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Opinión

De cómo perdí al último Maestro

Gastón Baquero, José Lezama y Cintio Vitier: la búsqueda de un maestro entre los escritores del grupo Orígenes.

La Habana

La reciente lectura de una antología de artículos culturales publicados por Gastón Baquero en el muy Noticioso y Lucero Diario de la Marina, me ha inundado de nostalgia por aquellos, los Maestros perdidos.

Respecto a Gastón, no tuve la menor oportunidad. Lo conocí primero como personero político del general Batista. Creo que salió de Cuba entre aquellos primerísimos asilados de 1959, gente que se salvaba en tablitas del paredón. Alcancé a descubrirlo como poeta gracias a la antología Diez  poetas cubanos, preparada nada menos que por el hombre destinado a ser el papel de "villano" en este artículo: Cintio Vitier Bolaños. Desde entonces, no he dejado de prestarle devota atención.

Al Maestro que casi pude atrapar fue al gran Lezama Lima. Todos sabíamos que vivía en Trocadero 162, que no era comunista sino católico, que era muy difícil de entender. En general, se nos presentaba como el"eterno rival"de Nicolás Guillén. No lo entendíamos, pero al día siguiente de haber oído hablar de él, ya repetíamos que "solo lo difícil era estimulante" y nos incluíamos entre los convidados a "la oscura pradera".

Llevados por Lezama, dimos en José Julián del Casal y de la Lastra, fascinados por su tina de mármol rosa y su morirse de risa. Ante tanto furor revolucionario y materialista, no había mejor antídoto que repetir: "Ansias de aniquilarme solo siento".

Nos aprendimos de memoria las crónicas de La Habana Elegante, en aquellos tomos de la edición del cincuentenario de su muerte, preparada por el propio Lezama, para el Consejo Nacional de Cultura, en los años 60. Antes de que cayese en las siniestras manos del teniente Pavón.

La persona que jamás me franqueó el paso en Trocadero 162 fue su esposa, la Dra. María Luisa Bautista. Un domingo de fines del invierno del 72. Estaba afeitándome —antiguamente respetaba esa formalidad— cuando se me presentó la idea: no había que seguir esperando por terceras personas si yo simplemente podía aparecerme allí, de aquí estoy porque llegué, y seguramente premiarían mi audacia.

Así que me puse el pullover ruso tejido, azuliblanco, que era entonces mi prenda de gala y salí disparado para allá, sin almorzar siquiera. Consideré la idea de llevar conmigo algún libro suyo, la excelente Órbita preparada por el poeta Armando Álvarez Bravo, pero enseguida recordé el apotegma chino acerca de la fuerza insuperable del Cielo Vacío, aprendido en el propio Lezama y ya no lo pensé más.

Al llegar, la puerta estaba cerrada. Apreté el timbre y me abrió la Doctora, con su aire cordial pero reservado. Le solté mi petición, ella buscó señas por la izquierda, donde Lezama solía permanecer sentado, mientras me decía: "Hoy Joseíto tiene un poco de asma… ¿Usted es del interior?" Cuando le contesté que era de La Habana, la negativa se consolidó y tuve que irme, sin música ninguna, a comer arroz amarillo con vegetales en el Prado 264.

Años después, al fallecer el Gran Poeta, volví a personarme en ese umbral, portador esta vez de una carta de condolencia, firmada por algunos amigos del Grupo de la Funeraria Rivero. Apreté el timbre. Funcionó el visor, dejándome ver un inconfundible ojo castaño y católico.

Esta vez la Doctora ni siquiera me abrió la puerta.

Abordando a Cintio Vitier

Con Cintio al principio tuve mejor suerte. Me enteré que él había recibido un ejemplar del libro de Ernesto Cardenal En Cuba, encontré su teléfono en la guía, accedió amablemente a recibirme, y al siguiente día estaba yo subiendo la escalera para el segundo piso de la Biblioteca Nacional, donde él y su esposa Fina García-Marruz Badías disponían de un cubículo, como investigadores literarios. Enseguida me facilitaron el ejemplar, dentro de un sobre de papel manila. Cintio tuvo la delicadeza de informarme que en algunas de las reseñas merecidas por el libro en América Latina, se citaban fragmentos de mis poemas.

