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Artes visuales

Un camino hacia la abstracción

Los caminos de los pintores Salvador Corratgé y José Rosabal, afectados por las relaciones entre arte y política, volvieron a coincidir en Miami, donde una exposición reúne ahora sus obras. Rafael Díaz Casas, comisario de esa exposición, habla de ellos.

Miami

La crónica de la historiografía del arte del siglo XX en Cuba tiene muchas zonas grises que necesitan ser investigadas y exploradas. En particular falta un análisis comprehensivo que se interconecte con los hechos históricos. Así como un estudio a profundidad, con el fin de evaluar su relevancia en el contexto del arte en Latinoamérica y Occidente.

Artistas como Pedro Álvarez, José Bernal, Caridad Ramírez y Enrique Riverón, entre otros, permanecen hoy desconocidos para la historia del arte, cuando durante la primera mitad del siglo XX fueron fuerzas activas y emergentes en la narrativa de la abstracción en la Isla. Un estudio del desarrollo de sus obras y roles históricos podría ayudar a recrear y comprender mejor la época.

Los cambios sociales y económicos que sobrevinieron luego de enero de 1959 no ayudaron, en relación con la abstracción, a mantener la memoria viva. La voluntad del nuevo gobierno era construir una nueva historia nacional mientras el pasado, que era visto como un estigma, era opacado y en algunos casos borrado.

En la actualidad, para muchos interesados en la historiografía del arte en Cuba, la creación del grupo Los Once, en 1953, es el punto de partida de la historia de la abstracción, y la formación de 10 Pintores Concretos, su continuación, seguido por la icónica exposición Expresionismo Abstracto, en 1963. Luego un silencio de casi tres décadas, evidenciado por la completa ausencia de exposiciones y actividades que tomaran la abstracción como único impulso creativo.

Es justo decir que la Revolución cubana de 1959 no censuró el arte abstracto de manera explícita, aunque habría que precisar que sus instituciones no promovieron el género. Los cambios sociales "abrieron" un diálogo público acerca de lo que debía ser apropiado crearse en el contexto de la Revolución, con la intención de fomentar prácticas artísticas con un inequívoco mensaje social educativo.

En diciembre de 1961, a raíz de la exposición 8 Pintores y Escultores en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde participaban artistas asociados a Los Once, el Consejo Nacional de Cultura desestimó la abstracción con el argumento de que "rechaza la alusión a la realidad inmediata". En el catálogo se invitaba al público a participar en una "discusión esclarecedora" acerca de las obras.

Signos de esta pugna ideológica se manifiestan tempranamente en 1951 con la creación de Nuestro Tiempo, asociación que funcionaba como brazo cultural del Partido Socialista Popular (nombre usado por el Partido Comunista). En el catálogo de la inauguración su manifiesto afirma: "Nuestra estética es la de un arte americano, libre de prejuicios políticos o religiosos, enaltecido por encima de concesiones, que sea síntesis de lo que estimamos vigente y permanente en América. No nos interesan ni la oscuridad muerta ni la endeblez académica, sino en una estética tan infinita como el hombre mismo".

Para la época, esta era una posición progresista, pero escondía, una doble postura, cuando admitía que la meta principal era educar a las masas, pero a su vez afirmaba que "nos definimos por el hombre, que nunca está en crisis, por su obra, que en esencia es permanente". Luego que las fuerzas políticas detrás de Nuestro Tiempo accedieran al poder, esta posición humanista fue revisada, y virtual y prácticamente declarada inválida. La estética y la investigación formal con la que se identifica la abstracción fue vista como obsoleta y acusada de no estar en contacto con la nueva sociedad, mientras durante los años anteriores había sido reconocida como una actitud de vanguardia con una consciente postura social opuesta a la dictadura de Batista.

El rechazo de la abstracción como aliado estético de las nuevas fuerzas sociales luego de que llegara al poder el gobierno revolucionario fue visto por muchos como un movimiento dialéctico hacia una forma superior de expresión, cuando en realidad era una regresión oportunista al pasado.

