En la última novela de Abel Prieto puede leerse: "Era muy corriente por entonces que los isleños sintieran cierta fascinación por los viajes aéreos internacionales, algo que se hacía más intenso y perturbador, como en tiempos de Mozart, entre aquellos que cultivaban las artes y las letras, ávidos por naturaleza de más y más oxígeno, de universo y apertura cósmica".
El protagonista de Viajes de Miguel Luna sale por primera vez al extranjero a punto de cumplir los 41 años. Es septiembre de 1989 y está al desaparecer el Imperio Soviético. Por entonces era el ministro de Cultura, en complicidad con la policía política cubana, quien aprobaba o denegaba las salidas del país de escritores y de artistas. A su firma estaba el oxígeno y la apertura al universo y al cosmos. Ministro y segurosos racionaban los desplazamiento de artistas y escritores, y así continúa siendo hasta hoy.
Si Prieto hubiese novelado un triángulo sexual, el asalto a un banco o la desaparición de la memoria en un anciano, sería irrelevante recordar sus cargos políticos. Pero siendo este libro suyo una sátira de algunas de las instituciones que ha presidido, y ocupándose en él de la libertad de viaje como recurso administrado oficialmente, tales detalles resultan significativos. Exdirector de una casa editorial, expresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), exministro de Cultura, exmiembro del Buró Político del Comité Central y actual asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Abel Prieto ha compuesto en Viajes de Miguel Luna prosa humorística a propósito de su manejo de los derechos de artistas y escritores.
(Ya que entro en pormenores biográficos, debo reconocer que existen quienes consideran su jefatura ministerial como un período de bonanza, en el cual se impusieron valiosas permisividades. He tropezado fuera de Cuba con individuos que no ocultan su agradecimiento personal hacia él. Le deben la salida del país, el reencuentro con su Eurídice, el privilegio de mantener casa propia en la Isla, el de entrar y salir del país. Es gente agradecida, aunque con un agradecimiento de esclavos: no comprenden que ese burócrata no ha hecho más que jugar con sus derechos.)
Abel Prieto pertenece a un grupo de narradores cubanos que, pese a contar con más de 60 años de edad, se resisten a escribir libros adultos. Esos escritores sobreviven con dificultad a su etapa preuniversitaria, pues debieron alcanzar entonces una altura no cobrada nunca más. Por eso vuelven a la muchachita aquélla, a la pelota que encestó el tanto definitivo, al nombrete inolvidable, al bonchecito que se traían. Los obsesiona el erotismo, aunque en plan adolescente: el problema estriba en ligar, en empatarse, no en lo que viene después de empate y ligue.
Sus personajes arrastran virginidades muy persistentes (Senel Paz consiguió que el protagonista de En el cielo con diamantes vagara durante más de 400 páginas hasta probar el sexo en compañía), tienen conflictos de patio de recreo: con más de 40 años, Miguel Luna siente pánico de que vayan a tocarle el culo, aunque sea accidentalmente. Siempre anda alerta al respecto, y el narrador no da señal de hallarse por encima de tales desvelos. Luna se masturba tan insistentemente como si acabara de descubrir el juego de muñeca. Mocos, escupitajos, ventosidades y mierda abundan en las páginas de esta novela, aunque sin redención posible. No barroco. No carnaval rabelaisiano. Tan solo ocurrencias infantiloides, gags de comedias para adolescentes.
La ventaja principal del cultivo de este infantilismo es que permite sortear lo espinoso político. Así, el escritor Miguel Luna es invitado por una sociedad de autores hermanada con la UNEAC, viaja a la imaginaria república socialista de Mulgavia, y la sátira dirigida contra ambas sociedades de autores y contra el régimen mulgavo resulta bastante inocua. Porque Viajes de Miguel Luna es una gulliverada fallida.