Durante su época como director de la Biblioteca Nacional, Paco Chavarry, capitán del Ejército Rebelde, captó a Cintio para que se incorporase a la Revolución, proceso al que había preferido observar desde el margen. Al ser detenido Chavarry, acusado de integrar una llamada conspiración de los insurreccionalistas de tinte prochino, Cintio cae en desgracia, al extremo de que en el acta del juicio contra su amigo llega a ser calificado de escritor contrarrevolucionario. Se le aparta del Centro de Estudios Martianos y el teniente del Ejército Rebelde Luis Pavón, recién designado presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNN) ofende la memoria de su padre, el  también escritor Medardo Vitier, ya fallecido. Cintio y Fina, por supuesto, se retiran inmediatamente del acto, reducidos a la condición de investigadores de la Biblioteca, plazas de rango inferior a las del Instituto de Literatura y Lingüística, destinadas a procurarle un salario de supervivencia a los intelectuales burgueses, aunque compartieron esa condición con el siempre inquieto activista de la negritud Walterio Carbonell.

Este es el Cintio Vitier a quien yo me acerco, pleno de respeto y admiración, en 1972. Había aprendido a reconocer la poesía cubana del XIX en su monumental Lo cubano en la poesía.

Comencé a frecuentarlo semanalmente. Me obsequió ejemplares autografiados de algunos de sus libros, entre ellos el entonces reciente Ese sol del mundo moral, publicado en México por la editorial Siglo XXI, su vindicación a los pensadores cubanos del XIX, vilipendiados por el teniente Pavón. Lo leí inmediatamente, en busca de una plataforma ideológica  que sustentase la crítica de la grosera política cultural aplicada por el Gobierno desde 1971. Cintio hacía el elogio de aquellos burgueses cubanos, pero no llegaba a hacer explícita la crítica a los sedicentes marxistas leninistas del día.

Le mostré mis versos, cuyo coloquialismo le pareció un tanto crudo para su paladar. Sobre todo objetó un verso: "Esta mujer ciñe a su delgadez toneladas de silencio", del que justamente yo me sentía ufano. Le presenté a algunos de mis amigos de la Funeraria Rivero, sobre todo Benigno Dou y Jorge Yglesias, a este último incluso lo recomendó para preparar una antología de Dulce María Loynaz para la editorial Letras Cubanas.

Con la creación del Ministerio de Cultura encabezado por el Dr. Armando Hart, que vino a darle fin al desastre impuesto en el sector por el eufemísticamente llamado Quinquenio Gris, la situación de Vitier comenzó a cambiar. Le dieron un tratamiento mucho más inteligente, que incluyó viajes a Centroamérica y a Europa. Por supuesto, dejé de frecuentarlos. No obstante, siempre que coincidíamos en cualquier sitio, me saludaban cordialmente.

En los primeros meses del año 1993, la Fundación Pablo Milanés auspició un coloquio internacional por el cincuentenario de la revista Orígenes. A modo de ensayo, se organizaron en un aula de la Escuela de Letras una vez por semana, la presentación de las conferencias preparadas por los ponentes cubanos.

Me dispuse a no perderme ni una. Por suerte, el ciclo se impartía los jueves, día que yo no tenía azucenas para vender.

La primera charla fue acerca del poeta Gastón Baquero, a cargo del crítico y escritor José Prats Sariol. Incluyó la audición de un recital, grabado en Madrid por el propio poeta. Fue una actividad maravillosa, solo que al final, en el conversatorio se me ocurrió pedirle a Prats que abundase acerca de la vida política del homenajeado, a quien yo había conocido primero como personero del general Batista. Pensé que si íbamos a restaurar la memoria del gran poeta, lo más justo era no quedarnos a medias. A Prats Sariol no pareció molestarle, pero Cintio se sintió obligado a intervenir, acusándome de estar saboteando aquello, al sacar a colación el pasado político de Baquero. Me defendí como pude, pero Cintio dio por terminada la actividad.

