La cineasta Gloria Rolando (Oggún, un eterno presente, El Alacrán, Los hijos de Baraguá, Los ojos del arcoiris, Nosotros, el jazz; 1912: voces para un silencio) ha iniciado en La Habana la posproducción del documental Reembarque, dedicado a un capítulo poco conocido de la historia de la emigración haitiana a Cuba.
Recién llegada de Haití, donde consultó textos periodísticos de la época —años 30 del pasado siglo—, que hablan de los reembarques de trabajadores haitianos de la industria azucarera, la directora accede a contar "las deportaciones cruentas de familias, separadas en ambas orillas, por el proceder de los gobiernos cubanos, que explotaban mano de obra barata de la vecina isla".
"Este trabajo completa el iniciado hace meses en Cuba, de encuestas y rodajes en asentamientos, o de lo que queda de ellos, sobre todo en las provincias orientales", dice Rolando.
"Los haitianos habían arribado a Cuba en oleadas, en años de 'vacas gordas', cuando el precio del azúcar subía y permitía una bonanza económica. Cuando oscilaba, ya no era necesaria esa fuerza de trabajo, y los devolvían a su nación, de manera inescrupulosa", afirma.
Rolando recuerda que "muchos hogares cubanos sirvieron de refugio a no pocos de ellos, al esconderlos".
"He encontrado relatos muy bonitos al respecto. De Camagüey a Oriente parece que estamos en otro país, porque la impronta de la emigración haitiana, y también de las Antillas de habla inglesa, es muy fuerte. Los años 1937 y 1939 marcan hitos en estos reembarques", apunta la cineasta.
'Un mundo de ausencias familiares'
Estudiar, mostrar los fenómenos culturales y económicos que identifican la identidad caribeña es inherente a Gloria Rolando. En su búsqueda de raíces comunes y diversas, su obra solo es comparable con la del desaparecido escritor Jaime Sarusky, en la literatura, por su saga sobre suecos, japoneses, alemanes, norteamericanos, italianos, taínos y yucatecos.
"El Caribe es un mundo de ausencias familiares", repite.
Investigadora de los procesos de transculturación, Rolando ha seguido los ancestros africanos en el Caribe y en Estados Unidos porque empezó a sentir que toda esa gente "formaba parte" de su historia.
Va tras las huellas dejadas por fantasmas, que van de una isla a otra, enlazando inferencias retrospectivas, vestigios textuales y testimonios, en secuencias que son resultado de un complejo proceso de interpretación, nunca de "una mera exposición de los hechos".
Su larga mirada observadora, acucioso primer plano sostenido de tal realidad, desacraliza arraigados mitos sociales, sin dar por sentado ni ocultar su visión desde el presente, al transmitir la radical y común diversidad del Mediterráneo americano.
Y si la imagen trasciende el contexto, es porque su modelo de investigación histórica está determinado por el alcance y significado de toda transgresión. Con aguda conciencia de sus filmes como textos críticos, asume los desafíos éticos y epistemológicos.
Rolando es consciente de sus límites, sin hurtar el cuerpo a las cuestiones más espinosas, por ejemplo, su documental en tres partes 1912: Voces para un silencio, donde cuestiona, analiza y valora la masacre sufrida por el Partido Independiente de Color.
Ahora se enfrenta a la pesadilla del corte y mezcla, en un ICAIC abocado a grandes cambios estructurales, con problemas de todo tipo: fallas eléctricas, cero internet…