Mulgavia, el régimen comunista inventado por Prieto, cuenta con leyes sumamente benignas. Cierto que la traductora del protagonista es separada de su cargo por una falta cometida, cierto que termina desterrada en la aldea paterna. Sin embargo, un chofer oficial no tendrá inconveniente en juntar otra vez al visitante extranjero con su traductora. ¿Qué podría ocurrirle, en caso de trascender su atrevimiento? Únicamente el despido, y él ya se siente harto de ese trabajo. Así que chofer y traductora burlan, sin mayores consecuencias, las severidades del régimen. Y no solo resulta idílico el comunismo mulgavo, también parece haberlo sido el de Cuba, incluso en sus períodos más duros. Lo cual explicaría que, en los años 70 y estudiando Letras en la universidad, Miguel Luna fuese capaz de alardear de sus lecturas espiritistas y consiguiera llevar sin demasiadas fricciones una vida apolítica.
Toda la miseria que cabe en una asociación oficial de escritores como la UNEAC es atribuida en esta novela a rencillas literarias y broncas de poéticas. Unos escritores envidiosos y malencarados (creo recordar que ninguno de ellos con cargo político) son quienes enturbian el ambiente. Caprichosos jurados y editores vengativos se encargan de fastidiar al prójimo. Nunca los comisarios. Nunca la policía política. Nunca el sistema. En la UNEAC novelada por Prieto existen, no tanto las prohibiciones políticas, como las discordias estéticas. Más que esperar castigos o premios venidos de los jefes, hay que cuidarse de los golpes bajos de determinadas capillitas. (Félix Luis Viera ha sostenido que esta novela "destripa a fondo y con pleno conocimiento de causa el ambiente viciado, la traición, el oportunismo, las injusticias entre los escritores cubanos 'revolucionarios' bajo la égida de la UNEAC y en conexión con otras organizaciones culturales y políticas". No discutiré aquí acerca de los trabajos del cuchillo, pero me temo que lo que Viera entiende por destripado a fondo son unos arañazos encubridores.)
¿Cómo no esperar disimulos de alguien como Prieto, que aboga por un humor político de lo más candoroso? Hace unas semanas, a propósito de los chistes que circulaban en los años finales del Imperio Soviético, él quiso imponer esta salvedad: "En los cubanos no hay un solo chiste que aluda a la Revolución, ni a delaciones ni a presos de conciencia, ni a personajes escindidos, más bien apuntan a las carencias o a la emigración de forma benevolente, perdonadora, sin rencor ni hiel".
Fueron palabras dichas en un intercambio con lectores suyos. Habían invitado al narrador, pero quien habló allí fue el asesor de Raúl Castro. La frase podía ser todo lo estúpida que se quisiera, podía resultar sumamente improbable, que a él no iba a amilanarlo el ridículo. Miedo, lo que se dice miedo, lo reservaba para cualquier oposición que pudiera presentarse. Por eso desaconsejaba como fuera la feroz burlonería nacional. Por eso procuraba una mansa idiosincracia cubana. Porque entre sus tareas como asesor debía estar la de exorcizarle los peligros a su jefe.
Ya antes de hacerse ministro él había publicado un opúsculo —El humor de Misha, la crisis del socialismo real en el chiste político— donde advertía que, por descontentos que estuviesen los cubanos, no cabría esperar de ellos sarcasmos parecidos a los que soviéticos y polacos dedicaban a sus dirigentes. Era, en 1995, su aporte a la teoría de la excepcionalidad del régimen castrista. Y 16 años después de aquel opúsculo, se inventa un país comunista europeo, una UNEAC dentro de ese régimen, novela la propia UNEAC habanera, y toda su sátira (salvo la dedicada al protagonista) es pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón y que no lleva huesos.
El humor político de Prieto es como el burrito Platero. O, explicado en términos suyos, es benevolente, perdonador, sin rencor ni hiel.