Ese fue solo la primera escaramuza. En la jornada dedicada a Lezama Lima, a cargo de una joven profesora universitaria, volvimos a cruzar espadas, y esta vez confieso mi premeditación. La charla giraba naturalmente acerca de Paradiso. La muchacha, muy calificada para la ocasión, se adentró en los densos diálogos entre Cemí, Fronesis y Foción, citando in extenso las vivencias eróticas de ambos amigos de José Cemí.

Ahí le pregunté a la conferencista si ella consideraba que Lezama había partido de vivencias personales para dichos pasajes. Puesta en la disyuntiva de esclarecer las preferencias sexuales del Maestro, la profesora tragó en seco, pero por supuesto, Cintio le echó mano al micrófono y, esta vez aguantando las ganas de mandarme a desalojar, me contestó escuetamente que el modelo de Fronesis era el crítico de arte Guy Pérez de Cisneros y que, para Foción, Lezama había fundido rasgos de varias otras personas. A eso, no tuve nada que agregar.

(A propósito de este tópico, hay criterios divergentes. Su amigo el sacerdote Ángel Gaztelu Gorriti rechazó tajantemente algún tipo de conducta homosexual por parte de Lezama. El ya difunto decano Néstor Baguer afirmaba la condición de activo. Al veterano crítico de arte Joaquín Téxidor —sepultado en el olvido total por su amistad con Rolando Masferrer, de cuyo periódico El Tiempo en Cuba fuera Téxidor jefe de la página cultural— le escuché decir que no había conocido de nadie, ni hombre ni mujer, que hubiese disfrutado de intimidades con Lezama. El propio Téxidor ponía en la viperina lengua de Víctor Manuel la afirmación de que Lezama había escrito precisamente Paradiso por su condición de castidad absoluta. Su devoto Reinaldo Arenas parecía inclinarse por el criterio del endiablado Baguer. En fin, que el chisme no está agotado.)               

El choque definitivo vino a provocarse el día que el propio Cintio se hizo cargo de evocar a Justo Rodríguez Santos. Aquel jueves tuve dificultades con el transporte —estábamos en plena crisis especial— y cuando pude llegar, el aula ya estaba llena. Para no interrumpir, fui a colocarme de pie al fondo del aula. Cintio, quien apenas comenzaba, advirtió mi presencia y de inmediato, me ofreció su propio asiento, en la primera fila, junto a Fina. Sorprendido y halagado por esa cortesía suya, me dispuse a ocupar el lugar. Cuando entré a lo largo de la fila, él desgraciadamente, agregó, ahora en tono descompuesto, que yo me había parado al fondo para llamar la atención, a lo que de inmediato, doblemente dolido por la falsedad de su imputación y por el desengaño respecto a su intención, le respondí también alterado, que si me había parado al fondo era precisamente para no llamar la atención. Fina se puso de pie, dispuesta a interponerse, pero enseguida yo me senté y él no echó más leña al fuego. Así, perdí yo a mi último Maestro y él a un lector que lo admiraba de todo corazón.

Por último, quiero reconocerle a Cintio Vitier el excepcional mérito de ser el único de los diputados a la Duma de Birán capaz de alzar su mano después de una de las abrumadoras palabras de resumen pronunciadas por Fidel Castro para llevarle justamente la contraria. El Líder Máximo se había explayado contra los trabajadores azucareros, culpándolos del habitual fracaso, y el poeta Vitier tuvo el insólito coraje de hacerle notar el pecado de ingratitud que cometía. Fidel Castro aceptó el regaño, pero en la siguiente legislatura ya Cintio no fue convocado.              

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