Desde la publicación en Cuba de su primer libro de poesía hace ya casi 20 años (Cantar cansa, 1995), Ladislao Aguado (La Habana, 1971) ha cargado en sus espaldas la misma pesada cruz de otros colegas de su generación: una vereda tortuosa atestada de piedras y muros traicioneros (erosionada y condicionada, al decir de Piñera por "esa maldita circunstancia del agua por todas partes") que han pretendido —y logrado— obstaculizar el reconocimiento nacional e internacional de una literatura de singular excelencia, aun cuando muchos críticos coincidan en resaltar dentro de este grupo de escritores a verdaderas "raras avis", autores de exquisita autenticidad y valiosas aportaciones al concierto narrativo cubano tanto de la Isla como del exilio.
Si con Abril de whisky y viernes en las rocas (Premio Cuentos de Invierno, España, 2001), Aguado iniciaba una propuesta que iba más allá de los "tópicos típicos" que marcan una buena parte de la producción cuentística cubana de fin del siglo XX e inicios del XXI; y si bien con Un adiós para Violeta (Premio Gabriel Sijé de novela corta, España, 2007) consiguió una noveleta de una subyugante fuerza dramática, ahora con su nueva novela, Chantaje, publicada en la editorial Hypermedia, consolida un espacio narrativo muy personal donde, entre otras virtudes que demuestran madurez y excelencia, sus criaturas cobran esa vida que solo se descubre en las grandes novelas.
Las eternas búsquedas, las eternas pérdidas, las eternas traiciones y las eternas equivocaciones humanas son los puntos cardinales que Chantaje elige para mostrar un mundo anclado en un entorno de desarraigos que, pese a describir una realidad cotidiana en espacios geográficos absolutamente confirmables, parece referirse más a ese universo de fantasmagorías y alucinaciones que conforman las agonías, luchas, indecisiones, temores y contradicciones éticas de Orestes, un cubano igual a cualquier otro, aunque en su caso esté lanzado a un exilio que parece más la consumación de un destino arrastrado en el espíritu desde siempre, hasta el punto de que el pasado, ese pasado en una Cuba que otea desde los rincones, es, como casi todos los personajes, otro gris y derrotado fantasma.
Hace unos años, al contarme tu saga personal de exiliado, te dije que en esas historias había una novela. Chantaje es una trama de exilios y sobre el exilio. ¿Qué demonios, qué perros, exorcizas o liberas en esta novela?
Coincido con Gay Talese: "todo exiliado es un desertor", es decir, alguien que al dejar atrás un país, da por hecho que también puede abandonar su sino. Pero no llega a conseguirlo. A lo sumo, termina celebrando haber alcanzado una distancia razonable. Es mi caso. De ahí que muchas emigraciones —casi todas— tiendan a construir guetos, espacios que intentan reproducir una geografía nacional ficticia, un modo de seguir viviendo ese sino por otros medios.
Algo así les sucede a los personajes de Chantaje. Han llegado al exilio, interactúan con la población del país, con sus leyes, con sus hábitos, pero, al mismo tiempo, no pueden dejar de establecer un círculo de tiza alrededor de sí. Incluso Olga, que, desde que emprendió su viaje de ida ha intentado huir de los vínculos nacionales, al final comprende que durante años solo ha conseguido girar alrededor de un mismo punto, se llame su marido veinte años mayor, un novio adicto a la cocaína o su nacionalidad española. Y esa constatación es el peor daño que recibe. Cuando encuentra a Orestes, ya no sabe hacia dónde seguir, a qué aferrarse, cómo hallar una línea recta que concluya en un punto diferente, por eso lo elige.
¿Qué exorcicé?
Una mirada, por tanto, una opinión, sobre mi propio exilio, sobre la construcción de las identidades culturales, sobre los percances que acarrea cualquier nacionalismo y los daños —no importa de qué tipo— que sobrevienen una vez que te has instalado a la intemperie. Porque el exilio es esto: un enorme descampado.
Te hice esta pregunta antes y la quiero repetir: la novela se llamó originalmente Los pasajeros del último tren (título que, lo confieso, me gustaba más), ¿por qué ahora Chantaje?