Viajes de Miguel Luna es un libro profundamente anacrónico. Uno termina de leerlo y se pregunta si era preciso que su autor cumpliera 60 años para escribir esta novela de peluche. Se pregunta uno por qué dejar pasar más de dos décadas desde el fin del Imperio Soviético para tratar tan puerilmente este asunto. (Quien desee leer buena sátira sobre el tema, hará bien en buscar Moscoviada de Yuri Andrujóvich. O El ocaso de los dioses de la estepa de Ismaíl Kadaré. Ucraniano el primero y albanés el segundo, andan muy lejos del tierno humor que Prieto adjudica a la tribu cubana.)
Toda la aventura que ofrece esta novela se reduce (hay que llegar a la página 376) a una escapada emprendida en busca de la traductora desterrada. El resto consiste en imprudencias cometidas en diversas ceremonias oficiales. Peor aún: en el amago de tales imprudencias. Entre niños pioneros mulgavenses, Miguel Luna padece algún desatino y debe reprimirlo con tal de no ocasionar problemas. "Pero su Pepe Grillo llegó a tiempo y lo amonestó, y le echó en cara todo lo que él representaba en Mulgavia, y supo contenerse". Así, una vez y otra.
Si fueron planeadas con ese propósito, las contenciones de Luna no resultan risibles. Si acaso esta novelacontiene algo de humor, es de aquél costumbrista que, en los ochenta del siglo pasado, la emprendía contra la burocracia. O, más exactamente, contra unos ejemplares de burócratas no demasiado altos.
Dedicado a la sátira política, Prieto debió ambicionar algo así como El buen soldado Švejk con ilustraciones de Josef Lada. Pues cada capítulo del libro termina con un dibujo suyo y, ya sea por desconfianza en su destreza como dibujante o por incontinencia escrituraria, los dibujos son aclarados luego mediante textos. (El autor parece haber considerado tan desternillantes sus invenciones que se vale de la excusa de explicarlas en dibujo y en pie de grabado para volver a propinarlas.) Es la espiral del pujo.
Viajes de Miguel Luna es un intento fallido de imponer la más risueña versión de sus jefaturas políticas. Y, a juzgar por lo adelantado sobre su próximo libro, Prieto recurrirá a mayores sublimaciones todavía. Su libro venidero será una noveleta acerca del primer detective cuentapropista cubano, "un Sherlock Holmes ñato y con cachimba". El tal Holmes contratará a Abel Prieto ("a mí, con mi propio nombre, para que yo sea su Watson") bajo este razonamiento: "Me hace falta tu experiencia burocrática y literaria para que cuentes nuestras hazañas".
Pasando por alto lo relativo a la experiencia literaria que él se autoadjudica, cabe preguntar a qué viene la apelación a su experiencia como burócrata. ¿En qué rincones va a hurgar ese detective que necesita como ayudante nada más y nada menos que a un asesor presidencial? No he leído hasta ahora detalle alguno acerca de la naturaleza del caso que investigarán. Pero, ya que autobiografía y ficción van a mezclarse en esas páginas, es posible conjeturar que el autor fantaseará con la idea de dejar atrás sus obligaciones oficiales. ¿Cómo, si no, podría prestar su sagacidad de hombre de Estado para una investigación independiente? Antes de aventurarse junto a un detective privado, Prieto tendrá que imaginar que ha dejado atrás toda una época.
Con Viajes de Miguel Luna él ha empezado a escribir en clave de ficción sus memorias de burócrata. Lo suyo es un desentenderse de sí mismo lo más benevolente posible. Perdonador, sin rencor ni hiel.
Con más o menos disimulo, Abel Prieto empieza a comportarse como esos exfuncionarios castristas que, luego de romper con el régimen que conformaban, cuentan en alguna televisión miamense sus secretos de aparatchiks. Lo extraño es que, en su caso, pretende hablar de esas tareas sin abandonar su trabajo como asesor de Raúl Castro.
Abel Prieto, Viajes de Miguel Luna (Letras Cubanas, La Habana, 2012).