Se han invertido los roles. Muchos "compañeros" que tuvieron una vida de entrega a la "causa revolucionaria", que incluía preservar los bienes del Estado, combatir el desvío de recursos y el mercado negro, y vigilar a los disidentes en los barrios, temen hoy ser vistos participando en "trasiegos" como negociantes particulares.
Es una masa a lo largo y ancho del país, integrada por jubilados que antes fueron militares y funcionarios del Estado y hoy sacan provecho al "trabajo por cuenta propia". Hacen de taxistas o laboran en cualquier actividad que les reporte ganancias. Muchos han abierto restaurantes y cafeterías, aupados con suministros de sus antiguas dependencias.
"Es que mantenemos los viejos vínculos", dice Adrián, un sesentón que se viste como un pepillo y, gracias a su antiguo cargo en un ministerio, pudo conocer tres países. "El negocio va en alza. Voy 'fifty fifty' con los proveedores".
Luis Saldívar, residente en el municipio Playa, cuenta cómo observa desde su portal todas las noches a una antigua "aguerrida revolucionaria" sentada en una silla plegable, simulando tomar el fresco mientras saca por una abertura del muro que da a un almacén estatal los suministros con los que mantiene su restaurante.
La aguerrida militante fue presidenta de un Comité de Defensa de la Revolución desde los 90 y entre sus deberes estaba informar al mando superior de las actividades que realizaba Saldívar como activista de los Derechos Humanos. Ahora no imagina que, desde el mismo portal, su antiguo "chequeado" disfruta de una vista panorámica del muro y del boquete por donde comete el delito.
Alcides era jefe de Vigilancia del CDR en Marianao. Ahora está "virado contra el Gobierno".
Recuerda que tuvo que seguir a ciudadanos señalados por el Gobierno "de aquí para allá y de allá para acá (…) para luego informar ¡Qué manera de comer catibía!".
Aunque sonríe por estar ya libre de eso, vienen a su mente el duro sol y los zapatos gastados por las calles. Sin rumbo, como un loco.
En playa Baracoa, el viejo Cossío vive una situación idéntica, pero desde otra perspectiva. Se jubiló hace poco de un alto cargo en una empresa de alimentos y, mientras carga varias piernas de jamón de un almacén hasta el maletero del auto, una gota de conciencia lo sacude: "Y pensar que una vez metí preso a un cocinero por llevarse un bistec en un cartucho".
A Cossío parece dolerle aquel recuerdo, pero pronto lo olvida. Pone el auto en marcha y antes de salir a 5ta Avenida observa que no hay "moros en la costa". El viejo cuadro partidista, jefe comercial y oficial encubierto, ahora es dueño de una paladar. "Su" jamón ha sido un éxito este verano en la playa, donde no hay muchas ofertas.
Parece no inquietarlo la reciente advertencia del Gobierno en relación con los negocios particulares y la prohibición de entrega de nuevas licencias. "Eso no va conmigo, soy un cuadro", piensa Cossío mientras entra con el auto al garaje. Pero cierra rápido el portón y observa a través de un hueco encubierto en la aldaba la puerta de la vivienda contigua, donde vive un periodista independiente del que se cuida.
"¡Mucho! Ya he advertido a otros cuentapropistas de la zona y están de acuerdo conmigo. Hay que cuidarse de él. Ya escribió una vez sobre un problema en una empresa, los inspectores hicieron una auditoria y la gente de allí salió por el techo".