La trama de la novela está montada sobre un chantaje de Olga a Orestes. Pero apenas se menciona. Aparece en unas pocas frases al final de la primera parte y el resto del libro es la explicación de qué les ha sucedido a estos personajes para que el amor termine travestido en un acto de sobrevivencia, de presión, de amenaza.
Los pasajeros del último tren podía ser un mejor título, pero Chantaje es un título más exacto.
El exilio, lo sabemos, te arranca cruelmente del lugar donde naces y creces, pero también te impide "ser" del lugar al cual emigras; suele entrarse así en el etéreo espacio de anhelar un país que solo existe en tu memoria. Sin embargo, Orestes es distinto: no es de allá (Cuba), no es de acá (España), pero no puede hablarse en la atmósfera novelada de "nostalgia". Ahora que lo dejas en manos de los lectores, ¿en qué puede ser Orestes prototípico o antinomia del "exiliado cubano"?
Orestes es un cobarde, esa es su marca de fábrica. Y arrastra, como todo cobarde, una duplicidad: la del temeroso y la del hombre que se niega a verse como tal. Más que el prototipo de un ser nacional, es la reproducción de un carácter que, por otras circunstancias ajenas a él, ha nacido en Cuba, ha emigrado de ella y ha terminado viviendo en España. Pero no es alguien confiable, alguien, por ejemplo, con el que a mí me gustaría tomarme una cerveza. Y no, no hay nostalgia. Orestes al menos no la padece. Los otros sí, aunque intentan no hablar de ella, pero dan por ciertas unas cuantas verdades nacionales que Orestes ni siquiera ha llegado a plantearse. Personajes como Enrique, como Alberto, como Olga son muchos más prototípicos del exiliado cubano que él.
Uno de los elementos dramáticos más impactantes en la novela es la retroalimentación entre el Orestes que ven todos siguiendo el mito del cubano (alegre, luchador, tomador, bailador, fogoso amante, etc.) y el Orestes resignado a toda esa sordidez en que transcurre su vida, como si estuviera harto de cargar con ese mito, o le diera lo mismo. Es, sin dudas, Chantaje, una de las novelas cubanas donde más se destroza ese mito. ¿Por qué esa lucha contra un estigma que nos persigue pero, de muchos modos, nos identifica?
Ese mito es una de las sofisticaciones de la Revolución, es decir, el resultado del experimento del "hombre nuevo", mezclado con la identidad del cubano anterior a 1959. Un ser que, en esencia, ha convertido una lista de valores cuestionables en virtudes, al menos para él y ante sus iguales. Orestes, en cambio, carece de ellas. No ha llegado a apropiarse —aunque lo entiende— del modo en que funciona su país de origen, la gente que lo habita y los lenguajes que lo pueblan. Todo el tiempo está procurándose una vía para huir de esa circunstancia.
Se percibe en los ambientes nocturnos de la novela un homenaje a un escritor que sé bien es uno de tus maestros: Guillermo Cabrera Infante. ¿En qué puntos crees que se tocan esa Habana nocturna y de bares de Cabrera Infante y esta España nocturna y de bares de Ladislao Aguado?
No creo que haya semejanzas directas —yo al menos no las veo—, pero si las hay, que sirvan de pago de favor a GCI. Cuando lo leí por primera vez, a los dieciocho o diecinueve años, me entusiasmó su manera de abordar temas que, hasta entonces, yo creí fuera de la literatura cubana. Veníamos de los peores años de la narrativa tras la Revolución y, salvo contadas excepciones, todo era muy aburrido en aquellos cuentos y novelas. GCI me mostró que la fiesta, la noche, el sexo, la música o el chiste también tenían cabida en el discurso de un narrador y que formaban parte, como cualquier otro elemento, del suceso dramático. Esa es mi deuda.
