El mundo del libro en Cuba experimenta la incorporación de nuevos actores. La publicación alternativa comienza a jugar sus cartas en paralelo con un sistema editorial necesitado de reinventarse en varios sentidos.
En aproximadamente un año y medio, el nacimiento de tres proyectos editoriales en las afueras del eje conformado por el Ministerio de Cultura y el Instituto Cubano del Libro, puede considerarse un hito en la historia reciente del libro en la Isla: finalmente los ecos de la edición independiente, y más concretamente de las llamadas "editoriales cartoneras", han encontrado asidero por acá.
Ediciones Samandar, Costanera Editorial y Ediciones Encaminarte son los primeros brotes cartoneros en la Isla, 10 años después de que ese fenómeno comenzara a tomar auge en América Latina y se convirtiera, en poco tiempo, en un factor clave para pensar las dinámicas editoriales en el continente.
"Hay una especie de necesidad, de espacio vacío, que hay que cubrir. Uno no está buscando siempre esos grandes espacios editoriales", dijo Teresa Fornaris, de Ediciones Samandar, enla premiación del Concurso Internacional El Vuelo del Samandar 2013, el pasado noviembre.
Ediciones cartoneras en Cuba
Las editoriales cartoneras se basan en la manufactura de libros a partir del reciclaje de desechos, fundamentalmente cartón para hacer las tapas de cada ejemplar. Surgen como respuesta a las condiciones económicas desfavorables en sus respectivas sociedades, y frente a un mercado editorial que sus miembros consideran agresivo y excluyente.
En el caso de Cuba, las cartoneras llegan en un momento de relativa recesión y cambios trascendentales en el entorno editorial, tras el boom que caracterizó al sector en la década pasada.
Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información para el periodo 2006-2011, revelan que las publicaciones de "Literatura" comenzaron a reducirse desde 2010, y al año siguiente llegaron a caer hasta en un 7% respecto del momento en que más títulos se habían publicado bajo esa etiqueta, el año 2006.
Por otra parte, para la gran mayoría de las editoriales cubanas, las décadas de subvención estatal han llegado a su fin. Su conversión acelerada en empresas desde 2012 a la fecha, les deja menor margen para arriesgarse con autores noveles, por el tema de los índices de venta. La poesía cede espacio a las reimpresiones de títulos exitosos, las recetas de cocina y la autoayuda.
Por otra parte, el libro electrónico no termina de erigirse como una alternativa viable para la promoción y legitimación de la obra propia, en un país donde menos del 20% de la población tiene un acceso limitado y azaroso a internet.
¿Alternativos o institucionales?
El concepto de libro-arte o manufacturado ya tuvo sus antecedentes en la Isla desde el siglo pasado: Ediciones Vigía fue creada en Matanzas en 1985, mientras que la holguinera Cuadernos Papiro data de 2001. Pero ambas se inscriben de lleno en las estructuras institucionales, con su permiso de comercialización incluido.
Por su parte, Banco de Ideas Z fue un proyecto de promoción cultural más cercano al espíritu no lucrativo que define a las cartoneras. Fundado en La Habana en 1993, publicaba ediciones de autor, plaquettes y libros-arte, entre otros materiales promocionales.
Las nacientes cartoneras cubanas se mueven en esta cuerda por ahora. Son iniciativas personales no regularizadas legal o institucionalmente, sino que se ubican en la zona limítrofe de los centros culturales establecidos, con los que convergen frecuentemente en el terreno de la promoción artística. Incluso varios de estos escritores devenidos gestores culturales se desarrollan profesionalmente dentro del espacio institucional: Ediciones Samandar es liderada por Teresa Fornaris, directora de la Casa de la Poesía en La Habana Vieja; Costanera Editorial es un proyecto de Yanelys Encinosa, especialista en el Centro Cultural Dulce María Loynaz; y Ediciones Encaminarte, con base en Las Tunas, ha buscado cobijo en las secciones provinciales del Ministerio de Cultura (MINCULT), la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y su antesala juvenil, la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Este nivel de cercanía entre alternativos e institucionalidad es recurrente en las dinámicas culturales cubanas. Con ello los creadores —en este caso los "cartoneros"— implementan estrategias de supervivencia ante la imposibilidad de vender los libros que producen, al tiempo que consiguen la aquiescencia tácita de los circuitos oficiales para seguir desarrollando sus proyectos.
El negocio editorial en Cuba es competencia exclusiva del Estado. La Constitución de la República, en su artículo 52 (inciso 1), reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa, pero aclara que todos los medios de difusión masiva "son de propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad".
Sin embargo, las recientes reformas económicas emprendidas por el Gobierno normalizaron la impresión y encuadernación de documentos como una de las modalidades del "trabajo por cuenta propia", una forma de iniciativa privada bajo supervisión estatal.
En la práctica, una línea muy tenue separa la impresión —ahora legal— de libros por encargo, de la edición y venta. Así lo explicó Yanelys Encinosa, creadora de Costanera Editorial, en el panel "La autogestión editorial como alternativa para la promoción de la joven literatura", celebrado en el Pabellón Cuba el pasado febrero: "lo más parecido a poder entrar en un marco legal sería sacar una licencia de 'cuentapropista' como impresora particular o como artesana (….) La legalidad debería pensar en este tipo de figuras: pequeñas editoriales, una cooperativa de diseñadores, editores, impresores... Que si un sello independiente está en capacidad de producir y vender 100 o 200 ejemplares, lo pueda hacer".
