultura, Abel Acosta, y otros directivos del sector.
Allí se dijo que la música cubana podría vincularse con los mercados internacionales, siempre y cuando no hiciese concesiones de "mal gusto" a las grandes empresas que dominan la difusión del producto musical. En ese contexto, el viceministro Acosta expresó que existe un plan diseñado desde el exterior para imponer un determinado gusto musical a los cubanos.
Y hablando de gustos, el ministro Abel Prieto, al intervenir en la última sesión del Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), realizada el pasado jueves, apuntó que "el gusto de la población se puede modificar, enriquecer y, en el caso de nuestro país, una de las grandes obras de la Revolución fue crear un lector capaz de asimilar de manera acertada y fluida literatura de altísima calidad, capaz de apreciar el arte más contemporáneo" (1)
Queda claro. Los mandamases de la cultura castrista no se oponen a que se manipule el gusto de la población. Solo que la manipulación debe ser implementada por ellos.
A propósito, valdría la pena preguntarle al señor Abel Prieto, ¿adónde fue a parar el único ejemplar del libro La vida en rojo que había en la Biblioteca Nacional de Cuba? Se trata de una biografía del Che Guevara escrita por el mexicano Jorge Castañeda, con facetas del guerrillero argentino-cubano que no son del agrado de las autoridades cubanas.
Según rumores, el libro fue retirado de la Biblioteca por órdenes "de arriba". Muchos de esos "lectores capaces" a los que se refirió el ministro se quedaron sin poder acceder a ese texto.