Los días pasan para los 1.200 migrantes varados en Puerto Obaldía sin recibir respuesta oficial a su solicitud de seguir camino rumbo norte.
La deportación este martes 12 de febrero de cinco personas caldeó los ánimos de los migrantes, pero la posterior aclaración del Servicio Nacional de Fronteras de Panamá (SENAFRONT) de que se trató de cuatro venezolanos y un colombiano, calmó un poco los ánimos. Pero el temor continúa.
"No solo les toman copias a nuestros pasaportes e impresiones a las huellas dactilares. También hacen preguntas personales como lugar de residencia en Cuba y oficio. Sumado a esto, el silencio cuando interrogamos a los oficiales sobre nuestro futuro ha generado un clima de zozobra entre nosotros”, relató a DIARIO DE CUBA Mariela Rodríguez Cárdenas, migrante cubana.
Wilmer González, otro migrante cubano, denunció que tan solo los dos primeros días recibieron alimentos y contaron con la presencia de algunos funcionarios, encargados de derechos humanos del Estado panameño.
"Los dos primeros días nos dieron comida, nos preguntaron cómo estábamos. Eso sí, apenas tomaron fotos y grabaron vídeos, se fueron. Solo quieren hacerle ver al mundo que nos están tratando con decencia", aseguró.
González indicó que ya completaban dos días sin comer, y ante el alto número de niños y mujeres embarazadas (50 gestantes y 80 niños hacen parte de los migrantes varados en Puerto Obaldía), decidieron protestar.
"Tan solo hasta ayer le dieron a las mujeres embarazadas y a los niños leche con cereal, pero hoy no han recibido ningún alimento", detalló.
La realidad vivida por los cerca de 1.200 migrantes ha sido difícil de cubrir para la prensa, debido a la censura impuesta por el Gobierno panameño. "Varios periodistas han intentado ingresar a Puerto Obaldía, pero son devueltos por los guardas de la SENAFRONT", narró un habitante del puerto panameño, quien pidió reserva de su identidad por temor a represalias.
Realidad migratoria en la frontera colombo-panameña
Los migrantes que se internan en una selva plagada de enfermedades tropicales, bandas criminales, grupos armados ilegales, narcotraficantes y contrabandistas de armas, en su mayoría huyen de la guerra, la falta de libertad, la violación de los derechos humanos y de dictaduras en países como Cuba, el Congo, Eritrea, Bangladesh o Haití.
Esos seres humanos han vivido realidades tan fuertes como la del hombre que fue obligado a ver la violación de su esposa, mientras tenía el cañón de un revólver dentro de su boca; la de una madre que se lanzó al abismo con su hijo en brazos, cuando sintió que el corazón de su pequeño dejó de latir; la valiente cubana que, con los pies llenos de llagas, logró llegar a Lajas Blancas, Panamá, para morir allí de un coma diabético; de los cuatro adolescentes que se tragó la selva; o de la del padre y su pequeño hijo que murieron abrazados.
La mayoría de esas historias solo encuentran oídos para ser escuchadas en los corrillos de Capurganá, Sapzurro, La Miel y Puerto Obaldía, o no pasan de ser una nota de relleno de alguna agencia internacional de prensa.
El dolor, el drama que viven las cerca de 100.000 personas que cada año se internan en la selva del Darién solo es visibilizada cuando ocurre una tragedia, como la del naufragio sucedido el pasado 28 de enero, donde murieron diez menores de edad y nueve adultos. O cuando los migrantes, cansados de ser estafados y sufrir vejámenes, deciden cruzar la selva en masa y enfrentarse a las autoridades en la frontera de ambos países. Como está ocurriendo ahora y como sucedió en el 2016.
De nada han servido las medidas cautelares a favor de los migrantes irregulares ordenadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en contra de Colombia y Panamá.
En Colombia, apenas llega el migrante al puerto de Turbo, la oficina de Migración le otorga un supuesto salvoconducto, que no es más que un documento donde el extranjero que ingresó de forma ilegal a Colombia se compromete a salir de forma voluntaria del país por el lugar por donde ingresó.
En Panamá la orden es detenerlos a toda costa. En el mejor de los casos, son llevados en lancha a Sapzurro, Colombia, pero es normal que se les corte el paso por la selva y se les ordene devolverse a su cuenta y riesgo, o son abandonados en playas de Colombia alejadas de la civilización. Algunos migrantes han sufrido tres deportaciones hacia Colombia.
"Para Colombia y Panamá, somos la basura que el mal vecino barre para la acera del otro", dice una migrante cubana.