Mi tío no se llama Sam (Editorial RM) es el libro del español Alfons González que recorre unos "50 años de propaganda cubana contra el imperialismo" y que según su autor "recoge la percepción de un país sobre una amenaza", publica El Diario.
"Lo que hay en el libro es una parte minúscula de todo el material que tengo. He podido consultar y digitalizar todo el fondo de diapositivas de la editora política del Partido Comunista de Cuba", dice el investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona.
En el libro aparecen hasta 93 ilustraciones, la mayoría correspondientes a carteles de propaganda que Fidel Castro mandó distribuir entre la población y colocar en las calles entre los años 60 y hasta los 90. Casi todas con una clara influencia soviética, recuerda la cartelería usada también por los republicanos durante la Guerra Civil española, señala el medio.
"La ciudad, en según qué momentos, está empapelada con carteles de todo tipo", cuenta González. Estamos hablando de carteles que muestran al Tío Sam con las manos cortadas, a la Estatua de la Libertad amordazada, a Nixon y a Hitler en un naipe con esvásticas o al famoso "No pasarán" bajo una rosa clavada en el pie de un soldado estadounidense. "Las gigantografías —las vallas— llegan a medir cinco, seis, siete metros y a ocupar espacios como la Plaza de la Revolución Cubana o la Oficina de Intereses", explica.
El recopilatorio de cartelería cubana separa las ilustraciones por décadas. La propaganda de Fidel Castro a su pueblo tiene un objetivo claro, según de qué año se trate, añade El Diario.
En los 60 hay que celebrar la victoria en Girón, en los 70 hay que combatir al enemigo, en los 80 hay que echar a la potencia imperialista, alejándola lo más posible de tierra y en los 90, con todo el camino andado a la espalda, se torna necesario parar y sacar pecho: "La unidad nos hace indestructibles", "Otro tiro por la culata" o "Con este pueblo no se juega" son lemas habituales en la cartelería de finales de siglo.
Para el autor del libro, Estados Unidos temió en algún momento la influencia que tendría esta propaganda sobre el pueblo cubano, sobre todo "en los primeros años de la revolución, en los que hay una adhesión unánime al proyecto ideológico. Ahora, con el paso del tiempo, este discurso a la población le es inmune porque se vuelve parte del paisaje urbano", explica González.
"A medida que convives con un discurso que es repetitivo, te inmunizas a ese discurso a medida que lo comparas con tu realidad cotidiana", considera González. "La costumbre de esa revolución se vuelve insípida", añade.