Esta controversia determinó el curso de vidas y carreras. Algunos artistas permanecieron en la Isla, mientras otros se fueron por miedo de tener que crear bajo potenciales limitaciones artísticas y que no les fuera permitido experimentar abiertamente con la vida y el arte. Corratgé y Rosabal tomaron trayectorias paralelas para descubrir décadas después que estaban transitando la misma avenida, y que, de hecho, sus obras se habían integrado en concurrencias comunes.

Un abismo hacia la abstracción

Después de décadas viviendo bajo condiciones socioeconómicas opuestas, Cuba y EEUU, sin contacto el uno con el otro, pero a su vez exitosos en mantener una permanente audaz postura abstracta, Corratgé y Rosabal se encontraron compartiendo confluencia de conceptos e ideas que están por encima y más allá de su vocabulario abstracto.

Ambos pintores han estado inmersos en una búsqueda dentro del utópico lenguaje de la abstracción con devoción por el color, gesto posiblemente asociado a la tradición de la pintura modernista cubana, que gozó de atención internacional cuando Alfred Barr Jr. la nombrara "The Havana School" en los años 40. Esta conexión pudiera ser establecida por las relaciones directas que cada pintor tenía con alguno de los principales miembros de las primeras generaciones vanguardistas cubanas.

Corratgé nunca terminó la Academia de San Alejandro, cautivado por el hechizo, la creatividad y la gracia de la leyenda y las obras de Fidelio Ponce, la relación amor-odio con Víctor Manuel y la guía diligente de su tío materno, su guardián y mentor, Jaime Valls. Por su parte, los primeros pasos de Rosabal en la pintura fueron conducidos por las manos y los colores de Mariano Rodríguez, amigo cercano de su padre. Su visión fue moldeada por las clases que tomó con Florencio Gelabert y José Mijares en San Alejandro, y enriquecidas, luego de graduado por los diálogos profesionales con Eduardo Abela y Víctor Manuel.

El sofisticado uso del color en Corratgé tiene una tendencia a mantener un diálogo activo y abierto con la teoría del color de Josef Albers. Él es capaz de deconstruir un tono de color jugando a ensamblar formas que justifiquen sus valores cromáticos. Incluso cuando se compromete activamente con una amplia paleta de colores, Corratgé tiende a trabajar cada lienzo reduciendo los colores y una estética monocromática. Mientras que Rosabal tiende a la acumulación de colores contrastantes en cada lienzo. Siguiendo la teoría de Albers, Rosabal, maneja una vasta serie de colores que se complementan y contrastan, usándolos para crear áreas de conexiones visuales.

Ambos artistas exploran al máximo la experimentación con el valor cromático de cada tonalidad, componiendo obras a partir del color, yuxtaponiendo composiciones balanceadas y desbalanceadas. La intención es crear una pintura de composición sólida y unificada con tantas combinaciones de color diferentes como sea posible.

Para ambos el proceso de trabajo es cerebral, precedido por una larga planificación en bocetos. Sin embargo, con frecuencia Rosabal subvierte lo planeado cuando tiende a cambiar el esquema de color en el último minuto, un paso inimaginable en las estrictas reglas de Corratgé, quien generalmente es fiel a los planos dibujados. En los últimos años, ambos han mostrado la intención de trabajar formatos mayores, un contraste significativo a sus prácticas anteriores. En el transcurso de sus vidas han edificado una mayor confianza pictórica, que concuerda con sus personalidades y deseo de alcanzar superior reconocimiento artístico.

Frecuentemente, Corratgé tiende a trabajar dentro de un espacio pictórico cuadrado creando composiciones perfectamente balanceadas, estructuradas a partir de una combinación de líneas largas verticales y entrecortadas pequeñas horizontales, usando una paleta monocromática que proyectan un sentido de volumen inamovible. En general toma como punto de partida el centro del lienzo desde el que edifica planos pictóricos, desarrollando la composición a partir de líneas de fuerza que se entrecruzan y se mueven hacia los bordes.

Abiertamente, compositiva y estructuralmente, Corratgé asume la obra de Vasarely como inspiración. Sus trabajos son resultado de una fuerte conciencia de los orígenes del Constructivismo y el Concretismo. Rosabal, por su parte, prefiere diseñar sus piezas tomando como punto de partida un plan maestro vertical que se identifica con una mentalidad de movimiento y transición; definiendo sus planos pictóricos como corrientes de energía que cruzan el lienzo de un borde al otro.

