La reciente visita del presidente cubano a Venezuela se mantuvo en el cotilleo popular y no precisamente debido a su estreno fuera del país como primera figura de la nación, sino porque lo hiciera acompañado, nada más y nada menos que de su esposa.
Por lo pronto, las opiniones populares estuvieron divididas en torno a si fue o no una decisión acertada de Díaz-Canel, sobre todo cuando, después del triunfo del comunismo en el país, los estadistas cubanos desterraron la nomenclatura de "primera dama" del discurso político de la Isla, considerándolo un rezago evidente del capitalismo.
Ni el presidente Osvaldo Dorticós ni Fidel Castro fueron favorables a aparecer en público acompañados de sus respectivas esposas, ni tampoco permitieron que a ellas se les diera el calificativo que durante años permaneció desterrado de los medios oficiales en el país.
Raúl Castro ya había enviudado cuando ocupó la dirección en la Isla. De modo que durante más de 50 años, las figuras femeninas de la alta dirigencia política se han mantenido en el anonimato y parece ser que esa tradición socialista acaba de romperse.
Lo más insólito fue que en la emisión del pasado miércoles del noticiero televisivo del mediodía se divulgó la noticia del encuentro entre Liz Cuesta Peraza, la esposa de Diaz-Canel y Cilia Flores, como una "reunión de primeras damas" de ambos países.
Es probable que la periodista autora del reportaje recibiera después un llamado al orden, porque en la emisión nocturna no se hizo mención al asunto, y cada vez que las cámaras registraban al mandatario cubano acompañada de su esposa, ni siquiera los periodistas cubanos la mencionaban. Solo Maduro, con un cortés saludo, y nada más.
El cotilleo popular, insidioso e imaginativo a más no poder tratándose de cubanos, reparaba en la vestimenta de la primera dama que, obviamente, debió de ser aprobada por la cúpula del Partido y el Gobierno.
Las preguntas en calles, guaguas y centros de trabajo intentaron indagar en quién era ella, si ocupaba alguna responsabilidad en el Gobierno y qué había motivado al actual presidente romper con la tradición. Lamentablemente, ninguna comunicación oficial aclaraba estos puntos.
Una buena parte de quienes hablaban del tema, y en ella me incluyo, consideran que la aparición de la esposa del presidente es una decisión excelente, que le otorga hasta un "aire familiar" a la figura del mandatario.
Lo que sí no resulta consecuente es que la prensa nacional obvie tal presencia femenina como lo hace, de un modo irrespetuoso. Se trata de una cuestión elemental de reconocimiento como persona y, sobre todo, como mujer. Desde ese punto de vista, la prensa oficial en la Isla ha convertido a la figura de la primera dama del país en un prototipo de la imagen de Celia Sánchez que aparece en los billetes de la divisa cubana: una mujer invisible que solo puede mirarse a contraluz.