Wendy Guerra intenta retractarse en su blog Habáname de algunas cosas que aparecieron en la entrevista que le hiciera la agencia DPA, publicada en Diario Las Américas. Pero en el texto publicado en su blog —"La literatura cubana es una sola"— sigue ofreciéndonos oportunidad para el aburrimiento y alguna perplejidad.
En la entrevista se mezclaban, entre otras cosas, rotundidades topográficas, persistencias naturalizadas del "realismo mágico" como idiosincrasia nacional, descargos de responsabilidad al Gobierno cubano sobre el problema racial… Cada una de estas alusiones es ejemplar en cuanto a su calidad de lugar común o en cuanto a ser altamente cuestionable.
Luego, en el texto publicado en su blog se concentran desafortunadamente algunas cosas que se repiten y repiten de varias maneras en el habla de algunas figuras públicas y escritores de Cuba. Cuando el agua de los lugares comunes llega al cuello y atora la garganta (como tal parece sucederle en este caso a Wendy Guerra), o cuando el impulso de algún "atrevimiento" ideológico lleva a decir cosas arriesgadas (como en un titular de artículo sobre la raza, por ejemplo), y la imparable maquinaria de internet echa a andar, entonces esas figuras tienen siempre a mano el recurso del "yo no dije eso, me han manipulado" o"han sacado mis frases de contexto".
Nada pudiera haber más tranquilizador que esta exculpación, pero el problema es que nadie, o casi nadie, se cree ese evento salvador que deroga la responsabilidad con lo que uno manifiesta. Además, tal estrategia es muy contraproducente ante frases tan rotundas y estructuradas como "la cubanía es algo de lo que se puede hablar desde Cuba y no fuera de ella" (Wendy Guerra).
Si topografías perversas como esta pudieran dar risa o despertar fantasmas, absolutizaciones sobre la "unidad" de la literatura cubana no son menos preocupantes. No es que no puedan defender sus opiniones los escritores cubanos que se mueven como agrimensores, pero es que el paso corrector puede ser peor aún.
Los pasos hacia atrás de Wendy Guerra en ese texto de su blogla conducen a los territorios desoladores del kitsch ("las sublimes páginas de una literatura"), y hacia pasajes que no pueden ser más confusos y esencialistas porque la imposibilidad también tiene un límite ("La mano de un cubano, su voz y su gesto, su acento es suficiente para saber que estamos ante un original o una pieza editada que deriva en nuestra literatura").
Afirma Wendy Guerra con énfasis: "la literatura cubana es una". Cuando de lo que se trata es de que no sea una: un compendio de escrituras que se uniformiza a partir del sentido único de una geografía. Que ninguna apelación a la unidad convoque a comunión.
Y para rematar, lo que no podía faltar en las vertientes automatizadas de los discursos sobre Cuba: cualquier variante de excepcionalismo —que no solo aparece en donde casi se le espera, sino que puede surgir hasta en las escrituras/hablas supuestamente más arriesgadas (si no, ver algunas apelaciones por parte de escritores muy recientes a "los lectores nuestros que no han nacido aún"). Ese excepcionalismo que se invoca por algunas figuras para hacernos y figurarnos (la literatura cubana, los escritores cubanos) como intraducibles, pero que está atravesado por el inconfesable prurito de volvernos transparentes para el mercado o las escuchas exteriores.
Un deseo de transparencia que parece animar la nueva novela de Wendy Guerra —Negra— publicada en Anagrama: un ejercicio de ventrilocuismo racial, si nos atenemos a lo que dice su autora en otra entrevista, aparecida en El Informador. En las palabras de Wendy Guerra se suceden asunciones muy problemáticas y uniformidades que cualquier estudio sobre la raza desharía a estas alturas: dice que su novela habla de "la sexualidad y los rituales de una raza" (la unión de ritual y raza parece entresacada de un manual antropológico del XIX), sin que uno pueda imaginar a qué rituales se refiere, ¿a los rituales sexuales, supuestamente privativos de una raza?, ¿a la religión afrocubana, que en modo alguno es privativa de la raza negra?
Más arriba, y según la glosa del periodista, Wendy Guerra reproduce un imaginario estancado, al que solo cabe atribuirle la malograda idea de que "la sexualidad afrocubana" es "fastuosa", adjetivo que solo se esperaría encontrar en guías de viaje colonialistas. A través de muy desafortunadas metáforas de minería, que le otorgan a la raza negra una calidad basta y oscura, Wendy Guerra dibuja para sí como escritora la improrrogable labor de "sacar el diamante de entre el carbón": un redentorismo que remite directamente a las más trasnochadas políticas de representación.
Parecería fácil lo que los escritores cubanos se ven abocados a contrarrestar, dado lo plano de las hablas públicas y de las escrituras y actores más visibles. Pero no lo es. La escucha y las expectativas de recepción tenderán a privilegiar esas regularidades (anodinas en su forma, pero muy perversas en sus efectos), porque son Cuban fast food, hegemonías livianas y receticas caducadas, pero fáciles de digerir.
Hace falta mucho más terrorismo conceptual, mucha más diseminación de otras escrituras.