Al camarada Abel Prieto, asesor presidencial para la cultura, no lo deja dormir lo que llama "yanquización". Un término con que pretende satanizar la influencia cultural americana en Cuba, sin distinguir si esa influencia procede de Dixieland, de New England u Oregon.
A mí, sin embargo, más bien me preocupa la "mexicanización". O sea, la significativa influencia que sobre amplios estratos de nuestra población han conseguido los telenovelones, los corridos y en general la cultura del "fast tortilla" con que desde México, y sobre todo desde su emigración en los EEUU, se nos inunda.
Por supuesto que, como país, necesitamos adoptar ciertos valores de otras culturas. Nos es imprescindible, por ejemplo, una muchísima mayor capacidad para el asociacionismo espontáneo, un sentido menos hedonista del tiempo, una visión en que nuestros individuos excepcionales se vean más como servidores públicos que como candidatos a gallos de gallinero, un enfoque más utilitario de nuestro criterio, que sustituya a esa pueril tendencia, tan de nosotros, a considerarlo como un medio que puede ser variado a voluntad solo para no perder en alguna discusión… Valores que, aunque le pese al camarada Abel, pueden encontrarse en muchos productos culturales estadounidenses para el consumo de masas.
Recuerdo ahora a ese destacable sector de par de generaciones nuestras que, gracias a seriales televisivos como Friends, han asumido modos personales de socialización más complejos e incluyentes.
Ahora, ¿qué nos trae el producto cultural mexicano, el "fast tortilla" que Univisión universaliza? Pues un reforzamiento de los valores, ideas y costumbres de los que más debemos vaciar a nuestra cultura si es que deseamos hacerla más compleja, productiva e incluyente. Por ejemplo, de esa desgraciada tendencia del individuo latinoamericano que solo parece atinar verse a sí mismo como un pobrecito, infeliz y humillado, al que todos desean joder como objetivo prioritario de sus vidas; exceptuada, claro, su madrecita, santa viejecita. Cultura de la víctima perpetua que, además de favorecer el despotismo y el paternalismo políticos, también da pie a la más desenfrenada violencia a nivel interpersonal. Porque la tal víctima latinoamericana no puede convertirse a la larga más que en victimario, en ese específico "bueno" de telenovelón, para quien cualquier barbarie se justifica siempre que sea para castigar a los "malos".
Pero no culpemos solamente a Univisión. A fin de cuentas, el producto cultural mexicano para el consumo de masas solo tiene como fin satisfacer el gusto del mexicano medio. Ese individuo, latinoamericano por antonomasia, que en la mayoría de los casos desconoce incluso de nombre a Alfonso Reyes o a Juan Rulfo. Es en un final de la cultura popular mexicana, a través del estandarizado "fast tortilla", que nos llega esa disgregadora idea de que fuera de nuestro más limitado marco familiar es justificable, y hasta edificante, matar por los más variados y diversos motivos. La cual, por cierto, nace de la explosiva confluencia en México de dos tradiciones: la española de la defensa de la honra a ultranza, y la azteca del más completo desprecio de la vida del otro, que nace a su vez del más absoluto desprecio de la propia.
No hablamos de nada nuevo, no obstante. Ya en la década de los 50 del siglo pasado nuestra cultura estaba bajo grave peligro de mexicanización. Sobre todo en sus sectores menos educados, y en lo principal a través del potente cine de aquel país. No obstante, por entonces teníamos una pujante cultura popular que se enfrentaba con éxito a esa amenaza, y de hecho contraatacaba dentro del mismo México. No solo mediante nuestro producto cultural musical, sino incluso gracias a la desproporcionada presencia e influencia cubana dentro de la misma industria cinematográfica azteca.
Poco después, no obstante, el castrismo impuso un proceso de modernización cultural. Mas no fue en sí dicho proceso quien logró mantener a raya al referido peligro, sino el aislamiento sanitario a que, en paralelo, el régimen castrista sometió a la Isla. Sin embargo, con la gradual pérdida del control total que sobre Cuba logró imponer el castrismo en sus inicios, y que persistió hasta el final de los años 80, el peligro de mexicanización reapareció casi de inmediato. Desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar.
Se impone por tanto revivir nuestra propia cultura popular, tan maltratada por el castrismo. Favorecer el crecimiento de una cultura popular propia y potente, que sea capaz de evitar que terminemos convertidos en un área cultural subsidiaria de México. Lo cual no es tan imposible, como lo demuestra la música, que en la última década ha conseguido recuperar en buena medida su dominio histórico sobre nuestro propio patio. Porque "El Chupi-chupi", camarada Abel, como "La Engañadora" en su momento, es un acto de patriotismo por lo menos más útil que todo ese discurso banal del que usted ahora vive (y no mal).
La solución está en una mayor libertad de acción para la cultura popular cubana, junto a una reinterpretación más realista de los intentos modernizadores de las elites culturales que tan mal camino asumieron bajo el castrismo. Porque siempre deberá haber, y habrá, intención modernizadora de las elites, solo que estas deben de acabar de admitir una realidad: si deseamos una sociedad más abierta, compleja y plural, debemos reconciliarnos con nuestra naturaleza más atlántica que latinoamericana, más occidental que pachamamica. Y por sobre todo: no hacerle tantos ascos a the american manners and ideas, que tanto nos han influido a través de nuestra historia, y de las que tanto necesitamos transculturar aún.