Cuando pensamos que ya nada podía sorprendernos, la realidad nos regala esta paradoja: la novela del proscrito, del furtivo, del ofensor George Orwell intitulada 1984, ha sido presentada por la editorial Arte y Literatura en la Feria Internacional del Libro de La Habana.
Para quienes han estado en coma en los últimos 20 años, informaremos que sí, que todo sigue más o menos igual por aquí: sigue la regencia del partido único comunista y la policía secreta del Cubsoc (que en nueva lengua quiere decir "Socialismo cubano"). No significa, el levantamiento de la censura contra esta obra, el fin de nada.
Durante décadas (nuestros pacientes recordarán) este libro ha circulado en Cuba de mano en mano, como una revelación valiosa "difícil de obtener y peligrosa de tener" —copio las palabras de escritor polaco Czeslaw Milosz.
Propongo que no hubo mejor momento para leerla por primera vez que el "periodo especial" de los 90. En aquel entonces, no solo podíamos identificarnos con los universales símbolos que acuñó George Orwell, como la Policía del Pensamiento, el Ministerio de la Verdad, el Gran Hermano (todo el mundo sabía quién era el Gran Hermano), o bien con la descripción de los mecanismos de un Estado totalitario que busca perpetuar un cónclave en el poder, sino que, al igual que los personajes del relato, nos encontrábamos comiendo el Pan de la Victoria, tomando el Café de la Victoria, con triunfantes cortes de electricidad, caminando por una ciudad que parecía destruida por una guerra que nunca ocurrió —como observa Antonio José Ponte—. Sin mucho esfuerzo, el ambiente nuestro se leía en esa obra. Pero sobre todas las cosas, sentíamos que estábamos en posesión de "El Libro", de ese ejemplar oculto y subversivo que se busca a través de la novela como un compañero y un remedio.
¿Qué ha cambiado, entonces? ¿Qué significa ahora la admisión de "El Libro" en los catálogos oficiales del Cubasoc? El único diario que aquí se imprime (¿hará falta decirlo?), órgano oficial del Partido Comunista, opina en su edición del pasado miércoles que "El Libro" es, en realidad, una crítica a ciertos totalitarismos circundantes que el mundo actual contempla espantado.
Totalitarismos, en puridad, hubo dos: el nazi y el comunista, según la definición de Hannah Arendt y George Orwell. Todavía sobrevive el segundo —si seguimos seriamente el concepto— en la República Democrática Popular de Corea. ¿Esto es lo que espanta al mundo actual, según nuestro diario comunista? ¿Será posible que estén proponiendo "El Libro" como una crítica a las democracias de Occidente? Me temo que sí es posible, como veremos más adelante. Para el autor de la novela, en cambio, y para los lectores de varias generaciones, no hubo dudas que el blanco de ataque no era otro que el totalitarismo estalinista, al cual la revolución cubana tanto debe.
Pero la elección del momento actual para publicar por primera vez en Cuba 1984 no debe tener como único propósito nutrir con un buen ejemplo la impudicia. Cuba vive hoy —el Gobierno de Cuba proyecta hoy— un ligero alivio en el control y la vigilancia con el fin de atraer la inversión extranjera.
El gesto de divulgar hoy a George Orwell aspira a crear esa distancia: pretender que nada nos relaciona con la opresión que describe. Declararlo inofensivo (atribuyendo la ofensa al contrario, al parecer). Mientras tanto, los mecanismos legales (e ilegales) que posibilitan la opresión siguen vigentes. De hecho, en buena lid, deberían declarar la edición inconstitucional, por atentar contra los principios del socialismo —acto que prohíbe nuestra furibunda Carta Magna—. Pero no estamos de humor. No es el momento.
De cualquier manera, el procedimiento para crear un Orwell cualquiera está descrito en las páginas del libro y se llama "doblepensamiento". Trátase este de una operación de engaño voluntario que el Partido Socialista exige a los ciudadanos para que la ficción de la Historia sea coherente. El sujeto debe estar dispuesto a "olvidar lo que era necesario olvidar", a "saber y no saber", "sostener al mismo tiempo dos opiniones que se cancelan, saberlas contradictorias, y creer en ambas". Por ejemplo: "creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia". Este es el esfuerzo que se nos pide ahora.
Del lado positivo, ya no habrá motivos para no incluir a Orwell en los programas de Humanidades. Esperamos con impaciencia la aparición consecuente de esa otra novela suya, Rebelión en la granja.