Una propaganda recurrente del Gobierno es que Cuba es un país muy seguro. Se vende esa idea a los turistas extranjeros y hasta a nuestro propio pueblo. El hecho de que no exista comercio de armas, ni siquiera con fines de caza, se presenta como garantía de ausencia de violencia y tranquilidad ciudadana, siempre comparando a la Isla con Estados Unidos y los asesinatos lamentables en las escuelas.
Pero cabe preguntarse, ¿realmente somos un país tan seguro?
La Habana Vieja, por ejemplo, es un centro de gran atracción turística. Pequeñas áreas han sido restauradas por su valor arquitectónico e histórico, y convertidas en oasis de belleza rodeados de insalubridad y marginalidad. Es tan alto el potencial delictivo que, para garantizar la seguridad de los turistas, se sitúan policías en cada esquina de las cuadras principales y existen cámaras de vigilancia que cubren toda el área. Tantas medidas no demuestran precisamente tranquilidad ciudadana, sino peligrosidad.
Odalis, una holguinera que padece cáncer y se trata en la capital, sufrió un asalto en una de sus estancias habituales por las consultas.
"Dos jóvenes me arrebataron el bolso y la cadena, de sopetón, frete a mucha gente", cuenta. "Grité y, por suerte, venía una patrulla de la Policía que los persiguió y capturó. Recuperé lo perdido y parecía que la acusación progresaba, pero todo se estancó, los soltaron y sentí que me barajaban. Yo estaba indignada y no sabía qué hacer. Alguien finalmente me alertó de que no perdiera mi tiempo porque uno de los jóvenes era hijo de un militar".
También los campesinos cubanos sufren con la delincuencia y la violencia. Son permanentemente asediados y aterrorizados por bandas de ladrones que roban sus cultivos y animales. Después de duras faenas por el día, se ven forzados a hacer guardia nocturna, tanto en los sembrados como en los corrales. Estos últimos son verdaderas fortalezas metálicas que tienen que construir demasiado cerca de las viviendas, violando las más elementales normas de salubridad.
Aun así, los ladrones, armados con machetes y piedras, intentan burlar la vigilancia y no son pocos los incidentes fatales o de gravedad. René Garcés, un campesino del barrio de Guayrajal, en Mayarí, tratando de ahuyentar a los ladrones recibió una pedrada en la cabeza que casi le cuesta la vida.
"Estuve grave de muerte. Y después me pasé dos años viajando a consultas en Holguín", dice el afectado. "Aquello me costó mucho y todavía tengo el cráneo hundido, no me quedó hueso en ese lugar. De milagro no me mataron".
A Gregorio, otro campesino, le robaron siete cerdos grandes en una noche.
"Descifraron la combinación de la llave del corral y cuando me levanté no había nada. Hice mis averiguaciones y descubrí todo, quiénes robaron y el carro en que transportaron la carne. Se lo informé a la Policía y me dijeron que ya lo sabían, pero no tenían pruebas", asegura.
"Imagínese, si no las buscan, no las pueden encontrar. Al poco tiempo los ladrones fueron encarcelados porque robaron en una empresa del Estado, que es como único la Policía se empeña y coge a los culpables".
La crítica situación económica que vive el país exacerba los malos instintos y quiebra los valores de mucha gente. Los salarios miserables obligan a las personas a delinquir y, cuando la honradez se pierde, cuesta recuperarla.
La ingestión de bebidas alcohólicas, como forma de enajenarse de la dura realidad, propicia constantes peleas callejeras y conflictos familiares que muchas veces terminan en actos de violencia. También estimula el delito y muchos casos de feminicidios.
Es parte del paisaje urbano cubano ver las viviendas forradas de verjas de hierro para evitar los robos y lo común es que en las casas siempre permanezca alguien cuidando. Es que todo objeto puede ser atractivo para los delincuentes y preferible antes que el trabajo honrado, pues con un salario promedio apenas alcanza para comprarse un par de zapatos de mala calidad.
El Gobierno no divulga datos, pero las organizaciones de derechos humanos aseguran que Cuba posee una de las mayores poblaciones penales a nivel mundial, teniendo en cuenta la cantidad de habitantes.
Y ello a pesar de que solo un pequeño porcentaje de los delitos es resuelto por la Policía, que aplica comúnmente el conocido "índice de peligrosidad" como medida penal predelictiva. Esta herramienta legal viola los derechos humanos y es además usada con regularidad para encarcelar a opositores políticos, y hacer que figuren como presos comunes.
El sistema cubano, pretendiendo crear un "hombre nuevo" e invirtiendo cuantiosos recursos en educación, ha fallado en crear valores y cultura en la población.
Cuba dista mucho de ser el paraíso de tranquilidad y seguridad que promocionan las autoridades. La violencia y la inseguridad, expresada en numerosas facetas de la vida cotidiana, está demasiado presente en nuestra sociedad como uno de los logros negativos de la Revolución.