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Muerte de Fidel Castro

Ellos cantaron la jugada

El autor recuerda a cuatro escritores que dijeron o hicieron lo que estaba prohibido por Fidel Castro.

Miami

Ahora que Fidel Castro ha iniciado su tránsito forzado hacia los altares de la Iglesia Católica, rumbo a un sitio junto a las 401 deidades del panteón yoruba y los currículos del sistema nacional de adoctrinamiento, quiero recordar a los escritores que, en la época en que el dictador era terrenal y rabioso, dijeron lo que nadie se atrevía a decir o hicieron lo que él había prohibido.

Pienso que muchos artistas cubanos de la Isla o del exilio hayan tenido aunque sea un breve recuerdo para Virgilio Piñera, porque en una reunión en la Biblioteca Nacional presidida por Fidel Castro —que, por cierto, había puesto su pistola sobre la mesa— pidió la palabra y, lleno de miedo, dijo que tenía mucho miedo cuando lo que se pedía era entusiasmo y apoyo al régimen.

En efecto, habría recordarlo en su particular, húmedo y suave desafío con su pamela blanca regando las flores de su jardín o enamorado hasta el soneto de un tipo que vendía billetes en los momentos en que los homosexuales iban a la cárcel bajo una figura jurídica impuesta por el castrismo: afear el ornato público.

Me acuerdo de José Lezama Lima, un hombre que, a veces, salía de los universos que fundaba para decir unas frases irónicas sobre el sistema que algunos de sus colegas de América Latina aplaudían (y aplauden) hasta el delirio desde lejos.

El poeta solía decir que, cuando llegara a Cuba la invasión de norteamericanos que se pronosticaba y se pronostica todos los meses, a él, con sus 125 kilos de peso y envuelto en una guayabera hecha de sábanas, lo iban a ver con una forifai en la mano de azotea en azotea fajado con el enemigo.

En ese paseo de la memoria entra, disfrazado de guajiro, de payaso y de mariposa, Reinaldo Arenas, que estuvo meses escondido de la policía hasta que lo capturaron y lo metieron en la cárcel. Después, en 1980, lo montaron a la fuerza en un barco y lo obligaron a salir al exilio. Diez años más tarde, enfermo y desolado, se suicidó en Nueva York y dejó una nota de despedida.

Estas líneas son de aquella pieza: "Solo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país".

El último personaje de este recorrido es Heberto Padilla, el poeta de Fuera del juego, el libro de poesía más importante publicado en Cuba en el siglo XX. El escritor fue también acosado en la calle, confinado a un calabozo y, finalmente, se exilió.

Estas líneas aparecen en Fuera del juego, publicado en La Habana en 1968: "Hemos abierto casas para los dictadores/ y para sus ministros,/ avenidas/ para llenarlas de fanfarrias/ en la noche de las celebraciones,/ establos para las bestias de carga, y promulgamos/ leyes más espontaneas/ que verdugos,/ y ya hasta nos conmueve ese sonido/ que hace la campanilla de la puerta donde vino a instalarse el prestamista./ Todavía lo estamos construyendo/ con todas las de la ley/ con su obispo y su puta y por supuesto muchos policías".


Este artículo apareció originalmente en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.

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