Mientras tanto, los tuneros de Ediciones Encaminarte ya han dado pasos con el tema del financiamiento, al gestionar coediciones con una editorial estatal de la vecina ciudad de Holguín: "Con [Ediciones] La Luz, pensamos editar futuros textos (...) con nuestra estética y la ayuda de sus ISBN", comentó en una entrevista Junior Fernández, su director.
Hacerse visibles, el gran reto
Con tiradas que fluctúan entre uno y 200 ejemplares, número de miembros variable para cada nuevo libro que emprendan, y fuentes de financiamiento adaptables a las condiciones materiales de los autores y la propia editorial, el incipiente universo de las cartoneras cubanas parece vivir el momento mágico de lo iniciático y lo tentativo, del work in progress.
Lo heterogéneo de este escenario compartido emerge desde las propias motivaciones fundacionales, que tienen en común la finalidad promocional pero desde ópticas particulares. En el caso de Ediciones Samandar se hace evidente la impronta del homenaje, el motivo especial, al menos en sus primeros intentos: el proyecto empezó por regularizar la edición, en formato de libro, de las memorias del concurso anual de haikus "El vuelo del Samandar", y luego un volumen de poesía alegórico a la edad de los autores incluidos, aunque también han hecho pequeñas ediciones de autor.
En cambio, Ediciones Encaminarte nace, según Junior Fernández, "ante la problemática de la publicación de las obras de los escritores jóvenes, que es una situación que todo el mundo conoce". Mientras que Yanelys Encinosa (Costanera Editorial) sitúa el foco de atención en las dinámicas disfuncionales de promoción y distribución del libro, una vez publicado. "En mi experiencia personal, con mi primer libro existían cientos de ejemplares y yo no sabía donde estaban. No tenía poder sobre mi libro".
Ante la imposibilidad de ingresar efectivo por concepto de ventas, la cooperación de los propios escritores pasa a primer plano y determina cuántos ejemplares se producirán y qué camino tomarán una vez terminados. Mientras Ediciones Encaminarte planea estandarizar su producción alrededor de los 12 títulos anuales —con tiradas entre 60 y 150 copias—, así como crear peñas literarias y una biblioteca de libros cartoneros para visibilizar su catálogo, las tiradas de Ediciones Samandar van casi íntegras para el autor, quien se encarga de su promoción.
Otra es la visión de Costanera Editorial, que asume la distribución de la obra por diversas vías, tras asegurar los ejemplares de cortesía para el escritor. Según Yanelys Encinosa, la manera en que se distribuya el resto de los 100 o 200 ejemplares dependerá del aporte en recursos que el autor pueda hacer. En cuanto a la factura de las copias, "se adapta a las necesidades de promoción que vayan surgiendo para cada título, pues todos los ejemplares no se producen de una sola vez, sino que dependen de las posibilidades de aparición en espacios públicos que la editorial y el propio autor logren gestionar".
Algo en lo que sí concuerdan estos tres proyectos es en mantener abierto el diapasón de géneros literarios a publicar —llegando incluso al ensayo en el caso de Encaminarte—, así como la procedencia nacional o extranjera del autor. Sintomáticamente, el primer libro de Costanera es de la cubana Ana Núñez, radicada en Canadá; y Encaminarte ya publicó autores de Ecuador para ponerse en sintonía con la pasada Feria Internacional del Libro, donde ese país fue invitado de honor.
Entre las ventajas de este tipo de edición, está el hecho de que el autor conserva la totalidad de derechos sobre su obra y, si logra que el libro previamente editado por una cartonera sea aceptado por una editorial institucional, puede contrarrestar la espera —que a veces se prolonga durante varios años— con una cierta disponibilidad de ejemplares manufacturados para ir haciendo promoción de su obra mientras tanto.
Para Yanelys Encinosa, el gran reto de las cartoneras cubanas es hacerse visibles al punto de sugerir a las instituciones la posibilidad de un diálogo con estas iniciativas privadas, autogestivas. "Un diálogo no competitivo sino productivo, complementario y que sea beneficioso para ambos. Que no se vea como una amenaza este tipo de proyectos, sino como soluciones posibles para los creadores que no han logrado una respuesta del sistema establecido. Esta es la cuestión de la alteridad, no de la competencia", reconoció en febrero pasado, en la presentación del libro de Ana Núñez Crónicas domésticas (Costanera Editorial, 2014).
"Complementarias" o independientes, lo cierto es que esta posición de entendimiento con la institucionalidad no deja de remitir a una realidad editorial insatisfactoria para algunos de sus actores. La irrupción de las cartoneras puede leerse como necesidad de independencia en varios sentidos, a la vez que dinamiza el ambiente porque acorta los tiempos de gestión de los proyectos y afianza nuevos canales de distribución que ya no dependen de las políticas institucionales.