Aunque artísticamente la política y el arte transitan por caminos separados para estos pintores, su presencia artística nacional e internacional ha estado vinculada al desarrollo político de Cuba. Desde la Isla, uno no pudo promover plenamente su interés en la abstracción, mientras que el que emigró se encontró en un centro del arte internacional con una tendencia, por un lado, a no darle espacio a latinos, y por otro a no apoyar a artistas que habían abandonado el paraíso revolucionario caribeño. El plan de propaganda de la Revolución cubana presentaba al mundo un ambiente creativo unificado mientras internamente limitaba la libertad de expresión con fuerza totalitaria.

Durante la época en que Corratgé fue attaché cultural de la embajada cubana en Checoslovaquia (1963- 67) y en Corea del Norte (1977-1981) no pintó mucho, aunque pudo viajar por Europa y Asia. En 1965 tiene su primera exposición personal en la Casa de la Cultura Cubana en Praga, diseñada y curada en colaboración con el miembro de Los Once, Tomás Oliva.

Por esos años, en Nueva York Rosabal encontró espacio de tolerancia entre los intelectuales afiliados a la Sociedad de Amigos de Puerto Rico, así como identificación entre artistas cubanos como Waldo Balart, Hugo Consuegra, Carmen Herrera y Zilia Sánchez, entre otros. También en las galerías Dumé y Cisneros, en las que tuvo exposiciones personales y participó en colectivas.

Ambos artistas han trabajado como diseñadores profesionales, Rosabal con textiles y Corratgé en el campo gráfico, entrenamiento que ha actualizado y enriquecido sus obras de manera significativa. El primero emplea sus habilidades profesionales para construir un sistema con el que edifica camino propio al trabajar con las composiciones y los colores; el segundo toma la disciplina y el rigor del diseño gráfico como facilitador de la comunicación visual.

El reencuentro

La amistad de Salvador Corratgé y José Rosabal, marcada por el exilio, la distancia política y geográfica, se reanudó en 2013, un año antes de la muerte de Corratgé, cuando después de 50 años de separación se reencontraron casualmente en Miami. El tiempo y las circunstancias de vida definieron caminos paralelos para Corratgé y Rosabal, y no pudieron hasta ahora mostrar sus trabajos juntos. Sin embargo, en los últimos años, por el interés despertado por la abstracción latinoamericana, han sido parte de exposiciones históricas como La Razón de la Poesía: Diez Pintores Concretos Cubanos en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba (2002) y Concrete Cuba en David Zwirner Gallery, Londres (2015).

El trabajo de Corratgé tuvo una presencia significativa en la más relevante exposición europea sobre el tema, América Fría: La Abstracción Geométrica en Latinoamérica 1934-1973 en la Fundación Juan March, Madrid (2011). Este reconocimiento internacional no sorprende, pues fue visto y celebrado tan tempranamente como en 1956 por Dore Ashton, la crítica de arte de The New York Times, en la reseña de una exposición neoyorkina.

La obra de Rosabal ha disfrutado últimamente de un resurgimiento, siendo vinculado a miembros de su generación así como a jóvenes abstraccionistas de origen cubano en Nueva York como José Parlá y Emilio Pérez, con los que ha expuesto.

Las trayectorias paralelas de estos dos artistas cubanos convergen ahora en el mismo punto en que se encontraron por primera vez hace 50 años, discutiendo la creación de nuevas realidades con formas y colores en el plano pictórico. Nuevamente es Corratgé quien guía y nos deja saber dónde y cómo apreciar la obra de Rosabal. No obstante, es Rosabal quien honra esta larga amistad, mostrando respeto por el legado, la obra y la persona de Corratgé. Una vez más y por ultima instancia, Salvador Corratgé y José Rosabal caminan juntos, en la avenida creada desde la utopía de los sueños rotos del arte concreto.


Trayectorias paralelas, obras de Salvador Corratgé y José Rosabal, se exhibe hasta el 9 de enero de 2016 en Latin Art Core (1646 SW 8th St., Miami).

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