El artículo de Enrique Ubieta "Por una cultura de vida diferente", publicado el pasado 15 de agosto en Granma, plantea que: "En la historia, los cubanos siempre han interpuesto algún recurso de impugnación a las declaraciones derrotistas".
Por razones de espacio, me detendré en dos de los ejemplos citados por el autor: la Protesta de Baraguá ante el Pacto del Zanjón y el grito de "socialismo o muerte", ante el fracaso de la Zafra de los Diez Millones.
El Zanjón y Baraguá
Veamos tres opiniones autorizadas acerca de las causas que condujeron al fin de aquella guerra sin lograr sus objetivos:
Ramón Roa, coronel de la Guerra de Independencia e historiador, sitúa el fracaso "en las indisciplinas, motines y sublevaciones que ocurrieron en las filas insurrectas", especialmente a partir de 1874. A la "independencia patria —dijo— se sobreponía la independencia personal". Y añadió: "acogimos el lema de Independencia o Muerte; pero sin soñar siquiera que tendríamos que luchar con nosotros mismos".
El generalísimo Máximo Gómez expresó: "se ha tratado de buscar una víctima a quien hacer responsable, más no se ha procurado estudiar los hechos, conocer el estado del ejército, y los recursos de que podía disponer, el más o menos auxilio recibido de la emigración y el cómo ha respondido en general el pueblo de Cuba a la llamada de sus libertadores".
José Martí, quien realizó un estudio minucioso de las causas del fracaso, concluyó que esa guerra no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos.
¿Cuál era el contenido del pacto?
A cambio de la independencia, las libertades de prensa, asociación y reunión, refrendadas en la Constitución Española. Esas libertades se concretaron en asociaciones cívicas, partidos políticos, sindicatos y publicaciones que coadyuvaron a preparar las conciencias para el reinicio de la lucha por la independencia. A cambio de la abolición de la esclavitud, la libertad a los esclavos y colonos asiáticos que lucharon en las filas insurrectas, lo que significó el tiro de gracia a esa abominable institución.
El Zanjón fue una manifestación de lo posible en aquel momento. Mientras la Protesta de Baraguá fue el resultado de la inconformidad con la manera en que terminó la guerra. Para que fuera enérgica era preciso mantener las hostilidades. Quince días después de reiniciada la lucha las tropas cubanas cedieron, los representantes en el exterior renunciaron y el General Maceo salió a rumbo a Jamaica.
El Pacto confirmó la ausencia de condiciones para continuar la guerra y dio a luz la sociedad civil cubana que desempeñó una papel valioso hasta 1959. La Protesta puso en alto la decisión de alcanzar los objetivos malogrados. Ambos acontecimientos fueron decisivos para la guerra de Independencia que Martí preparó. Denigrar a uno y celebrar al otro, además de simplista, es falso e injusto.
Los Diez Millones y la conversión del revés en victoria
"Convertir el revés en victoria", nos dice Ubieta, "es la frase que Fidel enarboló ante el fracaso de la llamada Zafra de los Diez Millones en 1970, y que [según su criterio] puede tomarse como símbolo del espíritu de la Revolución Cubana".
Imbuido en un exacerbado voluntarismo y el monopolio sobre los medios de producción, el gobierno revolucionario intentó producir diez millones de toneladas de azúcar con una campaña que dislocó toda la economía sin lograr la meta trazada.
Entre 1763 y 1792 Cuba emergió como el mayor complejo azucarero del mundo. En 1895 produjo 1,4 millones de toneladas. Y en 1952 estableció el récord de 7,13 millones de toneladas. Con la zafra de 1970, que dislocó toda la economía, produjo 8,5 millones, para descender en el año 2010 a 1,1 millón de toneladas. En lugar de victoria, el revés se generalizó al punto de tener que adquirir azúcar en el mercado internacional para satisfacer los compromisos contraídos.
Ni la designación de un general al frente del Ministerio del Azúcar (MINAZ); ni la reestructuración de la industria azucarera; ni la sustitución del MINAZ por el Grupo Empresarial de la Agroindustria Azucarera (AZCUBA); ni los Lineamientos de la Política Económica y Social, lograron los objetivos, porque se ignoraron las causas esenciales.
El fracaso de 1970 fue una fuerte señal de la inviabilidad de un modelo que después de eliminar las libertades ciudadanas, liquidó todos los vestigios de propiedad privada con la Ofensiva Revolucionaria de 1968, provocando el desinterés por la eficiencia de la producción y los servicios que caracterizan a la Cuba de hoy.
Entonces, en lugar de introducir las reformas necesarias, se optó por las subvenciones soviéticas, para lo cual, por supuesto, no era necesario restablecer las libertades suprimidas. El resultado: salarios insuficientes, la moral de sobrevivencia como respuesta al creciente costo de la vida, el éxodo que está desangrando el capital humano.
Ubieta, convencido del triunfo, aconseja que "el impulso concientizador de la victoria debe conducir a un cambio de paradigma de vida, debe convertir a las masas en colectividades de individuos, en protagonistas, para iniciar la construcción permanente de una cultura diferente a la capitalista". Como colofón añade: "el socialismo tiene que ser y parecer. Tiene que situar en el horizonte humano individual... un destino apetecible y alcanzable".
Estimado Ubieta, no ha habido "victoria" ni "impulso concientizador". Para el "socialismo ser y parecer", tiene que ser más eficiente que el capitalismo, comenzando por la economía y eso, antes y ahora, ha sido en Cuba y fuera de Cuba imposible en ausencia del ciudadano y de las correspondientes libertades.