El único hijo varón de los cuatro que tiene Raúl Castro, Alejandro, no necesita, como algunos creen, ser presidente del Consejo de Estado, ni miembro del Buró Político del Partido Comunista, ni tener grado de general.
Con su padre vivo, tiene más que eso como hijo consentido y su mano derecha. Y como miembro clave de la todopoderosa Junta Militar que manda en Cuba, a la que no pertenece, por cierto, Miguel Díaz-Canel. Por si fuera poco, como coordinador de los servicios de contrainteligencia e inteligencia Castro III es el Fouché cubano, el hombre más temido por la nomenklatura cívico-militar.
Este coronel de 52 años es hoy, de hecho, el hombre más poderoso de Cuba luego de su papá. Una llamada telefónica suya hace temblar más a cualquier jerarca castrista, civil o militar, que una llamada de Machado Ventura, el vice dictador por ser el segundo secretario del Partido Comunista (PCC).
Además, el general Castro quiere que su hijo lo sustituya, pero no como presidente, cargo que no valdrá nada, sino como primer secretario del PCC en 2021, que es el cargo que constitucionalmente confiere la condición de dictador.
El general argumenta que no es un capricho suyo a la norcoreana para perpetuar la dinastía, sino que Alejandro es joven y capaz, y lleva el apellido de Fidel, el líder eterno de la revolución. O sea, que con su hijo el castrismo sigue siendo castrismo legítimo. Y posiblemente sueña que solo lo seguirá siendo si a Alejandro luego lo releva el hijo de éste, ya mayorcito, que tuvo con Marietta Calis Lauzurica.
En el VII Congreso del PCC, en abril de 2016, el general Castro anunció que la edad máxima para entrar al Comité Central del PCC sería —y ya es—, de 60 años, y que la edad máxima para tener cargos de dirigente en el PCC es de 70 años. Ese cambio partidista lo hizo el dictador pensando en su hijo, y no como presidente precisamente. Pero para 2021 faltan tres años en los pueden pasar muchas cosas, entre ellas que Castro II muera y Castro III se quede colgado de la brocha.
"Hijo de papá" provisional
Porque Alejandro tiene un problema. Su omnipotencia política y estatal depende exclusivamente de sus lazos sanguíneos con el dictador, quien cumplirá en junio 87 años. O sea, no parece que vaya a saborear las mieles del poder por mucho tiempo.
Por sí mismo, como "cuadro" (en la terminología castrista), Castro Espín carece de hoja clínica. Tampoco tiene apoyo dentro del generalato, ni dentro de la élite civil dictatorial. Y su curriculum vitae es demasiado pobre.
Difícilmente los principales generales castristas, muchos de ellos con heridas de guerras en África, aceptarían subordinarse a un advenedizo, sin experiencia como militar, con serios problemas para comunicarse y relacionarse con los demás, solo porque es hijo de papá. Encima, es conocida su mediocridad intelectual.
O sea, Castro Espín no dispone de ningún activo que lo avale ante los militares, ni ante la claque civil dirigente, y mucho menos ante los cubanos de a pie, que simplemente no lo conocen.
Claro, con Castro Ruz vivo el coronel por ahora tiene quien le escriba. Ostenta el poder de un mariscal, no importa su incapacidad o el tamaño de las estrellas en sus charreteras. Eso confunde y por eso muchos lo ven como posible sucesor de Castro II como presidente, en abril próximo.
Es cierto que siendo hijo de papá, como presidente tendría mucho poder real, pero aunque en el castrismo nada es descartable, sin background político suficiente, Raúl Castro no va a imponer a su hijo como jefe de Estado dentro de dos meses. Lo que quiere el general es que cuando él se retire del Gobierno, el país regrese a los tiempos de Osvaldo Dorticós, mandatario de "mentiritas", y que Alejandro, ya más "hecho", sea el próximo dictador en 2021.
Presidente para vender imagen
Sea Miguel Díaz-Canel, Bruno Rodríguez, el general Alvaro López Miera, u otro jerarca civil o militar, el nuevo jefe de Estado tendrá poco poder.
Las apuestas hasta ahora favorecen a Díaz-Canel, quien no forma parte de la todopoderosa Junta Militar. No tiene poder, ni lo tendrá ningún otro nuevo presidente, pues seguirá concentrado en Raúl Castro, más arropado que antes por el generalato. En el castrismo los civiles nunca han mandado en verdad.
El nuevo presidente solo tendrá la misión de administrador, y la de vender imagen. Será presentado al mundo como expresión de la renovación y traspaso de poder en la cúspide dirigente cubana, como ya lo creen tantos en Latinoamérica y la Unión Europea.
Así pintan las cosas mientras Castro II viva. ¿Qué pasaría si muriese? Podrían ocurrir muchas cosas. Precisamente para prevenir las no deseables para él, quiere que su relevo sea Alejandro.
Como el caudillo ha decidido no retirarse del PCC hasta 2021 —a menos que la muerte lo separe del cargo o a le dé la gana—, es bueno aclarar que es falsa la imagen que dan algunos politólogos que presentan a Castro II como hombre pragmático y más realista que otros "históricos" de línea dura.
Craso error. Raúl y Machado Ventura encabezan el ala política más troglodita de la dictadura. Y Castro Espín, pese a ser joven y no tener la nostalgia de los "históricos", es tan dinosaurio, o más, que su padre.
El único pragmatismo visible de Castro II, más negativo no puede ser. Quiere que las Fuerzas Armadas dominen por completo la vida nacional, sobre todo la economía. Para ello lógicamente cuenta con el apoyo de los militares, que se benefician cada vez más de privilegios y prebendas. ¿Podría un nuevo presidente, marioneta del dictador y la Junta Militar, oponerse a eso?
Generales, coroneles y sus familiares controlan ya el 70% de la economía nacional y se entrenan como gerentes de las industrias y actividades que son rentables, o podrían serlo, para convertirse luego en sus propietarios definitivos, como en Rusia.
Sin nuevo liderazgo no habrá cambios
La brújula raulista, militarista hasta el tuétano, conduce idealmente a un capitalismo de Estado militarizado, con rasgos chinos, fascistas y rusos, pero sin permitir que surja un gran sector privado como el que ya genera el 70 % del Producto Interno Bruto de China. Los capitalistas serían los militares y parte de la burocracia civil subordinada ellos, no los cuentapropistas.
Mientras tanto, muchos palos y pocas zanahorias para los cubanos de a pie. En este proyecto diabólico no hay espacio para los imprescindibles cambios políticos que necesita la nación, que con la crisis de su mecenas venezolano se encuentra peor que nunca en materia social y económica.
Los cambios no los van a iniciar ni Díaz-Canel, ni ningún otro nuevo presidente. Para que los haya deben salir de escena los dos Castro actuales, toda la claque militar y civil actualmente en el poder, y dar paso a un nuevo liderazgo. En los países excomunistas los cambios del sistema estuvieron a cargo de nuevos dirigentes reformistas, no atados al nefasto pasado comunista, ni manchados de sangre como Raúl Castro y su casta depredadora.
La perestroika que puso fin al campo socialista europeo no la iniciaron Leonid Brezhnev, o Konstantin Chernenko, sino Mijail Gorbachov. Cuba no será la excepción. Pero para ello el régimen debe sentirse muy presionado desde dentro del país, y desde fuera.
Y para explicar mejor la pregunta del título: Alejandro Castro no necesita ser presidente porque tiene más poder en las sombras a la diestra de su padre. Como zar de la contrainteligencia todos le temen. Eso le gusta. Alimenta su vocación de represor.