Entre los que se fueron y entre no pocos de los que se quedaron, existe una tendencia —que los sicólogos calificarían de extrapunitiva (culpar a otros)—, de descargar en el otro sector la responsabilidad por la continuidad de la moderna esclavitud impuesta por el castrismo en Cuba, y de autoidentificarse como el sector más auténtico de la oposición.
Entre los que se quedaron están los que dicen: los que se fueron no saben lo que hemos tenido que aguantar los que nos quedamos, hemos sido más valientes y hemos enfrentado la fiera dentro de la jaula, aquí estamos, aquí seguimos y aquí estaremos.
Sin embargo, una cosa es la voluntad de continuar la lucha desde dentro y otra la posibilidad real de conseguirlo. No todos pueden.
Entre los que se fueron están los que expresan: los que se quedaron son unos aguantones, son cobardes porque no se enfrentan abiertamente al régimen. Son responsables de su continuidad y no tienen idea del sufrimiento en el exilio.
Otros que enfrentaron en época pasada al régimen desde la violencia, pero terminaron yéndose por razones lógicas de seguridad personal, no perdonan a los partidarios de las formas pacificas de lucha y los acusan de contubernio con el régimen.
Y así por el estilo se usan otros argumentos.
Es hora ya de que se concrete una maduración en todo el espectro opositor de dentro y de fuera del país. Hablamos de libertad y democracia, pero no somos capaces de respetar las decisiones personales de cada cual. La lengua o la tecla se sueltan rápido para decir mal de otros opositores, cuando todo el esfuerzo debería estar concentrado en condenar la dictadura.
Cada cual tiene sus razones y condiciones para irse o quedarse, para continuar la lucha o dejarla. Cada cual es responsable de su vida. Cada cual aporta lo que puede a la causa del cambio. Cada cual tiene derecho a tener reservas sobre el tipo de cambio que otros se proponen; pero a lo que no hay derecho es a ofender a otros que luchan también por cambiar la situación de Cuba a favor de la libertad y a democracia.
Exigimos diversidad y pluralismo al castrismo, y no somos capaces de permitírnoslas nosotros mismos.
Así, objetivamente, los opositores que desdicen de otros en los medios y en las redes sociales, consciente o inconscientemente echan agua al molino del castrismo, que ha tenido siempre entre sus prioridades la división de la oposición y, en especial, la división entre los que se fueron y los que se quedaron.
El día que seamos capaces de respetarnos desde nuestras diferencias políticas, entonces empezaremos a caminar firmemente hacia la creación de un amplio frente democrático inclusivo, capaz de provocar un cambio en la correlación de fuerzas cuando las circunstancias lo permitan.
Ese cambio no se va a dar porque lo provoquemos artificialmente, sino porque las condiciones específicas de la sociedad cubana lo posibiliten, y es entonces cuando la oposición deberá hacerse presente en forma masiva y definitoria.
Desgraciadamente, hay mucho voluntarismo en la oposición y la disidencia, sustentado en deseos y no en realidades.
El castrismo ha demostrado tener reservas. Su dominio sobre los medios de producción, los recursos de la nación, las instituciones y los medios de comunicación, todavía le permite mantener en tinieblas para muchos todo el significado esclavista de su sistema estatalista, sosteniendo un alto nivel de desinformación y hegemonía sobre buena parte de la población.
Esa situación se ha ido desarticulando, desde el llamado Periodo Especial y especialmente desde la desaparición de Fidel Castro. Los cambios, más cosméticos que reales, algunos muy retrógrados como el Decreto fascista 349 contra la cultura cubana, emprendidos por el hermano menor del caudillo y continuados con el designado presidente, se pretenden extender con la "nueva" Constitución. Sin embargo el paulatino desmembramiento del poder, antes hípercentralizado, se hace inevitable en esa misma constitución.
Los únicos culpables de la situación actual son los Castros y su grupito de acólitos en la alta burocracia. Las descalificaciones en el seno de la oposición y la disidencia deben eliminarse y ponerse en primer plano la lucha por la libertad y a democracia en Cuba.
Por suerte, crece una tendencia a la integración, a la búsqueda de un consenso mínimo que nos posibilite institucionalizarnos. Están las ideas de un Congreso, de un Parlamento virtual que pueden complementarse, de un amplio frente democrático, que avanzan no sin tropiezos porque el ansia de protagonismo sigue presente entre algunos líderes grupales.
Si no somos capaces de respetarnos y ponernos de acuerdo en un programa mínimo, solo estaríamos contribuyendo a dilatar el sufrimiento del pueblo cubano.