Otro detalle singular: tu retablo de personajes se configura, básicamente, en parejas: Olga y Orestes, Maite y Giorgio, Alberto y Elena, Enrique y Mirta, Harold y Aníbal…, incluso el siniestro Malabia parece condenado a tener un segundón. Aún más curioso es el contrapunteo que todas esas parejas encarnan, un ying yang en toda regla, ofreciendo distintas miradas sobre los avatares de vivir en un país extraño. ¿Por qué tantas perspectivas enfrentadas?
Uno de los grandes fracasos de la literatura cubana son las escenas de más de cinco personajes, ya no digo pensando, actuando y hablando a la vez, sino, simplemente, existiendo. Enfrentarlos parece un reto insalvable. Pero en Chantaje tropecé con la circunstancia de que el gueto no es singular, sino colectivo. Y no es un colectivo unívoco, sino dispar. Así que como autor estaba obligado a explorar el cosmos construido por esos personajes. Tenía que escucharlos hablar, transcribir sus conductas, considerar sus opiniones y eso, al final, termina por construir escenas colectivas, donde cada personaje manifiesta una identidad determinada.
Por lo demás, el ser humano tiende a vivir en pareja, es su estado natural, digamos. Y así llegaron a la novela, en pares, como si el exilio acentuara el imperativo de compañía. No hay nada planificado en ello, salvo, acaso, una necesidad personal.
Olga le dice a Orestes: "los sueños, tío, cuando se convierten en pesadillas es mejor olvidarlos", resumiendo lo que, creo, es la contradicción más notable en el ámbito dramático de esta novela: alguien que sueña en realizarse y, contrariamente a lo que se dice pasa a los soñadores, lo único que recibe es patadas de la vida. ¿Alguna tesis personal detrás de esa contradicción novelada?
La respuesta me la dio Jesús Díaz hace muchos años: "vivir es muy duro, en cualquier época y en cualquier sistema". La frase de Olga podía ser la continuación de esta. Pero no hay ninguna tesis personal detrás de ella. Uno de mis grandes defectos es que padezco de un optimismo incorregible.
En la nota inicial a esta entrevista hablo de tu generación. Eso me lleva a preguntarte: la pertenencia a esa cofradía (porque fue cofradía un buen tiempo, lo sabemos) y la experiencia del exilio ¿en qué sentidos crees que propiciaron y alimentaron la existencia de Chantaje? Y, que conste, me refiero también a esos "alimentos" extraliterarios que siempre existen.
El escritor que soy, sin dudas, es el resultado de ambas experiencias. La primera me aportó lecturas, una visión compartida —aunque no necesariamente consensuada— sobre determinados temas, obras, políticas o autores. Y el segundo me privo de esa mirada colectiva y me obligó a construir la mía propia, en solitario, a contracorriente, sin poder consultarle a nadie qué opinaba.
Un apunte final: Chantaje tiene el soplo de ser parte de un proyecto novelado mayor, hay un final que apunta al eterno retorno. ¿Me equivoco? Esté errado o no, se impone una pregunta: ¿en qué proyectos (de escritura, claro) trabajas actualmente?
No lo he pensado. Tal vez sí, pero no puedo decirte que lo haré. Escribir Chantaje me agotó. La parquedad intelectual de Orestes, la cercanía de la voz del narrador a los personajes, el cuidado en el uso del lenguaje para que se ajustara a estos y a sus limitaciones, la claustrofobia que recorre el ambiente de muchas escenas, la inmediatez de los horizontes descritos, supusieron un esfuerzo de escritura importante. Llegué a reescribir la novela de cabo a rabo unas diez veces y luego la corregí otras tantas. Ese nivel de exigencia por supuesto que se cobra un precio y es mi desinterés por esa historia y por el después de sus personajes.
Ahora mismo estoy escribiendo una novela a partir del asesinato de un tío materno en un "home" para enfermos mentales de Miami, donde trabajaba. Este asesinato —de hecho, lo descuartizaron— me sirve de excusa para indagar otra vez en el exilio, pero, sobre todo, en esas marcas culturales que mencionabas en una pregunta anterior, como atributos de una identidad nacional que ha dado en llamarse "lo cubano". Pero aún voy por la primera versión. Solo espero no tener que llegar a diez.