En el traspaso del cargo de presidente de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel en la última sesión de la Asamblea Nacional no hubo sorpresas, al menos para mí. Pero de toda esa puesta en escena, solo una aseveración en el discurso del nuevo presidente de los Consejos de Estado y de Ministros llamó mi atención: "No vengo a prometer nada", dijo, "como jamás lo hizo la Revolución en todos estos años".
Comienzo por la segunda parte de la frase. Promesas, y muchas, hicieron los dos dirigentes revolucionarios previos, cada uno con su estilo propio.
Fue Fidel Castro el que espontáneamente, al vuelo, sin cálculos ni consultas, ofreció, mintió más, y cumplió menos. El mismo primero de enero de 1959 prometió que Santiago de Cuba sería la capital del país, y además se refirió ese mismo día a la formación de un Gobierno constitucional y democrático que el pueblo podría revocar en elecciones libres. También unos días después, en el famoso discurso con el "¿voy bien, Camilo?", Castro proclamó su total desinterés por el poder, y en otra intervención pública posterior, prometió una revolución verde como las palmas, en oposición al rojo de los comunistas.
Así sucesivamente, con promesas como zancadas, anduvo Fidel Castro durante años sobre Cuba, aunque también referidas a una variopinta cantidad de asuntos, como la de la abundancia de café que se produciría con la variedad caturra en el Cordón de La Habana, la oferta de una numerosa masa ganadera por medio de la inseminación artificial a partir de un toro semental adquirido en Canadá, o la Zafra de los Diez Millones.
Anduvo, de promesa en promesa, hasta que pronunció el último discurso aproximadamente cinco décadas más tarde, y comenzó a alternar la siembra de moringa con sus "desvelos" por la paz mundial.De sus promesas cumplidas quedan el acceso universal a la salud pública y la educación, aunque hoy son dos sistemas depauperados por las circunstancias financieras de Cuba, el estilo de gobernanza vertical del país, y el éxodo de profesionales calificados.
Queda también la devastación causada sobre la nación durante años por la revolución que prometió e hizo.
Por su parte, Raúl Castro desde 2006, para obtener el apoyo que necesitaba, también hizo promesas: entre otras, limitó la duración de poderes en Cuba, permitió aunque con grandes restricciones la actividad privada, y creó un sistema de reuniones administrativas en el Estado y el Partido para facilitar sus gestiones. Hasta el momento, esas promesas han sido cumplidas, aunque de Raúl quedará siempre en la memoria como promesa incumplida el vasito de leche que ofreciera para cada ciudadano, precisamente en su primer discurso como jefe de Gobierno.
Luego, es un disparate de Díaz-Canel aseverar que la revolución no hizo promesas. Las hizo en grande desde el triunfo en 1959, y también durante décadas de dictadura institucionalizada. Una revolución, así lo sea solo como figura retórica como lo es la cubana hoy, estaría obligada a hacer promesas para lograr un apoyo por consenso, pero de eso Díaz-Canel no se ha enterado. Y si los dirigentes actuales y futuros pretenden mantenerse en el poder, en momentos de crisis estarían obligados a redefinir su sistema de gobierno para mantener o ampliar el apoyo de la población, y para ello se requieren promesas también.
Está en la naturaleza y, sobre todo, es misión de cualquier político —de derecha, izquierda, socialdemócrata, comunista, demócratacristiano, y un etcétera que abarca todo lo demás— al iniciar su mandato, hacer promesas que constituyen sus compromisos con la población ante la que responde.La población espera de él algo, y él está en la obligación de describirles ese "algo", sea en el caso de Cuba hoy, la unificación de la moneda, mejor salario mínimo, mejores ofertas de alimentos, mejor producción agrícola, más flexibilidad y libertades para las pequeñas empresas privadas, la duración de la libreta de abastecimiento, facilidades para la construcción de viviendas por vías propias o cifras de construcciones por parte del Estado, si no todos los derechos humanos hasta ahora violados. En fin, todas las "tareas" domésticas que quedaron incumplidas, o sufrieron retrocesos, por el anterior Gobierno y que ahora recaen sobre Díaz-Canel y su equipo.
Pero ahí precisamente radican dos características de Díaz-Canel, que no es un político ni fue elegido por el pueblo.
Esa frase de Díaz-Canel, pronunciada quizás para demostrar humildad, pero refleja supina ignorancia. confirma que siguen sin abrirse las puertas de la esperanza para los cubanos bajo ese régimen de continuidad —tan alabado por el oficialismo, y siniestro para las mayorías—. Corrobora que al frente del Gobierno hoy no hay un político, sino como acostumbra a decir un buen amigo, apenas hay un administrador que se encargará de responder por las decisiones adoptadas por Raúl Castro y sus allegados en el Partido. Por tanto, no habrá cambios sustanciales para las decenas de miles de cubanos de cualquier edad que aspiran a una vida mejor.
Mientras ocupe el cargo de presidente alguien que ni siquiera se atreve a hacer promesas, porque solo espera orientaciones del gobernante anterior, el futuro de una Cuba para todos los cubanos, inclusiva, democrática y próspera se aleja aún más.